La masacre de 16 civiles, incluidos muchos niños en Afganistán cometida «por un soldado marine» ha desatado indignación y muchas preguntas. Los oficiales US se llevaron al culpable a EEUU sin permitir ningún interrogatorio para los afganos. Esta mentira de que era un soldado loco actuando por su cuenta es una versión falsificada. Primero, debemos anotar que las dos aldeas atacadas están a cuatro kilómetros de distancia: es imposible para un soldado ir a las dos aldeas, matar, quemar las casas, traer la gasolina y volver a entregarse en su base, necesita una autorización de los mandos militares. Segundo, es imposible salir sin autorización de los superiores. Hay docenas de testigos diciendo que eran por lo menos entre 15 y 20 soldados involucrados acompañados por un helicóptero. En otras palabras, fue una masacre de un pelotón autorizada por los altos oficiales operando dentro de las normas y autorización de los militares [1].
«Debemos matarlos. Debemos incinerarlos. Puerco tras puerco… vaca tras vaca… aldea tras aldea… ejército tras ejército…»
Coronel Kurtz en Apocalipse Now, de Francis Ford Coppola.
Comenzó mucho antes de que un asesino solitario, un sargento del Ejército de EEUU, casado, con dos hijos, entrara en las aldeas de Panjwayi, al sudoeste de la ciudad de Kandahar, y «supuestamente» se lanzara a una matanza indiscriminada, causando la muerte de 16 civiles por lo menos. [Tampoco es la primera vez que algo similar ocurre, es una estrategia diabólicamente calculada y utilizada.]
Fue el momento Haditha de Afganistán como en Iraq, o como el My Lai de Vietnam.
Se había intensificado por medios de bombardeos en serie de drones con misiles Hellfire contra las bodas en las tribus; las series de «incursiones nocturnas» secretas de Fuerzas Especiales de EEUU; los asesinatos seriales «de equipos de asesinato» en 2010; las meadas rituales sobre los afganos muertos por parte de «nuestros hombres de uniforme»; y por último pero no menos importante, la quema de Coranes en Bagram. Misión… ¿cumplida?
Los afganos reclaman justicia por la matanza
Según el último sondeo del Post-ABC News –realizado antes de la masacre de Kandahar– un 55% de los estadounidenses quiere que acabe la guerra afgana.
El presidente Barack Obama volvió a subrayar que tras 10 años desde el comienzo de una guerra que ha costado por lo menos 400,000 millones de dólares, el «rol de combate» de las tropas de la OTAN terminará en 2014.
Según Obama, Washington solo quiere asegurar que «al-Qaida no opere allí, que exista suficiente estabilidad y que no termine en una refriega de todos contra todos».
Al Qaida «no opera allí» desde hace tiempo; solo hay un puñado de instructores que no están «allí» sino en los Waziristanes, en las áreas tribales paquistaníes.
Y olvidad la «estabilidad». Las «fuerzas de seguridad afganas» que estarán teóricamente a cargo en 2014, o incluso antes, están condenadas. Su tasa de analfabetismo es de un asombroso 80%. Por lo menos el 25% deserta. La violación de niños es endémica. Más de un 50% está permanente drogado con hachís, con esteroides.
El grado de desconfianza entre los afganos y los estadounidenses es cósmico. Según un estudio de 2011 que fue clasificado por el Pentágono después que se filtrara al Wall Street Journal los militares estadounidenses ven esencialmente a los afganos como cobardes corruptos mientras los afganos ven a los militares estadounidenses como matones cobardes.
Considerad un momento cómo en 1975 en Saigón, ahora o en 2014 los hechos en el terreno serán los mismos: inestabilidad que sacude el Hindu Kush.
A cara o cruz
Afganistán fue siempre una tragedia traspasada por la farsa. Pensad en las 83 restricciones de las reglas de enfrentamiento originales de la OTAN, que llevaron, por ejemplo, a una racha de soldados franceses muertos en 2008 porque Francia, presionada por EEUU, dejó de pagar por protección a los talibanes; o pensad en Berlín que no la calificó de guerra, sino de «misión humanitaria».
Las batallas internas –a diferencia de Vietnam– se hicieron leyenda. Como la banda de la contrainsurgencia, apoyada por el entonces jefe del Pentágono, Bob Gates, investido en una «nueva misión» y un «nuevo liderazgo militar», ganando contra la estrategia CT [contraterrorismo] Plus del vicepresidente Joe Biden, de menos soldados en el terreno realizando contraterrorismo.
