Nicolas G. Hayek

Excelencias,
Señoras y señores,
Señor embajador,

Cuando el embajador Boris Lazar me pidió que hiciera uso de la palabra para explicarles a ustedes «por qué la mayoría de los ciudadanos suizos no quiere unirse a la Unión Europea», decidí responder positivamente a su invitación con el objetivo de ayudar a una mejor comprensión entre la Unión Europea y el ciudadano suizo medio y de espíritu constructivo, al que hoy trataré de representar. Les ruego que no interpreten mi exposición como la presentación de un informe científico, sino más bien como un desarrollo de los puntos de vista y de las posiciones de un suizo que forma parte de la mayoría que acabo de mencionar.

En el momento de su creación, en 1957, y durante muchos años, consideré lo que hoy es la Unión Europea como una grandiosa y magnífica realización. Era yo relativamente joven en aquel entonces. Mucho más tarde, Jacques Delors, quien era entonces presidente de la Comisión Europea y un apasionado europeo, me invitaría regularmente a su buró de Bruselas. Allí conversé primeramente con él solo, y posteriormente, con muchos otros europeos, en aquel entonces principalmente industriales y empresarios alemanes y franceses. La conversación abordaba las vías para combatir la competencia japonesa –llamada por entonces «Japan Incorporated», o sea, algo así como Japón SA– sin recurrir a las ayudas de los gobiernos o de la Unión Europea, como hacía la industria relojera suiza, que enfrentaba entonces una encarnizada competencia japonesa. Jacques Delors se refería siempre a mis intervenciones como «La historia del reloj».

En aquellos encuentros, repitió él varias veces que yo, el suizo, era a su modo de ver el más típico y más auténtico de los europeos, por mis conocimientos lingüísticos y por mi profunda comprensión cultural hacia los diferentes empresarios europeos que participaban en aquellos encuentros. El más memorable de dichos encuentros se desarrolló en Evian con los más grandes industriales franceses y alemanes. Fue para mí un suceso inolvidable.

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La pequeña Suiza, un territorio de apenas 41,280 Km2 en el centro de Europa (en rojo en el mapa), a no confundir con Suecia, país nordico y escandinavo.
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Mi sueño: convertir Europa en un gran Suiza

En aquella época soñábamos –en todo caso, soñaba yo– con ver a Europa convertirse en una gran Suiza. No tanto porque yo creyese que Suiza era el paraíso terrenal, sino porque estaba convencido de que [ese país] representaba –a pesar de numerosas debilidades– la mejor de todas las alternativas posibles para lograr que se abrieran para Europa radiantes perspectivas de futuro, protegiendo a la vez la considerable riqueza de su diversidad y de sus culturas. De hecho, Jean Monnet y Robert Schumann habían declarado al principio: «Suiza representa un modelo para Europa.» Joschka Fischer, Jacques Chirac, Goran Persson, y también Vaclav Havel no han dejado además de repetirlo durante los últimos años. Es una sorprendente casualidad que hoy se cumpla precisamente el 30 aniversario de la muerte del gran europeo que fue Monnet.

Mis contactos con Bruselas se mantuvieron posteriormente, por ejemplo, con Romano Prodi, a quien yo conocía personalmente y quien varias veces solicitó mi opinión en comisiones. La armonización y perfeccionamiento de los sectores económicos y –en parte– financieros no me han decepcionado hasta ahora, aunque la perfección está lejos aún. Las guerras que enfrentaron, y que en parte devastaron, a estas tres grandes naciones europeas, Alemania, Francia y Gran Bretaña, y que sacudieron al resto del mundo, son definitivamente cosa del pasado y es ése el mayor éxito, y el más importante, de la Comunidad Europea.

La UE de hoy: una pesada maquinaria, burocrática y caótica

Desgraciadamente, el proceso de construcción se detuvo de pronto. La UE ya no está construyendo una comunidad fuerte, democrática y pacífica en la que, en todos los sectores importantes de nuestra vida y de nuestra sociedad, cada ciudadano –o por lo menos la mayoría de ellos– compromete su efectividad y acepta dar de sí mismo. En aquella época, la cantidad de Estados era limitada, y aquellas pocas naciones habrían podido edificar un Estado federal parecido a Suiza o a Estados Unidos. Esa evolución se detuvo, porque las interrogantes y problemas que encerraba no eran de fácil solución, ya que implicaban a países y personalidades políticas que no estaban dispuestos a renunciar a una parte importante de su soberanía y, menos aún, de sus privilegios.

