En las últimas horas de la tarde comienzan a llegar heridos. Algunos mueren calladamente. Otros dicen a sus familiares que se vayan, que los dejen solos, y cuentan que los indios caen abatidos como los cóndores, sobre los picachos. Vetas, manchas, coágulos signan las calles del caserío. Pero ¿adónde van a irse las familias?. Todas las rutas se hallan ensangrentadas.
De pronto llega el mismo Benito Castro con la cara, las ropas y las manos rojas. Se ha manchado atendiendo a sus compañeros, y con el borbollón que emana de su propia herida. Cae frente a su casa, llamando a su mujer con una voz ahogada. La masacre de Llaucán ha surgido, neta en sus recuerdos. Marguicha acude con su hijo en los brazos.
– Váyanse, váyanse – alcanza a decir el hombre, rendido, ronco, frenético, demandando la vida de su mujer y su hijo.
– ¡Adónde iremos? ¿Adónde?...
“El mundo es ancho y ajeno”; Ciro Alegría
Si se puede resumir un una palabra la historia reciente de América colonizada, se dirá: “despojo”, y nadie mejor que Ciro Alegría para relatar el despojo de la Comunidad de Rumi, novela emblemática que inspiró desde la literatura las reformas agrarias que sucedieron en las segunda mitad del siglo XX, en el Perú y en otros países de Sud América. Las reformas agrarias se hicieron porque los indios caían por millares, defendiendo sus tierras, sus territorios comunales en las punas, porque ya no quedaba más territorio donde replegarse…y ¡Resistir!. Mi padre me regaló la novela cuando tendría yo unos 8 años y marcó mi destino de por vida. Yo había escuchado de niño a mis parientes, los comuneros de Pocsi, en las tardes de sobremesa, los relatos de la defensa armada de los territorios de la Comunidad frente a los “gamonales” de la hacienda Muto y la Trampa, escuche a los Taitas, Isaac, Julián, Baltazar, que se batieron a balazos contra los hacendados y la guardia civil, me pareció algo “de la vida real”, otra cosa es la literatura, hechos “de novela”, la de Ciro Alegría ganó en 1941 el Concurso Latinoamericano de Novela, convocado desde Estados Unidos por la prestigiosa Editorial Farrar & Rinehart y auspiciado por la Unión Panamericana de Washington, premio para una novela en donde se develaba a nivel mundial que los comuneros indios de América seguían resistiendo y muriendo como moscas. Un efecto similar a nivel internacional fue el que produjo en 1934, la novela “Huasipungo” del ecuatoriano Jorge Icaza. Ante este efecto de las novelas “indigenistas”, los gobiernos andinos se sintieron presionados para frenar las masacres y los despojos; según mi padre justo cuando la comunidad de Pocsi estaba por caer ante el poder armado de “la Paroneli”, como la recuerdan a la hacendada que “pretendía” las tierras de Pocsi.
Cuando leí la tragedia de Rumi, andaba muy acostumbrado ante el racismo anti-indígena, hecho ya carne en el niño de 8 a 10 años que era yo en ese entonces, acostumbrado al ambiente tan contaminado de discriminación, en una ciudad como Arequipa, a donde migró Manuel Trinidad, mi padre y donde fungió tanto tiempo de taxista y luego de “empresario transportista”, siendo siempre sólo “un comunero” migrante. La novela me impactó mucho, la vida y pasión del Taita Rosendo Maqui, las aventuras del Fiero Vásquez, el aplomo de Benito Castro, la inmundicia ambiciosa del hacendado Amenábar… ¿sería así la historia del Perú?, ¿sería así la historia de América?, ¿Será así la vida?...me preguntaba de niño.
Poco a poco aprendí que eso de que “la realidad supera la ficción”, era cierto. Caminé y caminé desesperado, a veces perdido y confundido, angustiado dentro del monstruo colonialista, en sus ciudades, en sus universidades…hasta llegar al “ancho y propio” camino de nuestros antepasados, aleccionado por mi padre con muy pocos pero sabios y precisos consejos, señales, “secretos”, estudié la historia y la filosofía del colonialismo y la cultura europea y recordando en carne propia la resistencia indígena de nuestros pueblos colonizados, despojados, torturados por la historia y creciendo al paso de los años, sentí de adulto, aquel sabor ácido de saberse “sin derecho a existir”. Poco a poco crecieron recuerdos tal vez milenarios, no sin padecer coraje, esfuerzo y dolor; por eso nuestra gente no quiere recordar, por el dolor que esto trae; estos recuerdos me provocaron varias úlceras estomacales, pero también me trajeron muchos y valiosos hermanos de lucha. Ahora ya transito serenamente por el “camino de la verdad”, de la verdad terrible de nuestros pueblos conflagrados.
