El autor de los atentados de Oslo, Anders Behring Breivik, no presenta síntomas de una súbita locura ni ninguna patología extraordinaria. Lo más probable es que, al igual que el autor de las recientes masacres de Montauban y de Toulouse en Francia, Mohamed Merah, el noruego Breivik simplemente se tomó en serio el discurso político-mediático del «choque de civilizaciones». Tanto Merah como Breivik se creyeron lo que les decían, escogieron su bando en ese conflicto imaginario y quisieron probar su coraje pasando a la acción. Para Jean-Claude Paye, el enfermo no es el asesino de masas postmoderno. Quien tiene que recuperar la razón es la sociedad que está avalando la retórica neoconservadora a través de las guerras imperiales y las leyes securitarias.
Las masacres son un fenómeno recurrente de nuestra postmodernidad. Y no sólo son resultado de las acciones militares del ejército imperial y sus «coaliciones» sino también de actos individuales. A través de lo que sigue calificándose como crónica roja, tales actos forman parte de nuestra vida cotidiana. Ya no se ven esos actos como algo que sucede al margen de la sociedad, sino que integran lo real [Lo real es un concepto de la teoría lacaniana muy complejo y difícil de definir. Para facilitar la comprensión, diferenciaremos ese término del resto del texto recurriendo al tipo de caracteres ya utilizado en su primera mención. Nota del Traductor.] de esta última. Así que los autores de asesinatos masivos no son portadores de valores propios. Tampoco presentan las características de una psicosis «extraordinaria», sino tan sólo las de una «psicosis ordinaria», una psicosis compartida por la sociedad en su conjunta. Estas masacres simplemente traducen esta psicosis en hechos. En estas masacres se concreta una tendencia, revelan un encierro colectivo en la virtualidad de la «guerra de civilizaciones», o sea en un lo real nuevo y destinado a reemplazar la realidad de las contradicciones sociales.
Una masacre para luchar contra el «complot islamo-marxista»
Se esperaba con impaciencia el informe de los psiquiatras, entregado el 29 de noviembre de 2011, sobre el autor de los atentados perpetrados en Noruega el 22 de julio del mismo año. Breivik había hecho estallar en Oslo una bomba que mató 8 personas. Después se fue a la isla de Utoya, donde asesinó a tiros 69 jóvenes e hirió un centenar. El contenido del informe debía tener consecuencias sobre la posible solución del caso, ya fuera mediante un juicio o a con el internamiento del autor de los hechos en una institución siquiátrica.
Citando las conclusiones de los psiquiatras, la fiscalía noruega anunció que el detenido estaba sicótico en el momento de los hechos. Desarrolló al parecer una «esquizofrenia paranoica». Si el tribunal concuerda con la opinión de los expertos, el acusado no podrá ser considerado penalmente responsable y no será sometido a juicio.
La no realización de un juicio contra Breivik plantearía varios problemas. Numerosos aspectos no aclarados de este asunto quedarían sin respuesta, como la posibilidad de que el asesino no haya actuado solo –hipótesis que parece confirmar el hecho de que Breivik llevaba un walkie-talkie mientras perpetraba sus crímenes [1] así como la ausencia de fuerzas de seguridad en la isla, la increíble lentitud de la policía para llegar a los lugares de los hechos o el hecho que el asesino no hubiese sido objeto de un arresto preventivo a pesar de ya había anunciado claramente sus intenciones a través de Internet y de que se había detectado una compra de 6 toneladas de fertilizante químico, indicio clásico en materia de terrorismo.
El fiscal Sven Holden explicó que «los expertos han descrito a una persona que se encuentra en un universo ilusorio en el que todos sus pensamientos y gestos están regidos por sus propias ilusiones» [2]. El fiscal coincide así con las posiciones del abogado de Anders Behring Breivik. El abogado había declarado primeramente que su cliente estaba probablemente «demente». Después prefirió afirmar que Breivik tenía «su propia percepción de la realidad».
Estas declaraciones plantean también varios problemas. Que Breivik tuviese una visión ilusoria de la realidad no tiene nada de particular ya que la ilusión es un elemento que acompaña toda forma de percepción. Pero esto no puede llevar a la psicosis que, a su vez, confunde el interior y el exterior y fusiona el sujeto y el objeto haciendo así imposible toda forma de conciencia.
Merleau-Ponty nos demostró que la percepción, como forma de habitar el mundo, se funda necesariamente en una creencia, en otras palabras en una ilusión. Jacques Lacan completa esta teoría cuando nos indica que en la alucinación sicótica el elemento de creencia en el mundo, que normalmente acompaña acciones y pensamientos, se ve reemplazado por una certeza absoluta.
Los mismos valores que los medios
En la elaboración de su discurso, Breivik no se fusiona con su objeto. Breivik se representa a sí mismo y enuncia su verdad y sus valores. Es por lo tanto poseedor de una forma de conciencia, lo cual no sucede en el caso de un sicótico, sólo enteramente hablado.