En vez abordar con profundidad los importantes problemas que formaban parte de la evolución de la Unión y las estructuras que había que conformar, se decidió limitarse a la parte superficial de las cosas, incorporando sin embargo el máximo de países… y eso sin consultar con los pueblos que habían creado la Unión para saber si estaban de acuerdo o no. Es evidente que el establishment político se preocupaba, ante todo, por incorporar decenas de millones de personas y gran cantidad de países a una Europa que –con excepción de algunos aspectos políticos– estaba todavía por definir.

La motivación de esos países residía ante todo en las ventajas económicas y financieras que esperaban obtener. Ese tipo de ampliación hubiese podido ser más que bienvenida de haberse instaurado con anterioridad las estructuras de una Europa más o menos federal. Fue en ese momento que se desvanecieron mis esperanzas de ver en un futuro próximo una Europa fuerte, poderosa, democrática y pacífica, una Europa que contribuyera a mejorar la calidad de vida del mundo entero, de nosotros todos.

Vimos entonces a la Unión Europea como una pesada máquina, como una barahúnda burocrática y más o menos caótica de conceptos ideológicos, sociales, económicos y, por un lado, financieros, mientras que todo lo demás se dejaba al azar, en manos de la providencia y de las futuras generaciones. Ciertos es que eso no excluye la posibilidad de que la UE –como la mayor parte de las realizaciones humanas fuera de lo común– resulte ser, en el siglo XXII o en el XXIII, un fantástico éxito, pero yo espero que eso suceda mucho antes, antes del fin de este siglo.

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La bandera suiza, dos colores, es cuadrada por su forma. La inversa de sus colores representa la bandera de la Cruz Roja Internacional, organización humanitaria fundada por un suizo y cuya sede mundial se encuentra en Ginebra, Suiza.

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De rodillas ante el ejército de Estados Unidos. ¡Algo que Suiza no puede entender!

La creación del euro constituye un excelente ejemplo de otra realización positiva cuya aplicación, a pesar de su eficacia, ha sido sin embargo parcial. Gran Bretaña, por ejemplo, se negó a entrar en la zona euro, lo cual hubiera podido hacer, mientras que otros que sí querían no disponían de la capacidad económica para hacerlo. Como consecuencia, algunos países de la Unión Europea disponen de una divisa fuerte, pero no todos. Si los países más débiles en el plano financiero tuvieran acceso al euro en esta época de crisis, podrían convertirse en una carga, dado que habrá que apoyarlos.
Sin embargo, el euro constituye en sí mismo una de las mejores realizaciones de la Unión y puede ser considerado como un éxito.

¿Qué pasa, sin embargo, con la armonización de decisiones esenciales en materia de política exterior, de defensa y de guerra? Para un ciudadano suizo, es absolutamente inconcebible que una parte de Europa haya podido apoyar sin la menor vacilación la política de la administración Bush y que se haya unido a Estados Unidos en la guerra contra Irak. Gran Bretaña, España y algunos países más enviaron contingentes, bajo las órdenes de un comando estadounidense, mientras que Francia y Alemania se negaron en forma decidida. Para nosotros, fue una prueba perfecta de la debilidad de la política exterior común.

Además, y contrariamente a los deseos de Alemania y Francia, otros firmaron, por ejemplo, acuerdos con Estados Unidos que autorizan a esa nación, o a la OTAN, a desplegar en sus territorios radares o misiles, oficialmente para protegerse de Irán. Rusia estimó que esas instalaciones amenazaban su propio territorio. Los Estados miembros de la UE tampoco lograron llegar a un acuerdo sobre esa importante cuestión. No se ve por ninguna parte la menor huella de una política exterior común. En realidad, es cualquier cosa, y su impacto en nosotros resulta, desgraciadamente, muy débil.

Ningún país ha organizado tantos escrutinios sobre Europa como Suiza

La Unión Europea y todos los grandes países democráticos que la componen hubieran podido crear un sistema fuerte, si ésta [la UE. NdT.] hubiese logrado llegar a un consenso, definir claramente el camino que quería seguir en Europa y en el mundo y si se hubiese fijado los objetivos que quería alcanzar en todas sus tareas importantes: las respuestas que había que dar a las necesidades y los deseos de nuestra sociedad humana, de nuestros sistemas políticos.