Ya han pasado 50 años, y me sigue doliendo “Rumi” y la muerte en la cárcel de Rosendo Maqui, y nunca supe ¿a dónde fueron a parar los comuneros despojados?...no importa ya, se fueron al monte, a las selvas, a los barrios marginales de las metrópolis colonialistas, se fueron a todas partes… a reagruparse y preparar la resistencia pasiva para “recuperar el equilibrio del mundo”; otras comunidades, como Pocsi, (vocablo puquina que significa “Resplandor de Luna”), resistieron invencibles, gracias a un tipo de guerra desconocido para occidente. Y no importa ya a dónde fueron los despojados, los espantados, porque ahora, están de regreso… los veo todos los días en las barriadas de Lima, en los mercados, en los talleres y tiendas de “Gamarra”, en los terminales de buses; pero los vi también en la ONU, reclamando “sus derechos”, en la OEA y en mil foros más. La “resistencia” indígena se fue forjando desde el “despojo”, como una plaga, como una guerra silenciosa invisible y después cada vez más invencible, y también esa resistencia se fue forjando dentro de mí mismo, como algo que me fue haciendo más consciente, más fuerte, más sistemático.
Y ahora, caminando, este ancho camino del Qhapaq Ñan (el camino de los justos), los días y los años me llevaron hasta el norte argentino, allá parapetados en la montaña siguen resistiendo los indios; y en Salta con muchos jóvenes organizados, caminamos juntos por la ruta 40 que robó su trazo al Qhapaq Ñan. Estuvimos por Salta, Jujuy, Catamarca y Tucumán, por Santiago del Estero y hasta Santa Fe. Y cerca de Cafayate, conocimos a Chaile, “el Pancho”, y estuvimos en el santuario de Quilmes recuperado recientemente por los comuneros Diaguitas liderados por Chaile, y supe una vez más, que los Rosendo Maquis, los Juan Chalinin, los Francisco Chaile, no morirán jamás, porque están en el corazón de nuestros pueblos y ellos no los dejarán morir nunca, porque los necesitan como el agua necesita la boca de los sedientos, en los caminos de los Andes. Por ellos supe que hay un “rescoldo” de la resistencia indígena integrado por muchos jóvenes del norte argentino, y ésta es una crónica de su trabajo inmensamente humano, que tengo el honor de conocer y compartir.
No se puede negar que los pueblos indígenas americanos, fueron naciones, o pueblos que tenían Estados, en algunos casos mucho más estructurados y sofisticados que los Estados monárquicos europeos del siglo XV, y que gozaban también de una soberanía plena que la invasión occidental-europea eliminó. Siendo esta realidad histórica innegable, el reciente proceso en el seno de la Comisión de DDHH de la ONU, en el Grupo de Trabajo especial para la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas, que hace poco, en Resolución aprobada por la Asamblea General, el 13 de septiembre de 2007, después de largos y ociosos 25 años de debates kilométricos, en donde tanto los países hegemónicos “duros” que no quieren reconocer o reponer el carácter de ‘pueblos’ a los indígenas, ni menos, el derecho a la libre determinación, como aquellos que apoyaban generosamente a los delegados indígenas que pusimos nuestro grano de arena; para todos, los términos de la discusión quedaron reducidos, por lógica y sentido común a la tesis absurda de “la muerte presunta de los pueblos indígenas del mundo”. Para todos ellos, solo quedamos “poblaciones”, es decir “individuos” dispersos, “ciudadanos” de segunda y tercera categoría. Una “declaración” de derechos que suena como una “caridad” para con los indígenas, cuando lo que debería haber es una restitución de derechos y más aún: Una reparación de los derechos conculcados, de los pueblos agraviados, de genocidios contra vidas perdidas (millones de vidas), de bienes robados (billones de dólares de deuda histórica), de los territorios usurpados, tierras despojadas, (todo el continente americano).
¡Qué vergüenza ajena da esa “pequeña declaración” de “derechos”! Con razón me dijeron mis hermanos del Grupo de Trabajo de la ONU: “Ya no quieren que vengas a las reuniones”, “ya no te enviarán pasajes”… me dio gusto, yo les sacaba en cara a ese “nido de colonialistas” que es la ONU, que la restitución, la reparación al genocidio, al saqueo secular, era lo significante, lo imprescindible, no era suficiente una “declaración”. Y esa “declaración” es insuficiente y cínica, pues el daño debe ser reparado y no habrá equilibrio sin reparación histórica. Una “declaración” y todavía “no vinculante” es un “papelito sin valor”, una metáfora de mal gusto de “la justicia” occidental. Seguirá la tesis de la “muerte presunta” de nuestras naciones y pueblos indígenas como un fantasma que vaga por los salones de las Naciones Unidas en Ginebra y en Nueva York de seguro presidirá la Sede del Foro Permanente para las “cuestiones indígenas”. Y es que la reparación moral y sobre todo la reparación material significan reconocimiento a la resistencia, a la vida y al carácter invencible de los pueblos y naciones indígenas de América. Los colonialistas temen más a esta constatación, a esta textualización y verbalización, aquella de que los objetos del colonialismo, tienen herederos resistentes, que no han podido, ni podrán matarnos a todos; temen más a esto, que a pagar en monedas la deuda histórica. Pero, nuestros pueblos, nuestras naciones siguen su proceso de reconstitución, de reorganización, no se puede matar la vida, ni menos a los cuidantes de la vida sobre el planeta.
