Ya lo había anunciado Francois Hollande: «¡El cambio es ahora!». Dos meses después de su elección, el nuevo presidente francés ha roto con el estilo de su predecesor pero sigue aplicando exactamente la misma política. Para Thierry Meyssan, esa continuidad es fruto de una ideología que se hace evidente en los discursos del nuevo presidente: la ideología de la colaboración con el imperio de turno.
Es muy difícil distinguir las convicciones personales de Francois Hollande, y es porque se trata de un hombre que trata de atraer a la mayor cantidad de gente posible y de dotarse de una mayoría. Sin embargo, el nuevo presidente de Francia ha dado a conocer su forma de pensar en dos ocasiones. En su discurso de investidura introdujo todo un homenaje a Jules Ferry y en la conmemoración de la redada del Velódromo de Invierno sorprendió a todos con una reinterpretación de ese hecho histórico.
Analicemos ambos momentos.
El 15 de mayo de 2012, Francois Hollande decidía homenajear a Jules Ferry, el fundador de la escuela pública, gratuita y obligatoria, calificando sin embargo de «error moral y político» el compromiso de aquel político francés a favor de la colonización. Cualquier nuevo presidente deseoso de exaltar la importancia de la escuela hubiese podido hacerlo sin tener recurrir a un personaje histórico cuyo balance político no puede estar exento de críticas. Si Hollande prefirió mencionar a Jules Ferry es porque esté último modificó el objetivo mismo de la escuela, convirtiéndola no en un instrumento de emancipación sino en una herramienta de integración. La escuela dejó entonces de tener como objetivo liberar al niño de sus prejuicios mediante el desarrollo de su espíritu crítico y dándole acceso al saber para hacer de él un ciudadano. Más bien se arrogó como función la de arrancar el niño a su familia, a la influencia de la Iglesia y de su cultura regional para convertirlo en un alumno obediente, dispuesto a dar la vida con tal de ampliar el Imperio francés. El objetivo de la obligatoriedad de la escuela no era ponerla al alcance de todos los niños sino, como lo demostró Michel Foucault, convertir la escuela en la antesala del cuartel. La misma lógica autoritaria que llevaba a los «húsares negros» [1] de Ferry a aplicar castigos corporales a los niños que hablaban su lengua materna en vez de hablar francés, justificaba también el uso de la fuerza en aras de «civilizar» a los indígenas de Tonkín. Tanto en el plano histórico como en el filosófico, resulta imposible separar el seudolaicismo de Ferry de su militarismo colonial.
En su época, el radical Georges Clemenceau se opuso al proyecto del socialista Jules Ferry. Clemenceau criticaba, en primer lugar, la supuesta «misión civilizadora» de Francia, antecesora del actual «deber de injerencia humanitaria». Al oponerse a dicho proyecto, Clemenceau no negaba en lo absoluto el nivel relativamente alto de desarrollo de Europa, sino que ridiculizaba el concepto de «razas superiores», de la misma manera que hoy en día el problema no es saber si Francia tiene o no una forma de gobierno interno más o menos violenta que Siria sino reconocer o no la soberanía del pueblo sirio. Clemenceau estimaba además que el proyecto colonial era una aventura militar de la gran burguesía que desviaba la atención de la verdadera cuestión: la liberación de Alsacia y de Lorena, por entonces ocupadas y anexadas por el Imperio alemán. Ferry acusaba a los radicales de mantenerse «absortos en la contemplación de esa herida» (la pérdida de la región Alsacia-Moselle) al extremo de renunciar por ello a sus responsabilidades en el resto del mundo, a lo que Clemenceau respondió «¡Mi patriotismo está en Francia!» defendiendo a la vez el naciente Derecho Internacional.
Prosigamos nuestra lectura de los discursos de François Hollande.
El 22 de julio de 2012, Hollande conmemoraba el 70º aniversario de la redada del Velódromo de Invierno. Durante aquella histórica redada, realizada en julio de 1942, policías y gendarmes franceses arrestaron en París a 13 152 judíos, que fueron concentrados en el parisino Velódromo de Invierno antes de ser deportados, y de esa forma condenados a un destino que habría de ser fatal para la mayoría de ellos.
Francois Hollande causó sensación al afirmar: «Tenemos la deuda de la verdad sobre lo que sucedió hace 70 años. La verdad es que el crimen fue cometido en Francia, por Francia.» Con esa declaración, Hollande tomó partido en un conocido debate cuyos términos, irreconciliables, me veo obligado a recordar aquí.
O bien se considera que el Estado Francés del mariscal Philippe Petain es un régimen político como tantos otros y que era además el gobierno legal y legítimo de Francia o se considera, por el contrario, que no era más que una ficción jurídicamente montada para satisfacer las necesidades de la autoridad ocupante [2] y que –a pesar de ser resultado de un montaje jurídico– era una entidad ilegítima que no puede ser considerada como el gobierno de Francia.