La Unión empezó, sin embargo, por ampliar al máximo aquel sistema imperfectamente definido al invitar a diferentes países a unirse a ella –en parte países del Cercano Oriente. La posible adhesión de Turquía significaría que [la Unión Europea] se extiende hasta las fronteras de Siria, Irak e Irán. ¿El objetivo de la UE es acaso abrir sus puertas a una futura Unión europeo-medio-oriental, que sería quizás mucha más poderosa y funcionaría mejor?

No olvidemos que Chipre se encuentra a unos pocos kilómetros del Líbano, donde incontables cruzados europeos encontraron refugio en el pasado. Vayamos un poco más lejos. Se pudiera incorporar todo el Medio Oriente y pacificarlo, ya que así Israel y Palestina formarían parte de la UE. ¡Que magnífico servicio se prestaría así al mundo entero! ¿Existe alguna razón que justifique el poner fin a ese tipo de evolución? Algunos suizos, y también muchos europeos, se plantearon esa interrogante.

Pero, por el momento, pongamos los pies en la tierra. Que yo sepa, la población suiza es una de las mejor informadas sobre el papel y las actividades de la Unión Europea. Tomo como referencia un interesante artículo de Andreas Gross, ciudadano suizo miembro de nuestro Parlamento federal, publicado en el Neue Zurcher Zeitung el pasado 6 de febrero –solamente dos días antes de la aprobación de diversos acuerdos (entre ellos la libre circulación de los nuevos ciudadanos de la UE) por parte del pueblo suizo, que manifestaba así su voluntad de proseguir una política de acuerdos bilaterales, en vez de incorporarse a la UE. Ha habido, en Suiza, más escrutinios y referendos sobre Europa que en cualquier otro país europeo.

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La Suiza, oficialmente se autodenomina Confederación Helvética, es la unión de 2,636 comunidades o comunas (ver carta arriba), repartidas en cuatro grupos linguísticos: suizo alemán (grupo dialectal), francés, italiano y romanche, que ocupan su territorio y lo que hace que cada sector del país hable un idioma diferente aunque existe el bilinguismo.
La Suiza siempre ha mirado con recelo en su historia a los grandes imperios monárquicos imperiales dominadores que se constituyeron en Europa, por ejemplo el imperio francés o alemán, países vecinos. Es de ahí que nace la unión de sus comunidades campesinas en el pasado, hoy altamente tecnificadas, a pesar de la diferencia cultural y linguística existente y notoria que podría dividirlas, estas comunidades campesinas se unieron para preservar la defensa de su soberanía popular y oponerse a los grandes entes estatales dominadores del pasado y del presente, como lo es la Unión Europea. El poder político comunal prima en Suiza sobre el federal y se vota por cada cosa. El presidente de la Confederación cumple una función honorífica solamente.

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Los pueblos no tuvieron voz ni voto

Durante los últimos decenios, se organizaron en los diferentes países europeos más de 50 escrutinios sobre la Unión Europea. Y sin embargo, los seis miembros fundadores de la Comunidad de 1957 nunca han consultado a sus pueblos sobre el tema de la construcción europea, con excepción de Gran Bretaña, que lo hizo, con éxito, 18 años después, en 1975. En 2005, 48 años después de la fundación, Francia preguntó a sus ciudadanos si aceptaban la Constitución europea. La rechazaron, como posteriormente hicieron los holandeses, en 2006, y finalmente los irlandeses, en 2008. Debido a su sistema de democracia directa, los suizos, al igual que los daneses, son los mejor informados sobre los asuntos europeos. Analicemos ahora por qué la mayoría de los electores suizos se niegan a entrar en esta UE.

Una sociedad amante de la paz y resueltamente opuesta a la violencia física

Fuera de lo que acabamos de decir, ninguna visión clara se desprende de las declaraciones, acuerdos y evoluciones que hasta ahora hemos visto. Nada hay, en los planos social, político, económico y financiero, que incite a los suizos a entrar en la Unión. Por el contrario, se les pediría que aportaran una amplia contribución a los cofres de la UE.

El canciller Helmut Kohl, para quien trabajé en calidad de miembro del comité estratégico industrial para Alemania, me honró en Suiza con una visita privada. Durante aquella visita me dijo: «Nicolas Hayek, usted goza de cierto crédito ante el pueblo suizo. ¿Por qué no nos ayuda usted a convencerlo de incorporarse a la UE?» A lo que respondí: «Señor Canciller, ¿por qué es tan importante para la UE tener a bordo a esta pequeña Suiza de 7 millones y medio de habitantes?» Su respuesta brotó sin vacilación, como una bala: «Porque ustedes tienen muchísimo dinero y nosotros tenemos proyectos en los que utilizarlo.»