Y esto es lo que obviamente sostienen los actuales gobernantes de dichas potencias y sus representantes en la ONU, y su Declaración de Derechos Indígenas, y más aun el famoso Convenio 169 de la OIT, aquel que consagra la existencia de dos clases de “pueblos”, aquellos que pueden hacer uso de esa categoría a nivel internacional y aquellos que no lo pueden hacer, es decir los Pueblos Indígenas según este Convenio 169 de la OIT somos pueblos de segunda categoría, para esta institución “del Trabajo” que “vela” por los indígenas como seres que estarían considerados como una especie de “trabajadores” entre los esclavos y los asalariados, consagra la discriminación contra nuestros pueblos. A la ONU le basta solo con un mea-culpa por tantos genocidios cometidos, luego de reconocer fríamente el pillaje colonialista de los últimos cinco siglos que les ha permitido la acumulación originaria para crear su actual riqueza solvencia y bienestar… se niegan a la reparación material justa.
De hecho, lo que las principales naciones industrializadas del llamado ‘primer mundo’, sostienen es que la historia de los vencedores en una guerra, no es una historia de culpables, sino precisamente es una historia ‘de vencedores’. Pero ¿Son realmente vencedores?, o, por lo menos para Centro y Sudamérica, ¿Lograron su cometido los colonialistas del siglo XV?. ¿Es cierta la ‘muerte presunta’ de las otrora grandes naciones o confederaciones indígenas de Centro y Sudamérica, llámense Inka, Maya, Mapuche, Diaguito-Kalchakis, etc?. Exterminar ‘una tribu’, es fácil y de hecho la historia de los vencedores registra estas “valientes” barbaridades; pero exterminar un pueblo (para no usar ese traicionero concepto de “Nación”) poseedor de una alta civilización o cultura es mucho mas difícil, sino imposible, no solo por la cantidad de pueblos miembros que estas civilizaciones poseen, sino sobre todo por la calidad de sus valores o “modos de vida” lo que les da la fuerza suficiente para la lucha histórica a las familias que se resistieron a morir como pueblos.
Adolfo Colombres en 1989, acertadamente escribió: “Un indio no está verdaderamente derrotado mientras no esté convertido”, y aunque Colombres se refiere al cristianismo, el concepto de “conversión” se hace extensivo a toda la cultura: Nuestros pueblos indígenas se niegan a ser convertidos en una caricatura de Occidente, en “ciudadanos” de quinta categoría. Sin embargo los pueblos indígenas americanos a pesar de los 500 años de etnocidio, de las innumerables agresiones, exclusiones y agravios (sin reparación), aun insistimos en la transacción, en la coexistencia pacífica, aun decimos SI al diálogo, SI al consenso, SI a un nuevo “contrato social”, SI a la Declaración de Derechos SIN reparación; y muchos no-indígenas pensaran que a los indígenas “no nos queda otro camino”, y yo creo que están en lo cierto, a los indígenas no nos queda otro camino que el de la paz, el del mutuo respeto, pero no por falta de valentía ni de ansias de justicia, sino porque el legado de nuestra cultura nos induce a buscar el equilibrio y la paridad, sin ellos, no hay solución a ningún conflicto, por más vencedores y exterminadores que pretendan ser los colonialistas. Pero falta des-convertir a muchos de nuestros hermanos para que no acepten las migas de los colonialistas; porque la justicia histórica tardará algún tiempo, pero llegará.
Pasar al análisis de estos conceptos de: “Modos de Vida”, o “Civilizaciones”, en el momento actual del debate es fundamental; este debate no debe terminar con la Declaración de los Derechos de los Pueblos indígenas. Por cuanto que si aún existen –resistentes o supervivientes- los pueblos indígenas que fueron agredidos e invadidos hace poco más de cinco siglos, entonces aún existe su necesidad histórica, y sus derechos incuestionables de reconstruir sus “Estados” y de ejercer su “libre determinación”. Tratar de atrasar este debate o negar su importancia y trascendencia, es irresponsable, puesto que la única opción que deja la intolerancia y la uni-dimensionalidad política, económica, cultural o religiosa, es la alternativa que vemos actualmente en Afganistán o Irak. Pero esta no es la opción indígena, hace tiempo que las potencias occidentales lo saben: Hasta donde se conoce hasta el día de hoy, los pueblos indígenas tienen una naturaleza y una voluntad transaccional, los indígenas, por lo menos los aquí referidos, de Centro y Sudamérica, no tenemos un modo de vida confrontacional o “cultura de guerra”. Si hubo guerra de resistencia en casi todos los territorios indígenas de América, como por ejemplo en Argentina, fue porque las fuerzas colonialistas no permitieron otra alternativa que la guerra defensiva, el ataque de los “blancos” fue total, su guerra fue y sigue siendo hasta la actualidad de tierra arrasada, como se puede constatar en la extrema pobreza que sufren la mayor parte de los resistentes y heroicos pueblos indígenas contemporáneos como son los Diaguito-Kalchakis, los Wichis, los Tobas y tantos otros pueblos resistentes. Y allí, en Argentina está surgiendo la historia escrita de los pueblos resistentes, la visión de los vencidos en mil combates, pero no derrotados en la guerra; para probar esto está el presente libro y muchos otros que ya aparecieron antes (Marcelo Valko, 2010) y seguirán apareciendo. Son testimonios y pruebas irrefutables.
