Imad Fawzi Shueibi analiza las causas y consecuencias de la reciente posición de Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU. El respaldo de Moscú a Damasco no es una posición heredada de la guerra fría sino el resultado de un profundo análisis de la evolución de la correlación mundial de fuerzas. La actual crisis dará lugar a una nueva configuración internacional, que transitará progresivamente del modelo unipolar surgido a raíz de la desaparición de la Unión Soviética hacia otro tipo de sistema aún por definir. Esa transición llevará inevitablemente al mundo a un periodo de turbulencias geopolíticas.
Hay quienes apuestan, como de costumbre, a que Rusia cambiará de actitud hacia el Medio Oriente y volverá a la posición que había adoptado hacia los asuntos libios y sirios. En realidad, un análisis a fondo de la posición rusa contradice esa hipótesis por las siguientes razones:
En el mundo actual, Rusia no puede volver atrás ya que Moscú ve en los actuales acontecimientos y en su confrontación con Occidente –o sea con Estados Unidos y Europa– la ocasión de concretar un nuevo orden mundial, superior al orden (si es que eso puede llamarse «orden») que prevaleció al término de la guerra fría y del derrumbe de la Unión Soviética y que se caracterizó por su esencia unipolar pero que está deslizando hacia la multipolaridad desde la agresión israelí de 2006 contra el Líbano.
Fue eso lo que Vladimir Putin quiso expresar el 14 de enero de 2012 cuando anunció que estábamos viendo la formación de un nuevo orden mundial, diferente al que surgió después del fin de la Unión Soviética. Ello implica que Moscú se empleará a fondo para contrarrestar todo intento de detener ese proceso, aunque ello implique llegar al conflicto. La declaración del ministro ruso de Relaciones Exteriores señalando que Occidente cometería un grave error si se imagina que puede atacar Irán –declaración a la que siguió otra declaración de Putin señalando que, si Occidente llegara a intentar una acción unilateral en la escena internacional, Moscú no se quedaría cruzado de brazos y que incluso respondería enérgicamente– no fue otra cosa que un ultimátum que significa que Moscú no piensa seguir regateando, como en Irak, ni quedarse indeciso, como en Libia, y que hoy en día todo apunta al establecimiento del nuevo orden mundial, después de la retirada estratégica estadounidense de Irak y en momentos en que el presidente Barack Obama anuncia una reducción de efectivos que llevará las fuerzas armadas de Estados Unidos a pasar de 750 000 hombres a 490 000 y una reducción del presupuesto militar a 450 000 millones de dólares.
Lo anterior implica la incapacidad de lanzar simultáneamente dos operaciones militares diferentes, pero también anuncia el comienzo de la confrontación con China en el sudeste asiático (y el armamento de esa región). Pekín respondió, el 7 de enero de 2012, declarando que «ya Washington no está en condiciones de impedir que salga el Sol Chino». Washington está cometiendo nuevamente la locura de enfrentarse a China, cuando ha perdido la batalla con Moscú en numerosos frentes, ya sea en la importante cuestión del gas en Turkmenistán y en Irán o en las costas del Mediterráneo (con el anuncio de su nueva estrategia, Washington se retira de la región, mientras se compromete a garantizar la estabilidad y la seguridad del Medio Oriente afirmando que se mantendrá vigilante).
Putin, al referirse a su propia estrategia, escribió recientemente que «el mundo se prepara para entrar en una zona de turbulencia larga y dolorosa», lo cual debe tenerse en cuenta mucho más allá de las simples declaraciones de intención electorales. Con ello afirma claramente que Rusia no persigue el ilusorio objetivo de una dominación unipolar en pleno derrumbe, y que no podrá garantizar la estabilidad mundial, en un momento en que los demás centros de influencia no están aún listos para asumir esa tarea de forma colectiva. En otras palabras, estamos a las puertas de un largo periodo de confrontación con el sistema unipolar, que durará mientras las otras potencias no consoliden un nuevo orden mundial.
