21-8-2012
No odio a Alan Gabriel, lo quiero más bien, pero en la cárcel común y no en una dorada como colega de Fujimori. Tal como se hace, por doquier, con los ciudadanos de a pie cuando delinquen. Los que asaltan bancos y roban y aquellos que los fundan para lo mismo merecen igual reprobación penal. La no discriminación es un precepto constitucional.
El odio tiene que ver con la persona, su índole perversa, su obesidad con inmensa tripa, cualquier rasgo suyo, todos no punibles; mientras que mi Derecho Penal de Acto apunta a sus hechos ilícitos, a su conducta venenosa desde el poder. No tengo Derecho Penal de Autor. No me place la carcelería, ello es atávico; me indigna la impunidad porque es criminogenética; pienso y reclamo, aunque no sea escuchado, en una punición ejemplar contra Alan por lo que hizo, y en previsión de su recidiva el 2016.
Quienes defendemos lo moral, ético, lícito y lo justo, nos abandonó el odio rastrero y visceral; nos asiste el convencimiento lógico y humano del reproche de conductas ilícitas como las de Alan, como desiderátum social.
Para los desmemoriados o desinformados que me juzgan gratuita y prejuiciadamente sin siquiera haberme visto, leído en mis obras y artículos, ni oído cuando defiendo, informo verazmente lo que sigue.
Denuncié desde el Congreso a Enrique Elías Larosa por el caso GUVARTE el año 1983; taché a Alex Kouri por zamarro y salió de la contienda electoral municipal capitalina; escribí variados artículos contra Luis Castañeda Lossio por lo de COMUNICORE y otras lindezas de trasiego; acusé contratado por el Congreso a 4 vocales supremos que absolvieron al narcotraficante Perciles Sánchez Paredes; denuncié a Keiko Fujimori, entonces primera dama, por gestionar libertad de 2 procesadas por narcotráfico; también taché a PPK porque siendo norteamericano le está negada la presidencia del Perú; e indagué, con el desaparecido senador Carlos Malpica, lo del Banco Ambrosiano Lima por $ 1,200’000.000.00 dólares USA de propiedad del estado Vaticano que jefatura el Papa, entre muchos otros casos de importancia nacional. En todos ellos formulé cargos contra personajes descollantes en concreto. Asumí solo los riesgos que ello me generó.
¿Dónde estaba mi odio, supuestamente enfermizo, en tales casos famosos, que ahora se me pretende endilgar cuando reseño, analizo y evalúo los enredos de Alan García, sin ser refutado aún?
Parece, pues, que el sentimiento negativo abominable de odiar, vengarse o aborrecer, corresponde a los que me reprueban u odian sin conocerme, sin desprejuicio, a quienes remito el saludo amical y fraterno de Guillermo Olivera Díaz. ¡Ese, sin ambages, soy yo!
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