Breivik no sólo tiene una visión de la realidad sino que, como toda percepción, esa visión es reflexiva. Y, al contrario de la psicosis, esa visión distingue el interior del exterior al tiempo que los articula.
Además, el dogma del complot islamo-marxista no es una invención de Breivik. Es un paradigma ampliamente divulgado a través de la teoría del choque de culturas, expuesta al mundo en la obra del estadounidense Samuel Huntington [3]. Luchar contra el complot islamo-marxista forma parte de una «guerra de civilizaciones». ¿No fue acaso en nombre de la «guerra del Bien contra el Mal» que el presidente Bush desató la guerra contra Irak? Y los bombardeos de la OTAN contra Libia se efectuaron en nombre del amor por las víctimas de Kadhafi [4].
Behring Breivik ha declarado que cometió sus «ejecuciones (…) por amor hacia su pueblo». El objetivo de su atentado es lograr que la sociedad abra los ojos ante «la guerra del Bien contra el Mal», ante la guerra entre la identidad cristiana y la islamización de Europa. Su acción debe hacer visible la invisibilidad de una guerra subterránea y despertarnos a todos. La masacre debería mostrar la existencia del peligro islamista. Breivik reconoce que cometió el atentado, pero no se considera culpable ya que ese tipo de acción tiene su origen en los «yihadistas». Breivik no es el único que invierte así la interpretación de los hechos. Los medios de comunicación se preguntaron al principio si no se trataba de un atentado islamista. Después, cuando se supo que el autor era un «noruego de aspecto noruego», numerosos medios acompañaron la información con la afirmación de que este «islamófobo» usaba la misma retórica y los mismos métodos que los movimientos islamistas, y que el atentado presentaba incluso el mismo modus operandi [5].
La cruzada como medio de pasar a la acción
La característica específica del detenido no reside entonces en su forma de ver el mundo, ni en valores o en un universo ilusorio propios, sino en el hecho que se siente que tiene una misión. Se presenta a sí mismo como un cruzado en guerra contra «la invasión musulmana» y se considera como «el más perfecto caballero desde la Segunda Guerra Mundial» [6]. Behring Breivik se ve a sí mismo como un combatiente en la «guerra de civilizaciones». Lo que le distingue es la manera como recibe el mensaje. No se limita a la escucha pasiva sino que decide pasar a la acción.
El acusado se ofrece a sí mismo como objeto de culto porque estima que el atentado es «cruel pero necesario». Se constituye en símbolo para convertirse en sustituto de la realidad, o sea para evitar así, a los demás y a sí mismo, toda mediación simbólica. Es él, a través de su acto, quien se hace portador de la voz de lo invisible que debe ser escuchada, de la voz de la guerra «cósmica». Se erige en dueño del discurso y fusiona a la vez dos posiciones, la del verdugo y la del chivo expiatorio. Corresponde así a la perfección con la antinomia característica de la estructura perversa, desarticulada entre la reivindicación de un yo fuerte y el fantasma que sitúa al sujeto como objeto, el de la «guerra de civilizaciones». El detenido se mantiene, en efecto, parcialmente conciente. Su «locura» parece venir del carácter imperativo del acto y del hecho que, encerrado en una estructura perversa, él mismo se plantea competir con el «monopolio de la legítima violencia» que se arroga el Estado.
Un informe siquiátrico controvertido
Ante las declaraciones del fiscal, los noruegos se plantean una interrogante: «¿Puede ser considerado sicológicamente inestable un individuo que planificó estos crímenes por varios años y de manera tan minuciosa?» [7].
En una carta publicada por el tribunal de Oslo, los abogados de 56 sobrevivientes y familiares de víctimas ponen también en tela de juicio el diagnóstico de los dos psiquiatras, diagnóstico posteriormente avalado por una comisión médico-legal. «Varios de los acusadores que lo vieron en Utoya lo consideraron cínico y racional y estiman que eso es poco compatible con la posibilidad de que estuviese sicótico» [8], escribieron los abogados. La resistencia de las familias de las víctimas, así como la del personal siquiátrico a cargo del seguimiento del detenido, acabó poniendo en crisis la tesis del desencadenamiento de una psicosis y el tribunal de Oslo ordenó, el viernes 13 de enero de 2012, una nueva evaluación siquiátrica de Anders Behring Breivik [9].
Pero el tribunal no ha renunciado del todo a la posibilidad de psiquiatrizar el caso y de no proceder así a la realización de un juicio contra el detenido. Durante la conferencia de prensa, al anunciar su decisión de ordenar un nuevo informe, los jueces indicaron que los expertos «tendrán, entre otras cosas, que buscar otros padecimientos físicos o psíquicos que puedan explicar cómo funciona el acusado».
Como joven romántico e ingenuo, Anders Behring Breivik creyó en los medios de prensa y los líderes políticos occidentales. Y estos lo convirtieron en autor de un asesinato masivo.