La cultura, la mentalidad y la educación suizas desempeñan un papel muy importante en la reacción natural que hoy observamos ante la UE. La sociedad suiza desprecia por completo el poder y la violencia, aún cuando es el poder quien la ejerce. Es una sociedad que ama la paz por sobre todo y es completamente contraria a toda violencia física. No nos gusta mucho, por ejemplo, la concentración de demasiado poder entre las manos de una sola persona o de un solo partido.

Christoph Blocher, de la «Unión Democrática del Centro» es sin dudas el más reciente ejemplo de ello y el más evidente. Su partido cuenta con la mayor cantidad de electores en Suiza. Se le reconocen ampliamente sus cualidades como consejero federal pero, al tratar de acumular demasiado poder individual, firmó –en el momento de su reelección– su propio fracaso en el Consejo Nacional (Cámara del Pueblo) y en el Consejo de los Estados (Cámara de los Cantones).

La libertad individual está por encima de la del Estado

La libertad y la libertad individual de cada cual están inscritas en el alma suiza desde los orígenes del país, en el siglo XIII, mucho antes de que la Revolución Francesa las pusiera en primer plano. La libertad individual del ciudadano es a menudo más importante que la del Estado. Para ser más claro: el Estado tiene que estar al servicio del ciudadano, no el ciudadano al servicio del Estado. La libertad es parte integrante de los principios más importantes para los suizos.

No es casualidad que Voltaire y otros muchos buscaran refugio en Suiza, para poder escribir y hablar libremente. Reside en ello, sin dudas, la base de su vieja tradición de tierra de asilo político y financiero (específicamente en lo tocante al secreto bancario), derecho que tanto aprecian los suizos.
Tampoco se puede olvidar que fue un suizo quien fundó la Cruz Roja. Para Henri Dunant resultó insoportable lo que había visto en el campo de batalla de Solferino, en Italia, a finales del siglo XIX.

La Cruz Roja es una típica creación suiza y su considerable influencia se debió a la neutralidad universalmente reconocida de Suiza. Más aún, también se reconoce que Suiza es perfectamente democrática y respetuosa de los derechos humanos.

Permítanme recordarles también que esta minúscula Suiza representa un poder industrial considerable y que dispone de una de las monedas más fuertes del mundo. Es también una potencia financiera que, según todo parece indicar, está llamada a seguir siéndolo en un futuro inmediato, incluso en caso de modificación sustancial de las leyes sobre el secreto bancario o, en el peor de los casos, si éstas llegaran a ser abolidas. Una moneda fuerte y la estabilidad económica, en un clima de neutralidad y profundamente democrático, consolidan la imagen de asilo seguro de la que goza una Suiza que dispone de una industria financiera honesta, libre de todo exceso criminal.

Además, al contrario de otros muchos países (no sólo europeos), Suiza nunca ha tenido tendencia a invadir países extranjeros, ni en África, ni en Asia, ni en América del Sur, ni en ninguna otra parte, para crear colonias. No sólo Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, España y Portugal, sino también Holanda y Bélgica, han sido potencias coloniales y han ocupado países lejanos durante muchos años. A los suizos nunca les ha parecido atractiva la posesión de colonias, entre otras cosas porque la sociedad suiza y la mentalidad que la caracteriza profesan por principio un auténtico respeto por los derechos humanos, por la integridad y la soberanía de las personas y de las comunidades del mundo entero. Las antiguas potencias coloniales también han respetado los derechos humanos, pero en aquel entonces veían a las colonias de manera diferente.

Es por eso que Suiza, por ser tan respetada, goza de una imagen positiva en los nuevos países emergentes. Lo cual nos lleva a nuestro tipo de democracia. Aunque nuestra cultura coincide ampliamente con la de nuestros vecinos y parientes de Francia, Alemania, Austria e Italia (no hay un suizo que no tenga algún pariente en el resto de Europa), sin ser exactamente la misma, Suiza es neutral desde 1815 y no es miembro ni de la OTAN ni de ninguna otra alianza militar.