Para evitar cualquier contrasentido es importante recordar que, después de aceptar un armisticio, el mariscal Philippe Petain, como presidente del Consejo, hizo que los diputados que lo habían seguido a Vichy le otorgasen plenos poderes. Abolió entonces la «República Francesa», instauró el «Estado Francés» (lo cual es un título) e impuso una dictadura administrativa que se encargó de aplicar las leoninas cláusulas del armisticio. Diezmados por la Primera Guerra Mundial, los franceses estimaron, en su mayoría, que la resistencia era imposible y aceptaron aquel estado de cosas. Sólo una pequeña minoría rechazó el armisticio, en primer lugar el subsecretario de Guerra, Charles De Gaulle, quien creó en Londres el Gobierno Provisional de la República Francesa.
Las palabras tienen un sentido y este debate nada tiene de académico. Poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, los tres principales países aliados (la URSS, el Reino Unido y Estados Unidos) también se vieron obligados a tomar decisiones al respecto. En un primer momento, estimaron que Philippe Petain representaba a Francia. En la conferencia de Yalta, estas potencias aliadas anticiparon la derrota de sus enemigos, entre los que se encontraba el Estado Francés, y establecieron las sanciones que pensaban imponerles. Al hacer un brindis, durante el banquete de clausura de la conferencia, Stalin hizo saber que quería fusilar a todos los oficiales del ejército francés derrotado y privar del derecho al voto a todos los electores franceses que tenían edad suficiente para ser considerados legalmente responsables en el momento del armisticio franco-alemán. Gracias a un intenso accionar político y militar, Charles De Gaulle logró cancelar aquel proyecto y acabó obteniendo que los tres principales aliados reconocieran al gobierno provisional de la Francia Libre como el único representante de Francia. Fue así, en definitiva, que se reconoció a Francia como uno de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y que Francia obtuvo incluso un puesto de miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La posición de Francois Hollande, además de ser un insulto a la memoria de todos los que dieron sus vidas por la liberación de nuestra patria, tiene por lo tanto importantes implicaciones en materia de política internacional. Si Francia se considera responsable de los crímenes del Estado Francés, tendría, por ejemplo, al igual que nuestro amigos alemanes, que indemnizar al Estado de Israel, y tendríamos también que renunciar a nuestro puesto de miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Salta a la vista el punto común entre los dos discursos de Francois Hollande. Promotor de la «injerencia humanitaria», Hollande rehabilita la manipulación de la escuela por parte de Jules Ferry para que los niños no se conviertan en ciudadanos capaces de criticar sino en alumnos obedientes. Graduado de la ENA [3], Hollande rehabilita así a los funcionarios que, traicionando a su patria, se unieron a un gobierno títere y se pusieron al servicio del ocupante alemán. Como socialista, Hollande rehabilita a los diputados de su propio partido que dieron su aval al armisticio, concedieron plenos poderes a Philippe Petain y aprobaron el derrocamiento de la República. Todo eso lo hace, claro está, en medio de grandilocuentes condenas sobre las consecuencias de esa misma política, que son el colonialismo y el racismo antisemita.
Francois Hollande es un hombre culto que sabe perfectamente lo que dice. Lo que está haciendo es, simplemente, aportar su contribución a la demolición de la Nación Francesa, dando así perfecta continuidad a la acción de su predecesor.
En su deseo de someter a los Estados de la periferia, el Imperio global trata de destruir a las Naciones que la componen, recurriendo para ello a la fuerza. Y para someter a los Estados del centro, actúa con sutileza, diluyendo el marco de la soberanía de esos Estados, o sea disolviendo la Nación. Para «rediseñar Europa», va introduciendo la ideología que vehiculan tanto Sarkozy como Hollande, la ideología del Antiguo Régimen [4], que aún prevalece en los Estados anglosajones y que se ha convertido en la ideología del Imperio.
Francia es para ellos una comunidad histórica en materia de lengua y de cultura y tiene, por lo tanto, una base étnica. Los recién llegados están obligados a modificar su propia identidad para integrarse. Para los Revolucionarios, por el contrario, Francia es un destino común que comparten los habitantes del territorio francés porque juntos lograron derrocar la tiranía. Francia es una convención jurídica que se aplica dentro de las fronteras establecidas y son nuestros actos los que nos convierten en franceses, así como nuestra dedicación a ese proyecto. Es evidente que la Revolución de 1789 no acabó con el pasado y que la República Francesa está en el deber de asumir su legado, con sus glorias y vergüenzas, pero eso no la hace culpable de los crímenes de quienes la traicionaron.
En dos discursos, Francois Hollande nos ha explicado que su intención no es asumir la defensa de nuestra soberanía, sino acondicionar a nuestros hijos y colaborar con Estados Unidos en las sangrientas aventuras «humanitarias» de ese país.
[1] Sobrenombre que se dio a los maestros públicos de la III República a raíz de la adopción de las leyes escolares promovidas por el propio Ferry. Nota del Traductor.
[2] La Alemania de Hitler. NdT.
[3] La ENA, Escuela Nacional de Administración de Francia, es el centro donde se forman la mayoría de los altos funcionarios del gobierno de ese país. Generalmente gradúa menos de 100 personas al año. NdT.
[4] Expresión que designa el sistema francés de gobierno anterior a la Revolución Francesa. NdT.
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