Lo anterior puede tener un matiz hasta filosófico, lo cual nos puede servir de presentación al tema de la experiencia histórica de los pueblos Diaguito-Kalchaki, que aquí en el presente libro nos ha reunido. Y eso es lo que propongo en esta introducción: Que debemos superar el diálogo asimétrico entre colonizados y colonizadores, puesto que nuestros pueblos y culturas aun no han sido derrotados en esta larga “guerra” colonialista, ni mucho menos han sido ‘reparados’ por el agravio, por el despojo; debemos apostar por un diálogo paritario intercultural, un diálogo entre seres humanos que tenemos culturas diferentes, ninguna con “más valor que las otras”, o más Derecho de existir que las otras, sino que debemos dar paso, en forma colectiva y con intervención indígena, al poder creativo del consenso para forjar una cultura de la “Unión en la diversidad”, (que no es, por supuesto la “democracia occidental” o su “multiculturalismo”). El Pueblo de los Quilmes, ya retornó, después de haber dejado regado su simiente por el mundo, pero ya despertó de su largo exilio, de la inconsciencia que le ocasionó esa derrota momentánea. Y Occidente en Argentina y en América debe despejar de su mente ese absurdo monopolio sobre “valores supremos” o “ciencias universales” o “lógicas y razones objetivas” que ha caracterizado a la intolerancia de ciertos intelectuales y políticos occidentales, que felizmente son cada día menos, pero sintomáticamente siguen fieles a sus discursos e intereses, no quieren soltar, ni compartir “el poder”. Mientras los indígenas alejemos eso de “la lucha por el poder”, mientras persistamos en luchar por la “recuperación y el mantenimiento del equilibrio”, tendremos asegurada la victoria sobre el invasor; lo contrario es pasarse a sus filas, asumir al enemigo como nuestro maestro.
Las experiencias del exterminio de nuestros pueblos indígenas como las “aplicadas” en Argentina deben ser cuidadosamente estudiadas y descritas, puesto que los “resguardos”, las “reducciones” y las “reservaciones” no parecen ser los métodos que se aplicaron en las pampas, los resultados prácticos que ha tenido el colonialismo en contra de nuestros hermanos de Argentina son más parecidos a los de Norteamérica. Creemos que estas prácticas y tradiciones en territorios donde las poblaciones colonizadas han sido reducidas a “minorías”, como lo fueron en Argentina y su “guerra del desierto” comandadas por Rosas, Rivadavia y Roca, como guerras de exterminio, deben de tener un tratamiento descolonizador especial por lo diferente y cruento que resultaron y en lo que devinieron en la actualidad. En estos territorios conflagrados como lo son las Comunidades de los valles Diaguito-Kalchakis la cuestión de la “autonomía territorial” comunal, es de primer orden. Aunque es también de primera importancia la realización de diagnósticos situacionales para ver la actualidad del colonialismo hoy en Argentina y la situación de los pueblos indígenas como una realidad que va a impactar en el futuro cercano del devenir continental. Pero sin estudios profundos y serios sobre esta guerra de exterminio que redujo a los indígenas argentinos a ínfimas minorías, no se podrá tener una idea aproximada de cómo y de cuánta “matanza” hubo, de qué dimensiones fue tamaño genocidio; es como dice Valko un trabajo para los “exterminólogos”.