El vencedor, como todos recuerdan, fue la estrella de rock, el general Stanley McChrystal, quien insistió en que el plan Biden llevaría a un «Caosistán», que fue el nombre de un análisis clasificado de la CIA.
Stanley McChrystal –portavoz del Pentágono durante la invasión de Iraq en marzo de 2003– quería cambiar a toda costa la cultura de la OTAN y del Ejército de EEUU en Afganistán. Quería destruir la cultura de dispara-primero-y-reviéntalos y orientarse hacia «la protección de la población civil». En sus propias palabras, subrayó que las «municiones aire-tierra» y los «fuegos indirectos» contra casas afganas «solo estaban autorizados bajo condiciones muy limitadas y prescritas».
Se impuso -protegido por su estatus de estrella de rock– solo por un breve momento.
Mientras tanto, incluso si por una parte el Departamento de Estado, la DEA y el FBI advertían de los repugnantes contrabandistas de drogas y criminales de todo tipo, por la otra la CIA y el Pentágono, elogiándolos por buena inteligencia, siempre vencían.
Y todo estaba plenamente justificado por una cantidad de halcones «liberales» renuentes en sitios como el Centro por la Nueva Seguridad Estadounidense, repleto de periodistas «respetables».
Hamid Karzai ganó las elecciones mediante un fraude rotundo. Su hermanastro Ahmed Wali Karzai –entonces jefe del consejo en Kandahar– pudo seguir dirigiendo su masivo narcotráfico mientras desdeñaba las elecciones («la gente en esta región no las entiende»).
¿A quién interesaba que el gobierno afgano de Kabul fuera/es un sindicato del crimen? Comandantes locales «leales» –nuestros bastardos– conseguían cada vez más fondos e incluso los miembros de las Fuerzas Especiales como consejeros personales para ellos y sus escuadrones de la muerte.
McChrystal, dicho sea a su favor, admitió que los soviéticos hicieron bien las cosas en los años ochenta (por ejemplo, la construcción de carreteras, la promoción del gobierno central, la educación de niños y niñas por igual, la modernización del país).
Pero se equivocaron en muchas cosas, como los «bombardeos de saturación» y la muerte de 1,5 millones de afganos. Si los planificadores del Pentágono hubieran tenido la presencia de ánimo de leer Afgantsy: The Russians in Afghanistan 1970-89 (Profile Books), del exembajador británico Rodric Braithwaite, basado en numerosas fuentes rusas desde el KGB hasta la Fundación Gorbachov; del Internet a un espectacular libro del difunto general Alexander Lyakhovsky.
El derecho a estar mal informado
El Pentágono nunca aceptará la fecha de retirada de 2014: choca frontalmente contra su propia doctrina de Full Spectrum Dominance (Dominación de Espectro Completo), que cuenta con numerosas bases en Afganistán para vigilar/controlar/acosar a los competidores estratégicos, Rusia y China.
La salida será una artimaña. El Pentágono transferirá sus operaciones especiales a la CIA; se convertirán en «espías», no en «tropas en el terreno».
Esto significará, esencialmente, una extensión ad-infinitum del Programa Phoenix en Vietnam, que realizó la matanza selectiva de más de 20,000 «presuntos» partidarios del Vietcong.
Y eso nos lleva al actual director de la CIA, el conocedor de los medios, general David Petraeus, y su bebé, el manual de campo FM 3-24 de COIN, la respuesta del Pentágono a Marriage of Heaven and Hell [Matrimonio del cielo y el infierno] de William Blake como el matrimonio de la contrainsurgencia con la guerra contra el terror. Y esto, incluso después que un estudio RAND de 2008 titulado «Cómo terminan los grupos terroristas» subrayó que la única forma de derrotarlo es mediante una buena operación de mantenimiento del orden.
A Petraeus no le importaba un comino. Después de todo, sus «operaciones de información», como en una manipulación generalizada de los medios, combinada con la masiva distribución de la proverbial valija llena de dólares, habían vencido en la oleada «suya» y de George W. Bush en Iraq.
Los orgullosos pastunes son mucho más difíciles de derrotar que los jeques suníes en el desierto. Bajaron tanto su tecnología –fabricando decenas de miles de artefactos explosivos improvisados [IED] con fertilizante, madera y munición vieja– que en los hechos pararon en seco la tecnología estadounidense, llevando a innumerables informes en la neolengua del Pentágono sobre el «vasto aumento en la actividad de IED».