Habitualmente, Estados Unidos se retira cuando sus posibilidades de éxito no son ni rápidas ni seguras. Estados Unidos conoce perfectamente el grado de deterioro de su economía y está conciente de la pérdida de influencia de su fuerza militar, sobre todo después de haber perdido su prestigio por recurrir a la guerra de forma intempestiva. Aunque sabe que no es posible volver atrás en el tiempo, Putin invita a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, del G8 y del G20 a detener toda tentación de provocar tensiones basadas en cuestiones étnicas o sociales, o el surgimiento de fuerzas destructivas que puedan amenazar la seguridad mundial. Es este un claro indicio del rechazo, en las instancias decisionales, hacia las tendencias religiosas y los grupos armados que no respetan el sistema de Estados-Naciones. Putin identifica claramente a esos grupos como aliados objetivos de los Estados que están exportando la «democracia» mediante el uso de la vía militar y la coerción. Moscú está dispuesto a hacer frente a esas tendencias políticas y a esos grupos armados. El primer ministro ruso concluye afirmando que ha dejado de ser justificable la violación del derecho internacional, aunque parta de una buena intención. Lo cual significa que los rusos no aceptarán en lo adelante ningún otro intento de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos tendiente a sustituir el principio de soberanía por el de injerencia humanitaria.
En realidad, Estados Unidos no puede retirarse por completo del Medio Oriente. Simplemente está rediseñando esa zona mediante una «guerra a través de intermediarios». Esto sucede en momentos en que Putin reconoce que las potencias emergentes todavía no están listas para ocupar sus posiciones en el nuevo mundo no unipolar. Estas potencias emergentes son China, la India, y, en general, los Estados de la Organización de Cooperación de Shangai. Y esto implica lo siguiente:
– El mundo será en lo adelante menos unipolar de lo que fue en el periodo 2006-2011.
– Los conflictos van a caracterizarse por el hecho de ser mundiales y vendrán acompañados de un discurso cada vez más agudo, dando la impresión de que el mundo se acerca al abismo y que está en peligro de caer en él.
– La regla según la cual «las superpotencias no mueren en sus camas» es una regla que invita a la prudencia ante los riesgos de huida hacia delante, sobre todo cuando una superpotencia se ve fuera del sistema principal al que se había acostumbrado desde la Segunda Guerra Mundial y cuando sus opciones se sitúan entonces entre hacer la guerra y atizar la tensión en las zonas de influencia de los demás. Como las armas nucleares hacen muy difícil, si no imposible, el estallido de guerras entre las superpotencias, el aumento de las tensiones y/o el desencadenamiento de guerras a través de intermediarios se convierten en la alternativa para los conflictos por la consolidación de posiciones en el plano internacional. También está la opción de una redistribución satisfactoria de las zonas de influencia según una nueva Yalta. Algo que hoy parece imposible pero ¿seguirá siéndolo en el futuro? En materia de acción política no puede excluirse ninguna opción. Existe una regla según la cual es posible vencer a una superpotencia, pero es preferible no hacerlo. Más vale permitirle salvar las apariencias y lograr una cohabitación entre nuevas y antiguas superpotencias. Así sucedió con Francia y Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial.
– La inquietud más grave tiene que ver con la lucha por la modificación del statu quo, mucho más feroz que la que pudimos ver durante la guerra fría (aunque la época actual es diferente en cuanto a los métodos utilizados), y durará mientras los Estados de la Organización de Cooperación de Shangai no sean capaces de asumir sus posiciones. Eso quiere decir que las zonas de conflicto (Corea-Irán-Siria) están condenadas a un largo periodo de desórdenes. En el idioma de la política contemporánea eso puede verse como la puerta abierta al efecto dominó; o sea como una vía hacia lo incalculable y sin precedentes, y como el paso de las luchas limitadas a conflictos de más riesgo en los que cada cual se jugará el todo por el todo.
Cierto es que los países implicados en la lucha serán participantes en la nueva partición, y que esta futura partición internacional no se realizará forzosamente a expensas de ellos, en la medida en que participen en la lucha. El nuevo reparto mundial se concretará en realidad en detrimento de los demás países situados en la periferia del conflicto, o de los que sirvan de instrumento en el conflicto. Entre las reglas de los conflictos internacionales existe una que especifica que la participación en el mismo determina los parámetros de la repartición –y eso se ha cumplido hasta ahora– a condición de que los países participantes no pierdan su capacidad de iniciativa, su libre arbitrio y sus posibilidades de acción, y de que se atengan al principio de firmeza, que es la regla fundamental en el manejo de los periodos de crisis.
Lo cierto es que el manejo de las crisis será algo que todos tendrán que enfrentar en la fase que ya se anuncia, y que puede ser cuestión de años. El verdadero peligro es que se trate de solucionar las crisis a través de otras crisis, lo cual significa que el Mediterráneo oriental y el sudeste asiático pueden convertirse en zonas de agitación crónica.
Traducción Red Voltaire
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