Estos métodos “exterminadores” como los que se ensañaron contra los pueblos indígenas argentinos, no pudieron ser “aplicados”, por múltiples razones, en pueblos indígenas cuyas poblaciones son actualmente mayoritarias dentro de países como Perú, Bolivia, Ecuador o Guatemala. En estos países lo único efectivo es tratar el tema de las Reformas Estatales en el sentido que apuntamos arriba, el de forjar Estado Pluri-nacionales, lo cual significa implementar verdaderas “revoluciones nacionales” en cada país en donde se aplique, por cuanto el tipo de reformas de los Estados serán de orden mayúsculo, ya que se trata nada menos que de poner fin a fenómenos endémicos en los países como es el “Centralismo” y la concentración del poder y la riqueza. Estos Estados a reformar, son manejados en la forma de regímenes políticamente despóticos por una etnia y una cultura hegemónica, puesto que persisten en usar los estilos “arcaicos” de tipo feudal que aún mantienen los Estados-repúblicas existentes y que ya no pueden sostenerse por si mismos. Es necesario pues, modernizar los Estados convirtiéndolos en verdaderos Estados de consenso entre los pueblos que los habitan, y ya sean finalmente convertidos o “modernizados” como Estados “unitarios”, Estados federales o Confederacionales, deberán tener Constituciones Plurales que interpreten los intereses de todos los pueblos y que consagren los dos principios de la ONU: El principios de Libre Determinación plena para todos los pueblos y la Igualdad de Derechos entre los pueblos.
Este tránsito no va a ser fácil, puesto que los que tienen el control de lo que comúnmente se llama “la mamadera estatal” no la van a soltar así de fácil, pues esto implica la corrupción más flagrante y la existencia de mafias criollas “legales” que manejan estos viejos Estados mono-nacionales republicanos.
Igualmente me parece importante, para despejar las alternativas que tienen los pueblos indígenas de Argentina, la reflexión sobre la participación política de los movimientos indígenas en las actuales estructuras gubernamentales del resto de países sudamericanos, tanto de los poderes Ejecutivos como Legislativos, experiencias como las últimas y abundantes en Bolivia y Ecuador y en menor medida en Venezuela y Colombia. Aquí lo más importante será debatir en qué términos se han hecho las propuestas de los representantes indígenas, o mejor dicho, cuáles han sido los programas de los partidos o candidatos indígenas; y si han sido aplicados estos programas y propuestas, qué resultados han tenido para el bienestar y el avance de los pueblos que representaron o dijeron representar.
Y aquí caben los recuerdos de cómo se forjo la lucha indígena en Sudamérica. En los años 80s un grupo de líderes indígenas de varios países, hicieron realidad la primera internacional indígena en Sudamérica con el surgimiento del Consejo Indio de Sudamérica (CISA), experiencia de la que quiero rescatar, la creación de la Revista Pueblo Indio, en la que me tocó el honor de ser el director-fundador, hasta su cuarto número; desde sus páginas caracterizamos e intentamos guiar aquella etapa del movimiento como de una “inexorable recuperación de la conciencia histórica y de la identidad de nuestros pueblos indígenas”, lo que después nos llevaría a lanzar la exitosa “campaña continental de los 500 años de la resistencia indígena”; luego de la cual se levanta una etapa caracterizada por la transacción y la conquista de los primeros “territorios liberados”, que gozan de cierta autonomía, como la de los hermanos Misquitos de Nicaragua y los Kunas de Panamá y ciertamente, etapa que prácticamente culmina con el levantamiento armado de nuestros hermanos del EZLN, en México en enero de 1993 y la autonomía de algunas comunidades de Chiapas.
Pero la etapa actual y que nos tiene preocupados en la actualidad es la del primer gobierno indígena en el continente, que muy a pesar de sus actuales dificultades es el de Evo Morales en Bolivia. Podemos afirmar que el Programa del MAS de Evo es algo aun incierto para los intereses de los pueblos indígenas, mas aun su ideario y sus principios ideológicos son aun cuestionables como representativos de los pueblos indígenas andinos. Claro que las cosas nuevas no nacen bajo modelos ideales, los niños no son copias perfectas de sus padres, pero deben nacer con los genes y el ADN necesarios para el crecimiento y multiplicación de su estirpe. Que esto suceda depende exclusivamente de la composición del Estado mayor del MAS y del devenir del gobierno indígena de Bolivia. ¿Podemos también esperar una impostación y farsa, como lo fue el gobierno del falso indígena Alejandro Toledo en el Perú? Creo que es muy difícil, pero no imposible, la insurgencia organizada de Evo Morales y del MAS, desde sus chacras cocaleras del Chapare, y mas aún desde sus comunidades de origen antes de la inmigración al Chapare, no son garantía suficiente para decir que las reformas que se ven en Bolivia y en el gobierno del MAS, son un auténtico gobierno que interpreta los intereses de las mayorías quechua-aymaras del Kollasuyu altiplánico. El futuro juzgará.
Varios analistas internacionales plantean la inminencia de los cambios en la economía y en los mercados por la irrupción de la India y la China como las nuevas potencias que amenazan la hegemonía de los EEUU y la UE en el mundo y por la fuerte crisis en la que se debate este primer-mundo, pues se dice que aquellas culturas milenarias, gracias al confucionismo, al taoísmo y al induismo, han sabido tomar de Occidente solamente lo necesario, en cuanto a técnica y ciencia, para incluirlo en “sus modos de vida”, en sus culturas milenarias y para competir con Occidente por la hegemonía del mercado mundial.
