Inventando un nuevo concepto de «justicia preventiva», el presidente Bush entiende disponer del derecho universal de bombardear.
¿Será el pueblo americano capaz de exigir cuentas a sus dirigentes, de hacer la luz sobre los atentados y de sancionar a los verdaderos culpables?
Tras el 11 de Septiembre, el mundo parecía estar unido en torno a unas cuantas certezas. Atentados, de una amplitud sin precedentes, habían sido perpetrados por fanáticos islámicos contra los símbolos de la potencia de Estados Unidos. Cada persona tenía que elegir bando: el del oscurantismo o el de la libertad.
Un año después, las certezas han dejado su sitio al escepticismo e, incluso, a la indignación. A pesar de sus repetidas promesas, Estados Unidos no ha sido capaz de presentar a la comunidad internacional pruebas de que esos atentados fueron efectivamente cometidos por sus enemigos extranjeros.
Dando marcha atrás en sus promesas de transparencia, George W.Bush habló de «pruebas secretas» y convocó en su ayuda a dos testigos: Tony Blair y Pervez Musharraf. Pero después de haber formado con el presidente estadounidense y con el primer ministro británico el núcleo de la alianza internacional, el presidente paquistaní se desdijo de su apreciación y declaró que no creía que Osama bin Laden pudiese haber concebido y ejecutado los atentados.
Por lo tanto, los verdaderos culpables no han sido llevados todavía ante la Justicia, ni siquiera descubiertos. En cualquier caso, la coartada Bin Laden permitió presentar como respuesta a los atentados una simple expedición colonial, prevista desde hacía mucho tiempo, para imponer la construcción de un oleoducto a través de Afganistán.
Más aún, dado el inagotable pretexto con el que cuenta, George W. Bush cree disponer del derecho universal a bombardear no ya para castigar a los culpables, sino a título preventivo: para acabar con los que algún día podrían convertirse en culpables a sus ojos. Y por eso hace una lista heteróclita de enemigos, a los que acusa de urdir funestos proyectos en el seno del llamado eje del mal.
En oleadas sucesivas, este discurso irracional sumergió las relaciones internacionales, ahogando cualquier noción legal. Los pueblos pueden ser declarados colectivamente responsables de crímenes, basándose en un informe inverificable del FBI y, por lo tanto, aplastados por la maquinaria bélica estadounidense. Otros pueden ser amenazados de destrucción por el único motivo de que sus gobernantes son sospechosos de querer dotarse de armas que, quizá un día, podrían utilizar contra Estados Unidos.
Para movilizar a las multitudes occidentales, toda esta propaganda se disfraza de fórmulas religiosas. George Bush predica la cruzada en la catedral de Washington, mientras el Departamento de Defensa difunde vídeos de Osama bin Laden llamando a la yihad. Y en el mundo musulmán descubren progresivamente que el inaprensible Bin Laden no es un héroe del islam, sino una marioneta de la CIA y, por lo tanto, se preparan para lo peor.
Hay que detener el delirante discurso de la guerra de civilizaciones y los preparativos bélicos de los americanos. Para eso, es necesario abandonar la mística de las cruzadas y volver a las normas del Derecho. La opinión pública mundial debe exigir a sus gobernantes que creen una comisión de investigación internacional, en el seno de la ONU, para desentrañar los atentados del 11 de Septiembre.Los ciudadanos estadounidenses deben pedir cuentas a sus dirigentes civiles y militares.
Porque la lista de las preguntas sin respuesta es enorme. ¿Por qué no se tomó medida alguna para impedir unos atentados anunciados por varios servicios secretos americanos y extranjeros? ¿Por qué no se levantó el secreto bancario para identificar a los autores de las especulaciones bursátiles cometidas antes de los atentados en las compañías de aviación y de seguros que fueron víctimas de los mismos? ¿Por qué a los directivos de las grandes compañías del World Trade Center se les mantuvo alejados del lugar del drama, invitados a una gala de caridad en la base militar de Offutt, donde acompañaron a George W. Bush? ¿Por qué se hundieron las Torres Gemelas, cuando una comisión técnica oficial demostró que, en contra de las hipótesis barajadas en un primer momento, la combustión de los aviones era insuficiente para explicar el deterioro tan rápido de las estructuras?
¿Por qué la torre número siete, que albergaba una base de la CIA y que no fue golpeada por avión alguno, también se hundió, cuando la comisión técnica oficial demostró que, en contra de las primeras hipótesis, las sacudidas de los dos primeros hundimientos no desestabilizaron los cimientos de este tercer edificio? ¿Por qué quedó arrasado por un incendio el anexo de la Casa Blanca? ¿Cómo es posible que los autores de los atentados dispusiesen de los códigos secretos de la Presidencia de Estados Unidos?
¿Qué pasó con el vuelo 77? ¿Por qué se pretendió que se había estrellado contra el Pentágono, cuando éste fue alcanzado por un misil? ¿Quién disparó este misil? ¿Por qué se organizó inmediatamente el desescombro del World Trade Center y del Pentágono y la vitrificación de los escombros, es decir la destrucción sistemática de todas las posibles pruebas?...
Silencio de EE.UU.
En todo el mundo, los aliados de Estados Unidos están inquietos por el silencio de Washington ante todas estas preguntas, por sus proyectos belicosos y, todavía más, por la profunda crisis interior que revela esta huida hacia delante.
La mayor potencia del mundo, la que venció al nazismo y resistió al estalinismo, está enferma, muy enferma. Para defender la libertad frente al terrorismo, el USA Patriot Act suspendió durante cuatro años las libertades fundamentales proclamadas en la Bill of Rights.En el marco del programa TIPS, el país de la libertad reclutó a uno de cada 24 ciudadanos como confidente de la policía, alcanzando así un grado de control social que ni siquiera la extinta RDA había alcanzado con la Stasi.
Para defender las instituciones democráticas en caso de que el Gobierno fuese víctima de un ataque terrorista, el nuevo programa de Continuidad del Gobierno prevé transferir los poderes políticos de los elegidos por el pueblo a los militares. Preparándose a esta eventualidad, el jefe del Estado Mayor interarmas formó ya un gobierno militar de sustitución, dispuesto a tomar el relevo del gobierno civil en cualquier momento.
La paz internacional se encuentra sometida a una inflexión antidemocrática en Estados Unidos y a la apertura de un Pentagate. El gran pueblo que fue capaz, hace unos años, de sacar a la luz los trapicheos de los servicios secretos de Latinoamérica y de obligar al presidente Nixon a dimitir tras el escándalo del Watergate, ¿será capaz hoy de exigir cuentas a sus dirigentes, clarificar los atentados y castigar a los auténticos culpables?
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