IED en Afganistán.
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Desde la toma de posesión de Obama, el Pentágono ha jugado extra-sucio para conseguir la guerra exacta que quería realizar en Afganistán.
La consiguieron. Petraeus se lanzó a un modo de continuo sesgo sobre el «progreso». Poblaciones locales se «hacían más abiertas a las tropas estadounidenses» incluso cuando un Estudio Nacional de Inteligencia (NIE) –el conocimiento acumulativo de 17 agencias de inteligencia de EEUU– se mantenía sombrío.
Petraeus hizo lo que hace mejor: hizo un remix del NIE. Nunca admitió que la guerra terminaría en 2014. Aumentó los ataques aéreos, dio rienda suelta a ataques de helicópteros Apache y Kiowa, triplicó la cantidad de incursiones nocturnas de Fuerzas Especiales, autorizó un mini conmoción-y-pavor, arrasando totalmente la ciudad de Tarok Kolache en el sur de Afganistán.
Hubo otra masacre estadounidense en febrero de 2011 en la provincia Kunar, con 64 civiles muertos, y Petraeus incluso tuvo el descaro de acusar a los afganos de quemar a sus propios hijos para que pareciera un daño colateral. ¡Que le aproveche! Entonces, su relación con Obama incluso estaba mejorando.
El gobierno de Obama está, de hecho, convencido de que la ‘oleada’ de Obama, dirigida por Petraeus y que debía terminar en septiembre, ha «estabilizado» Afganistán, por lo menos en la región conocida como «comando regional Este». Es lo que Petraeus llama «bastante buen afgano».
La mayor parte del país es en efecto, «bastante buen talibán», ¿pero a quién le interesa? En cuando a la quema de bebés, los cínicos podrían hablar de una característica del excepcionalismo estadounidense. Basta con recordar el Refugio Amiriya en Bagdad el 13 de febrero de 1991, con no menos de 408 niños y sus madres quemados vivos por EEUU.
Refugio Amiriya en Bagdad el 13 de febrero de 1991.
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Nunca volveré a mirarte a los ojos… de nuevo
Cómo no recordar al inimitable Dennis Hopper como el fotoperiodista psicodélico de Apocalipse Now, hablando del coronel Kurtz/Marlon Brando: «Es un poeta guerrero en el sentido clásico…»
El «poeta guerrero» McChrystal estaba convencido de que Afganistán no era Vietnam; en Vietnam EEUU combatía contra una «insurgencia popular», a diferencia de Afganistán (erróneo: las numerosas tendencias aglomeradas bajo el mote «talibanes» se han hecho más populares en proporción directa con el desastre de Karzai, para no hablar de que en Vietnam el discurso político oficial del Pentágono era que el Vietcong nunca fue popular).
Los generales, en todo caso, no salen en las matanzas indiscriminadas al estilo de Kurtz. Petraeus fue promovido para lanzar la Guerra en las Sombras & Cía. en la CIA. Después de que fue despedido tras la aparición de su foto en la revista Rolling Stone – ¿Qué estrella de rock es eso?– McChrystal terminó por ser rehabilitado por la Casa Blanca.
Enseñó en Yale, pasó a la consultoría, gana una fortuna en su circuito de conferencias –destilando sabiduría sobre el «liderazgo» y Gran Medio Oriente– y fue convertido en un asesor sin pago para familias militares por Obama.
McChrystal piensa que Afganistán está atrapado en «una especie de pesadilla post-apocalíptica». «El horror… el horror…» de Conrad es perenne. La lección clave de Vietnam es cómo precintar el horror, cómo colocarlo en cajas y cómo abrazarlo, voluptuosamente.
Por lo tanto no es sorprendente que McChrystal no pueda llegar a ver que tuvo el papel principal en el remix del coronel Kurtz – mientras Petraeus fue un más metódico, pero no menos mortífero, capitán Willard. A diferencia de Vietnam, sin embargo, esta vez no habrá un Coppola que gane la guerra para Hollywood. Pero quedarán muchos Hombres Huecos en el Pentágono.
[1] La introducción de este artículo es del profesor estadounidense James Petras.
Fuente: Pepe Escobar / AL Jazzera, 15 de marzo de 2012.
Traducido del inglés por Germán Leyens.
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