No dudamos que algo así ocurrirá con las civilizaciones indígenas de América, sobre todo en territorio andino que otrora ocupaba la confederación de los Inkas, territorios que por el sur austral, llegaban al territorio del actual Santiago del Estero, en donde se habla muy bien el quechua, pasando por Tucumán, es decir al territorio Diaguito-Kalchaki, pueblos que no fueron anexados por conquista “imperial” de los Inkas, como así nos lo han tratado de hacer creer los colonialistas, sino que se unieron a los métodos confederativos de los Inkas. Esto lo he podido constatar personalmente por la enorme cantidad de símbolos y de instrumentos arqueológicos Inkas, vigentes aun en los valles salteños, tucumanos y de Catamarca.
Como el Lugar Sagrado de Quilmes queda en Tucumán, tendríamos que relacionarlo con el significado quechua de la raíz túkuy, que significa: Conclusión, acto y efecto de concluir, y que en verbo activo significa: Concluir, finalizar, acabar. Ahora, en verbo neutro significa: Convertirse, volverse o tornarse. Y otra palabra más cercana a “Tucumán” que es Tukúna: Obra o trabajo por terminar o concluir; significados del runa simi o quechua que nos dan excelentes raíces donde podemos relacionar con el verdadero significado de Tucumán y su relación con el santuario de Quilmes como “Pueblo en la ladera”, y también del “final” del Qhapaq Ñan. ¿O podría significar, el comienzo más bien?, pues tal como nos lo señala el símbolo de “la serpiente de dos cabezas”, tan presente en Tucumán: ¿en dónde está el comienzo y donde el final?. El santuario de Quilmes podría muy bien tratarse del comienzo y el final de la gran ruta Inka.
Es necesario estudiar prolijamente toda esta región argentina, para reconocer la huella propia y legítima del significado y la presencia Diaguito-Kalchaki en la confederación Inka, pues la huella del Qhapaq Ñan se reconoce imbatible en la Kata-marka (Kkháta: Ladera, falda de colina o cerro que como Kkháta pampa, que significa: llanura en declive; y Marka cuyo significado es “Pueblo colonia”. Catamarca significaría: Pueblo colonia en declive) o “pueblo en la ladera” que es la traducción del runa simi (Santuario de Quilmes, o lugar sagrado recuperado hace poco por las comunidades Diaguitas de Quilmes), pero también por sus plazoletas semi-hundidas circulares y cuadradas (ver fotos) y en el símbolo del Qhapaq-runa, inequívoco emblema de los fundadores de la confederación Inka y presente en todo el territorio Diaguito-Kalchaki: El de las serpientes entrelazadas, o que aparentan ser una “anfisbena” o serpiente de dos cabezas, que es el ícono, sello, “escudo” inconfundible del Amaro Runa o Qhapaq Runa, que fueron (y siguen siendo) los alarifes del Qhapaq Ñan.
Esa serpiente "bicéfala", que tanto aparece en los diseños de los valles Diaguito-Kalchakis, no es una anfisbena, no es una serpiente que tiene dos cabezas, en realidad son dos serpientes enlazadas por la cola, pero que representa los dos sentidos que tiene el tiempo, ya que el tiempo en la cultura andina también es paritario. Hay un tiempo de ida, y un tiempo de retorno (O kutin). Lo que no pasa en occidente con su concepción del tiempo es que solo es de "ida + ida + ida, etc"; en cambio en el mundo andino el tiempo es "ida-retorno, ida-retorno, etc", es decir mientras el occidental piensa que su tiempo es un "ir" permanente, el andino piensa el tiempo como es realmente “un ir y venir”. Por ejemplo, cada vez que se aspira aire, se está pleno de vida, en cambio cuando uno "expira", uno hace eso mismo: Se está asumiendo la muerte y esto como soporte de la vida, es el “kutin”, es decir el retorno, lo mismo pasa con el corazón, el diástole es la ida, el sístole, el retorno, el primero lleva la sangre con oxígeno y alimento para el cuerpo, el otro devuelve la sangre “muerta”. Los de cultura occidental tardarán mucho todavía en conceptualizar y más aun en ser conscientes del tiempo reversible o la etapa “del retorno”, que cualquier indígena quechua conoce como: Kutin.
