Auschwitz fue el mayor campo de concentración y exterminio organizado por la maquinaria nazi, por el que pasaron millones de personas, las que fueron sometidas a trabajos forzados, hambre, fusilamientos, hornos crematorios y cámaras de gas. Fue la industrialización de la muerte.
Esos campos han quedado en la memoria colectiva como la expresión de la máxima bestialidad que puede alcanzar el ser humano.
El mundo conmemora en estos días el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz, en enero de 1945, que fue seguida por la liberación de numerosos otros campos de concentración nazis.
Auschwitz fue el mayor campo de concentración y exterminio organizado por la maquinaria nazi, por el que pasaron millones de personas, las que fueron sometidas a trabajos forzados, hambre, fusilamientos, hornos crematorios y cámaras de gas. Fue la industrialización de la muerte.
Esos campos han quedado en la memoria colectiva como la expresión de la máxima bestialidad que puede alcanzar el ser humano.
Pero en estas conmemoraciones, indispensables para conservar la memoria de ese horror indecible, casi se ha olvidado un aspecto de los campos de concentración, campos de muerte pero también fuentes de mano de obra esclava para grandes empresas.
El 30 de abril de 1942, Oswald Pohl, jefe de la «Oficina principal económica y administrativa SS» enviaba a Himmler un informe sobre «La situación actual de los campos de concentración»:
...La guerra ha producido cambios estructurales visibles en los campos de concentración y ha modificado radicalmente sus tareas, en lo que se refiere a la utilización de los detenidos. La detención sólo por motivos de seguridad, educativos o preventivos, no está ya en primer plano. El centro de gravedad se ha desplazado hacia el lado económico.
El reglamento que se dictó en consecuencia decía que los detenidos tenían que trabajar hasta el agotamiento, a fin de alcanzar el máximo rendimiento, que la jornada de trabajo era ilimitada y que sólo dependía de la estructura y de la naturaleza del trabajo.
De esta mano de obra gratuita y esclava aprovecharon grandes empresas como Krupp y Siemens, pero particularmente en Auschwitz la IG Farbenindustrie, que instaló en Buna, tercer campo de Auschwitz, una fábrica de caucho sintético. Por allí pasaron unos 35.000 detenidos de los cuales murieron 25.000 (Raul Hilberg, La destruction des Juifs d’Europe, (La destrucción de los judíos de Europa) Ediciones Fayard, 1988).
Otras grandes empresas alemanas también participaron y se beneficiaron del holocausto, entre ellas Volkswagen y Daimler Benz.
Un libro reciente IBM y el Holocausto de Edwin Black (ediciones Laffont, París, febrero 2001), informa como el conocido gigante estadounidense de la informática trabajó para el régimen nazi (las tarjetas perforadas de IBM sirvieron para identificar y catalogar a quienes serían perseguidos y eliminados).
También la Ford y la General Motors utilizaron el trabajo esclavo bajo Hitler, fabricando durante la guerra vehículos militares en Alemania para el ejército alemán.
Hitler, en cuyo despacho colgaba el retrato de Henry Ford, condecoró a éste en 1938 con la Gran Cruz del Águila Alemana. Tenían en común, entre otras cosas, un furibundo antisemitismo. Hitler era un gran admirador del trabajo en cadena implantado por Ford en sus fábricas. En su autobiografía My life and work, Ford escribió, como recuerda Charles Petterson ( Eternal Treblinka: Our Treatment of Animals and the Holocaust), que se había inspirado para el trabajo en cadena en el modo de operar de los mataderos de Chicago. Así se cierra simbólicamente el círculo.
Como dice un personaje de la novela La vida de los animales de J.M.Coetzee: «Chicago nos mostró el camino, fue de los corrales para animales de Chicago de dónde los nazis aprendieron cómo procesar los cuerpos».
Varias de esas empresas que participaron y se beneficiaron del holocausto participan hoy en grandes reuniones internacionales, financian fundaciones y subvencionan ONGs, pero retacean, como Volkswagen y Ford, el pago las indemnizaciones que reclaman los sobrevivientes de los trabajos forzados.
Pero nunca abandonaron del todo sus viejas prácticas y aun hoy violan reiteradamente los derechos humanos, instigando guerras civiles, promoviendo golpes de Estado (en colaboración con la CIA), apoyando dictaduras, violando el derecho a la salud, los derechos laborales y ambientales, etc.
Y por cierto las emulan sociedades transnacionales más recientes o antiguas que han cambiado de nombre, pero no de hábitos.
Con las consignas de máximo rendimiento, reducción de salarios, aumento de la jornada de trabajo y flexibilización laboral, el Reglamento de trabajo de Auschwitz sigue siendo el ideal de esas empresas.
Y la esclavitud subsiste en forma de tráfico de hombres mujeres y niños, con fines de explotación laboral o sexual, lo mismo que subsiste el racismo, la xenofobia y las diversas formas de discriminación y de intolerancia, no pocas veces impulsadas desde los gobiernos.
Los discursos mesiánicos de Bush sobre la misión liberadora planetaria de Estados Unidos no difieren mucho de los de Hitler sobre la Gran Alemania, destinada a barrer el bolchevismo de la faz de la tierra y a fundar un Imperio milenario.
Como también se asemejan las «blitzkriegs» nazis a la invasión de Panamá, a la guerra del Golfo, a las guerras en Afganistán y en Yugoslavia y a la invasión de Irak. Cinco guerras en catorce años y una sexta, contra Irán, anunciada.
En este 60º aniversario de la liberación de los campos nazis conviene recordar la frase con que termina la obra La resistible ascensión de Arturo Ui de Bertold Brecht:
Aprendan a ver en lugar de mirar tontamente, actúen en lugar de charlar ¡Y piensen que una vez eso estuvo por dominar el mundo! ¡Los pueblos consiguieron vencer, pero nadie debe cantar antes de tiempo! ¡Aún es fecundo el vientre del que salió lo inmundo!
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