Una psicosis ordinaria
Lo que los psiquiatras han designado como psicosis desencadenada o extraordinaria no es más que la psicosis ordinaria [10] que está invadiendo nuestras sociedades. La «guerra del Bien contra el Mal» es, en efecto, fruto de un lo real nuevo que se sustituye a la realidad de las contradicciones sociales de orden económico y político. Esta psicosis ordinaria [11], como la describe Jacques Alain Miller, no es particular del detenido, es una psicosis de masas que existe en una época en que la palabra ha dejado de ejercer su función de separación entre la cosa y su enunciación. Encerrado en la imagen que fusiona esos dos elementos, el sujeto deja de ser hablante para convertirse en hablado.
Diversos autores de asesinatos en masa, que actuaron a título personal y sin el reconocimiento de un poder público, caracterizan la postmodernidad. El ejemplo más notable sigue siendo el atentado de Oklahoma City, perpetrado en 1995 [12], que costó la vida a 168 personas y dejó más de 680 heridos. Los asesinatos en masa se han hecho cada vez más frecuentes desde hace 2 décadas [13]. Los cometen adolescentes y adultos jóvenes y generalmente terminan con el suicidio de sus autores. Breivik es por lo tanto una excepción en este último aspecto. La muerte de los asesinos evita automáticamente la acción pública contra estos. El hecho que Breivik no haya puesto fin a su propia vida proporciona una oportunidad única de abrir un debate sobre este problema de la sociedad.
Es a esa oportunidad que los «expertos» han cerrado la puerta, respondiendo así a la perfección a lo que de ellos se esperaba. En caso contrario, el ministerio fiscal se hubiera visto ante un individuo en gran parte conciente, cuyo error no reside en sus valores sino únicamente en haber tratado de competir con el monopolio estatal de la violencia en la puesta en práctica de dichos valores.
Juzgar al asesino noruego implicaría oponerse a su discurso, que no es otro que el discurso dominante a escala mediática, el discurso del «choque de culturas». Rechazar el juicio es, por el contrario, poner el acto fuera del derecho, predestinarlo al sobreseimiento. Es convertirlo en una anomia, en un encerramiento en lo real fuera de la constitución imaginaria de la sociedad. Declarar irresponsable al detenido se inscribe en una estructura perversa de negación de la psicosis social. No juzgar a Breivik es obstaculizar que una palabra pueda decirse y romper el encerramiento en ese lo real nuevo. Es tratar de lograr que nos dejemos arrastrar por la «guerra de civilizaciones».
[1] «Norvège: audition attendue de Behring Breivik par les enquêteurs» (Noruega: los investigadores a la escucha de Breivik), agencia de noticias AFP, 29 de julio de 2011.
[2] «Norvège: pour les psychiatres, Breivik n’est pas pénalement responsable» (Noruega: para los siquiatras Breivik no es responsable penalmente) agencia de noticias AFP, 29 de noviembre de 2011.
[3] «La «guerra de civilizaciones», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de junio de 2004.
[4] «Imagen del sacrificio humano y regreso a la barbarie», por Jean-Claude Paye y Tulay Umay, Red Voltaire, 23 de noviembre de 2011.
[5] «Terrorisme, représentations sociales et monstre doux» (Terrorismo, representaciones sociales y un monstruo amable), Jean Bouberot, Laïcité et regard critique sur la société (Laicismo y mirada crítica hacia la sociedad), 25 de julio de 2011.
[6] «Les psychiatres jugent Breivik pénalement irresponsable», LeMonde.fr con AFP, 29 de noviembre de 2011.
[7] «Breivik.. Terroriste ou psychopathe?» (Breivik...terrorista a sicópata?), por Mohamed Ftelina, Palestine...Savoir la vérité/ La Tribune de Genève, 2 de diciembre de 2011.
[8] «Des parties civiles réclament un nouvel examen psychiatrique de Breivik» (la defensa pide un nuevo examen psiquiátrico de Breivik), AFP, 5 de enero de 2011.
[9] «La justice ordonne une nouvelle expertise psychiatrique de Breivik», AFP, 13 de enero de 2012.
[10] Los términos neurosis, psicosis y perversión provienen del vocabulario médico y designan un estado patológico. Sin embargo, los trabajos de Freud demostraron que esos estados no provienen de un desorden existente «en el cuerpo» individual sino en el cuerpo social. Esta innovación tiene consecuencias de orden práctico y teórico en lo tocante al enfoque de lo normal y de lo patológico. De esa manera, el psicoanálisis permite percibir la existencia de las psicosis normales u ordinarias y la de las psicosis que se han convertido en patologías, o sea en enfermedades.
[11] «La psychose ordinaire» (La psícosis ordinaria), por Alexandre Stevens, École de la Cause freudienne.
[12] «L’attentat d’Oslo évoque celui d’Oklahoma City en 1995» (el atentado de Oslo hace recordar el atentado de Oklahoma City), L’Humanité, 23 de julio de 2011.
[13] «Les meurtres de masse deviennent de plus en plus fréquents» (Los asesinatos en masa son cada vez más frecuentes), por Christophe Carmarans, Radio France Internationale, 24 de julio de 2011.
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