Son las dos sierpes “que cuidan la vida” en la leyenda andina recogida por el Amauta Luis E. Valcárcel, son “Yakumama” y “Sachamama”, las dos sierpes que atraviesan “los tres pachas”, una es el arco iris que da color a los seres de la naturaleza, y la otra el rayo que fertiliza y engendra la vida sobre la tierra. Mitos cosmogónicos de la “paridad” y el “tinkuy” andino-amazónicos; muy presentes y muy “domésticos” en los valles Diaguito-Kalchakis. La pregunta es si este símbolo fue llevado o “traído” hasta allí, o más bien, desde aquí fue llevado al norte con la construcción del mítico “Camino de los Justos” o Qhapaq Ñan, pues según el prestigioso y ya desaparecido arqueólogo e investigador argentino-boliviano Dik Ibarra Grasso (1917-2000), los fundadores de la cultura andina, vinieron de lo que ahora se conoce como el Sur del Cusco, pero …¿de cuán al sur vinieron?, ¿al sur de Potosí, tal vez?, pues allí esta Tukúman y Katamarka. Preguntas cuyas respuestas requieren de una profunda y mayor investigación. Otra pregunta que me cuece la cabeza es: ¿por qué fue destruido el idioma Kakán? ¿por qué los extirpadores frailes cristianos, se apresuraron en decodificar y desaparecer el idioma nativo local?; ¿Serán las mismas razones que tuvieron la exterminación del idioma Puquina, que fue el ancestro del quechua y del aymara?.
Volviendo a nuestro tema de las confrontaciones de civilizaciones; ya también comenzó a pasar con los Mayas y los Mapuches, en Guatemala, en Chile y en Argentina. En América Latina nos debemos preparar para los cambios, mientras mas rápido nos sumemos a ellos, menos bruscos serán los saltos. Si bien no podemos saber cómo será el mundo dentro de los cien años que vienen podemos estar seguros que el capitalismo occidental no las tiene todas consigo y que la proclamada “globalización” no es ni mucho menos una mera “occidentalización”. El “modo de vida” occidental ya no tiene la soberbia de antes, sus valores o principios sobre el Individuo, la Libertad, la Democracia, el Mercado, la hipervaloración del capital financiero, etc, etc, ya no tienen ese sabor a esos “valores universales” que les dieron como consecuencia de la derrota del llamado “socialismo real” y el desmantelamiento del “bloque comunista”. Estos valores ya no pueden ser impuestos ni “vendidos” de la forma fanática y fundamentalista como lo pretenden aun algunos sectores recalcitrantes políticos y religiosos, que pretenden continuar con ese hiper-colonialismo que subsiste en América Latina.
¿Por qué decimos que se fortalece el hipercolonialismo?, porque creemos que es necesario caracterizar la verdadera dimensión del dominio de la cultura occidental en nuestros países; dominio en la forma de Estados criollos que detentan el poder basándose en dos mecanismos que hasta hoy se han perpetuado y que se profundizan desde la colonización de América. Uno es el “Despotismo Político” que sustentan las minorías criollas que están organizadas en las oligarquías políticas que están posesionadas de los Estados-repúblicas con Constituciones mono-nacionales hechas a la medida de sus intereses y mecanismos de dominación. Y el segundo mecanismo es el llamado “Mercantilismo Económico” perfeccionado hasta límites insospechados, como por ejemplo la verdadera política de Estado que protege las importaciones de alimentos subsidiados que compiten deslealmente con los indígenas productores de alimentos nacionales, los ejemplos del mercantilismo de las minorías criollas sobran a lo largo de la historia de nuestras repúblicas.
Además de estos dos mecanismos notorios, existe en el terreno de la educación un verdadero sistema de control cultural a través de los sistemas educativos que por ejemplo en casi todos los países de América, existe solo un programa único para una población supuestamente homogénea culturalmente occidental y étnicamente criolla y aunque se están probando sistemas de la llamada Educación Bilingüe-Intercultural, estos programas no pasan de ser verdaderos “saludos a la bandera”. En países en donde existen millones de indígenas, que no exista un Ministerio de Educación de la cultura indígena presente, es por decir lo menos una afrenta de lesa humanidad. Y no abundaremos sobre la dominación cultural a través del control mediático que ejercen las minorías criollas sobre las masas indígenas, pues para reconocer este discurso es necesario mirar a través del cristal indígena y sobreponerse al hipercolonialismo mejor implantado en el mundo, que impone un racismo muy sofisticado del cual no se habla ni se legisla, pero que se practica automática y subliminalmente, la gente según sea su extracción cultural y étnica sabe mantenerse dentro de sus espacios estancos, sabe dónde no debe ir y con quién puede hablar y con quién no; es un racismo depurado en donde el indígena y el mestizo es victima y victimario en su misma persona y en contra de sus hermanos. En fin, el racismo en nuestros países es un racismo “encapullado” a los mismos mecanismos económicos, sociales y políticos, por tanto son mecanismos “invisibles”, ese racismo del cual sus prácticas sociales no se hacen conscientes, no se pueden hablar, ni denunciar, porque las prácticas sociales no delatan su verdadera causa y sus verdaderos mecanismos, salvo cuando por necesidad o casualidad alguien traspasa las fronteras invisibles del racismo subliminal, soterrado, “encapullado” a un sistema aparentemente legal.
