Las crisis no llegan súbitamente. Se van incubando poco a poco y, “de repente” para aquellos que son ciegos, explotan. La que estalló el pasado 8 de agosto se disimulaba desde 2008, cuando las impunes calificadoras internacionales, básicamente Standard & Poor’s, aparentemente no vieron lo que se presentaba en algunas aseguradoras, bancos y sistemas financieros.
Entonces, las mismas agencias que cobran muy altos sus servicios y son ineficientes al máximo no querían darse cuenta de que una serie de agentes económicos estaban al borde del abismo y, lo peor, que habían timado a millones de personas ofreciéndoles paraísos financieros.
Para corroborar lo que digo, basta con ver la película de Charles Ferguson, Trabajo confidencial, la cual se exhibió en la Cineteca Nacional y en unas pocas salas de cine. En el documental se muestra claramente a los que hicieron el gran fraude hace tres años y que salieron beneficiados –ganaron decenas de millones de dólares en sus empresas–. Es decir, los timadores que nos hundieron en la miseria resultaron favorecidos al máximo.
Eso que ocurrió muy explicablemente regresa para mandarnos al fondo. Y pocos son los que critican el asunto. Uno de los valientes que alzaron la voz fue el cineasta Woody Allen quien señaló: “Los miembros del Tea Party que impusieron sus normas al mandatario Barack Obama son unos fanáticos que acarrearán al mundo a la ruina. No es una frase lapidaria ni un exabrupto. Es una definición acerca de esa minoría extravagante, derechista, ilógica”.
Más explícito al respecto es Paul Krugman (El País, 9 de agosto de 2011), premio Nobel de Economía, señala que este tipo de individuos está llevando al suicidio no únicamente a su país, sino al mundo.
¿Qué hicieron estos enfebrecidos del Tea Party? Algo que pregona el neoliberalismo pero llevado al máximo: que haya un equilibrio en el presupuesto, lo que parece sano, pero para lograrlo, sin embargo, hay que reducir el gasto en salud, educación, obras sociales, asistencia a los pobres y, sobre todo, no cobrarles un centavo más a quienes ganan millones de dólares cada jornada. Es decir, continuar desequilibrando el sistema para que, en un momento dado, llegue el estallido inevitable.
Esa misma doctrina perjudicial es la que han empleado los gobiernos de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón, hermanados en pregonar al mercado como un dios; un dios ciego, en realidad.
Los resultados en México son notorios. Según cálculos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en lo que va del actual sexenio hay más de 3 millones de miserables. Casi el 50 por ciento de la población no tiene lo mínimo para una vida digna. Es decir, en casi 30 años de un modelo que pregonaba que todos seríamos propietarios, ahora nos damos cuenta que vamos en un retroceso imparable.
Pero usted no sufra ni se acongoje. A decir del secretario de Hacienda –en sus ratos libres– Ernesto Cordero, no hay que preocuparse demasiado. Tenemos suficientes reservas para enfrentar el vendaval. Cerca de 200 mil millones de dólares según cuentas no muy claras. Pero si de repente salen los 150 mil millones de dólares que son los llamados capitales golondrinos, colocados en el país en recientes años para gozar las tasas de interés, ya que en yanquilandia están en cero, entonces sí que Dios nos agarre confesados porque nadie nos defenderá.
Ya sabemos que desde Los Pinos se dio la orden de que todo el gabinete tuiteara. En los 140 caracteres de ese lunes negro, el mensaje de Cordero fue realmente increíble: “Fin de semana maravilloso. Gran acto panista en Puebla”. Y es que el gobernador de esa entidad, Rafael Moreno Valle, le organizó una reunión, donde el tradicional acarreo fue lo importante, en la que congregó a miles de individuos. Fue tan sorpresivo que Cordero no pudo ni siquiera hilar bien su discurso y los asistentes no supieron a quién le rendían pleitesía.
Mientras el candidato de Felipe Calderón hace presencia en muchos lugares, el presidente de la Bolsa de Valores, Luis Téllez, señala que la calificadora de pobres, o Standard & Poor’s, no sólo está equivocada sino que peca de arrogancia. Eso porque aparentemente la crisis se desató ya que la calificación de Estados Unidos bajó de triple A a doble A, algo que no ocurría desde 1941, luego de la Segunda Guerra Mundial.
El lenguaraz y rectificador de Téllez –no se olvide que dijo que Carlos Salinas se había robado la partida secreta presidencial–, tiene en parte razón, aunque el meollo del asunto está en otro lado: la verdad es que el capitalismo neoliberal hace agua por todas partes. Basta con ver los estallidos y la rebelión en Inglaterra, el más fiel aliado de Estados Unidos en todas sus aventuras bélicas y en su desafío a la Comunidad Europea, y los diferentes movimientos de indignados que hay en el planeta, acentuados los de España y Chile.
Y es que en el futuro, como va la economía –manejada por unos cuantos financieros que sólo desean enriquecerse sin sentido todos los días, olvidé a los políticos, ya que éstos no mandan ni en su casa–, no se tiene para cuándo se resuelvan los problemas que vivimos cada minuto. Cualquier solución ahonda en una crisis que está aquí a pesar de la propaganda oficial que insiste en decirnos: “Estamos blindados”. La realidad es que la bola de nieve que viene nos arrasará sin remedio. Tanto así, que el monero Calderón lo exhibe muy bien en su caricatura el pasado 7 de agosto en Reforma.
Ese mismo día, El País en su encabezado expresó: “El mundo se asoma a otra recesión ante la impotencia de los gobiernos”. El diario Il Corriere della Sera dijo: “Los gobiernos intentan gobernar, pero las agencias de calificación dictan las reglas”. Frente a estas explicaciones, la mayoría de los funcionarios mexicanos se tapan los ojos y quieren convencernos de que vamos por la ruta correcta. La clase dirigente mexicana es ciega y parloteadora.
¡Cuidado! El precipicio está cerca y es mejor tomar provisiones que escuchar el canto de los demagogos. Usted, como siempre, tiene la palabra.
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