En el año de 1937 Germán Arciniegas escribía en Bogotá que los españoles no “descubrieron” América, sino todo lo contrario que la “ocultaron”, dice: “...se afanaron por esconder, por callar, por velar, por cubrir todo lo que pudiera ser una expresión del hombre americano” (América, tierra firme, Edit. Sudamericana, BBAA, 1959; p. 53); ¿No es singularmente sospechoso que los llamados conquistadores españoles se dediquen a destruir y ocultar absolutamente todo lo que pudiera aparecer como alta civilización en América?, al notar la ferocidad destructiva de España uno se pregunta, ¿Es que querían que no quede huella ni rastro... , pero de qué?; ¿Qué es lo que querían ocultar?. Y este ocultamiento sospechoso de los valores de nuestros pueblos, es lo que caracteriza la realidad del colonialismo actual, que aun oculta a los pueblos indígenas cual si fuéramos “invisibles”.
En el año de 1998 el experto independiente de la Comisión de DDHH de la ONU, Alfonso Martínez citaba en su informe sobre “Tratados entre Pueblos Indígenas y Estados”, al investigador del colonialismo Walter L. Williams cuando escribe: «el fenómeno colonial europeo implica la conquista y control de pueblos culturalmente diferentes, cuya idiosincrasia es tan disímil, que por ello deben ser gobernados como sujetos a los que se les margina del proceso político» (en «Journal of American History» Nº 66, Pág. 4, 1980). Esta “marginación total” del proceso político que excluye a nuestros pueblos de los procesos de gobernabilidad, es algo que re-crea y perfecciona lo que nosotros llamamos “hiper-colonialismo” sobre nuestros países andinos.
R. Tom Zuidema, el prestigioso estudioso de la cultura andina, en uno de los diarios limeños de mayor circulación en el Perú, respondía hace poco una entrevista que le hiciera Juan Ossio, ex–ministro de Cultura, así : “... Y yo no sé hasta que punto en el Perú o en las culturas andinas se ha reconocido la pluralidad de la sociedad; en cierta forma, me parece que la cultura indígena nunca ha obtenido un reconocimiento legal”; y luego: “...Creo que donde más ha sufrido la cultura indígena es en la organización política a nivel mas alto del pueblo mismo... la idea indígena de una organización política encima de la organización de los pueblos existe todavía”. Y finalmente: “Como holandés, descendiente de estudiosos coloniales, me parece en cierto modo, que el Perú es un país colonial; hay gente de una cultura occidental que gobierna a pueblos totalmente distintos y si no se puede hacer de Lima una ‘república independiente’, entonces hay que resolver el problema de estudiar mejor las culturas fuera de Lima... me parece casi imposible occidentalizar todo el país...” .
Estas tres ultimas citas, las he escogido para que nos ayuden a entender las principales características del hiper-colonialismo de nuestros países andinos, como fenómenos sociales que hay que estudiar y diagnosticar para intentar soluciones apropiadas a la gran dimensión del conflicto que plantean, estas características se refuerzan mutuamente y recrean lo que hemos llamado situación de hiper-colonialismo de nuestros países, estas características son: 1. Que el colonialismo interno ha ocultado (o invisivilizado) y con esto, ha negado o desaparecido los pueblos indígenas, incluso en los países en los que los indígenas tienen una población superior a la de los criollos occidentales. Proceso que ha sido llamado en la ONU: “Proceso de domesticación de los Pueblos Indígenas”. 2. Que las minorías criollas y sus estructuras de poder y de gobierno han creado mecanismos de exclusión total en contra de los pueblos indígenas “desaparecidos” por un proceso culturalmente dirigido, estas estructuras deben ser estudiadas y desmontadas para permitir el acceso intercultural al gobierno y al poder y; 3. Que los Estados y sus mecanismos estatales han sido montados con la pretensión de occidentalizar a todo el país, cosa que en opinión de muchos especialistas es imposible.
Estos tres fenómenos que todavía no han sido estudiados en profundidad y cuyo conocimiento es lo que va a posibilitar las “terapias” o soluciones efectivas y eficaces; es lo que le hace sugerir socarronamente a R. Tom Zuidema estudioso del fenómeno del colonialismo, que sería mas fácil que los criollos “independicen” ciudades o barrios dentro de las ciudades, en donde viven, en lugar de pretender ilusamente occidentalizar el total de nuestros países.
Salta, septiembre del 2011
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Descendientes de los Diaguitas-Kalchakis orgullosos de su estirpe.
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El colonialismo interno ha desaparecido o invisibilizado a las poblaciones indígenas.
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El norte argentino y la presencia distintiva de pueblos indígenas de enorme singularidad.
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El racismo depurado impulsa a ignorar el aporte ancestral y laborioso de las culturas indígenas.
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Promotores de la paz y la paridad, los pueblos debieron resistir la embestida occidental.
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Este texto originalmente es la Introducción del libro: “Kakanchic, Pájaro de las Tormentas, La Resistencia del Pueblo Quilmes”, de Adriana Zaffaroni, Francisco Chaile, Javier Lajo y Gerardo Choque, del Colectivo Rescoldo, Salta, Argentina, 2011.
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