El propio contribuyente es quien fija y aprueba los impuestos

Suiza es de los pocos países que han logrado integrar a las minorías sin restricción ni compromiso, dándoles exactamente los mismos derechos y las mismas oportunidades. Tomemos, por ejemplo, la región suiza de Tessin, donde se habla italiano, y veamos cuántos miembros del Consejo Federal provienen de ese cantón. Ustedes se van a sombrar por la cantidad. Sin exagerar, probablemente pudiéramos afirmar que en este momento las minorías a menudo tienen en Suiza más derechos que la mayoría.

Somos partidarios de hablar de discriminación positiva.
Otro rasgo de la sociedad suiza es su desinterés por el culto de la personalidad. Los suizos no sienten necesidad de encumbrar a un político, de tener un extraordinario miembro del Consejo Federal. Las personalidades demasiado fuertes se consideran sospechosas. Los suizos prefieren elegir a los ciudadanos inteligentes, experimentados y eficaces, capaces de cumplir con el cargo lo más honestamente posible, que utilicen el dinero de los contribuyentes con prudencia.

Es por eso que nuestros impuestos son generalmente más bajos que en la mayoría de los países vecinos, aunque invertimos tanto como ellos, o incluso más, en nuestras instituciones sociales e infraestructuras. Los suizos hacen uso de su derecho al voto democrático para la adopción de todas las decisiones importantes a nivel comunal, cantonal o nacional. Eso es democracia directa. Es el propio contribuyente quien fija los impuestos y los aprueba. En lo tocante al presupuesto, por ejemplo, disponemos de un sistema de control que funciona bastante bien, aunque no se pueda decir que nada escapa al control o que no existe algún malgasto de fondos. Nosotros también tenemos ese tipo de problemas.

Los miembros del gobierno suizo administran el dinero público como sus propios bienes

Durante toda mi vida profesional critiqué abiertamente ciertos aspectos destructores y/o ilegales del sistema bancario y financiero. También los critiqué repetidamente en mis discursos y en las entrevistas que concedía, en Suiza y en el extranjero. Soy de los suizos que han conservado una sana desconfianza hacia gran parte de la economía financiera mundial en general y, por supuesto, especialmente hacia la que corrientemente se practica en Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza.

Es cierto que hay muchos suizos que no tienen grandes escrúpulos en no reflejar cada detalle de sus ganancias en su declaración de impuestos, algo que tienden a considerar como un delito menor. Los miembros del gobierno suizo, repito, generalmente administran el dinero público como el suyo propio, son ahorrativos. Los suizos no apreciaban en lo absoluto los excesos de los funcionarios y gobernadores que, durante siglos, solo pensaban en sacarle a la gente, mediante los impuestos o por la fuerza, la mayor cantidad de dinero posible para utilizarlo después en detrimento de los intereses de esa misma gente. Estoy pensando, por ejemplo, en Guillermo Tell, el héroe nacional suizo que dio nombre al drama del alemán Federico Schiller.

Es por ello que un, digamos, «olvido» en la declaración de impuestos se considera como una ilegalidad relativamente menor, porque nadie abriga la sospecha que pudiera tratarse de un delito grave, como sucedió recientemente con, por lo menos, un gran banco suizo. Suiza, o por lo menos algunos funcionarios suizos, afirma sin embargo que el porcentaje de fraudes fiscales imputables a los ciudadanos helvéticos es el menos elevado de todos los países industrializados.

El gobierno suizo es uno de los más estables del mundo

Todos los suizos estiman, claro está, que todo fraude fiscal, incluso si los datos han sido olvidados «por comodidad», merece castigo. Por otro lado, la pena debe ser coherente, proporcional al «crimen» y no ser excesiva ni alcanzar proporciones indebidas.

Todos sabemos que en este preciso momento esta cuestión está siendo objeto de grandes controversias. La protección de la esfera privada ante una curiosidad ilimitada por parte del Estado es un bien legítimo que los suizos consideran extremadamente valioso, y no son los únicos. En los últimos tiempos, otros países europeos se han puesto del lado de Suiza en ese combate.

Suiza no sólo ignora el culto de la personalidad en lo tocante a los miembros del gobierno sino que el gobierno suizo no concede ningún tipo de medalla o condecoración como recompensa a proezas particulares de sus ciudadanos. Lo cual no impide que los suizos se sientan orgullosos de las distinciones que les confieren otros gobiernos.

El gobierno suizo es uno de los más estables del mundo. En su seno colaboran prácticamente todos los partidos, lo cual explica su buena aceptación por parte de la población suiza.

Los miembros del gobierno trabajan juntos y, hasta cuando surgen conflictos y divergencias de análisis, es notable su capacidad para llegar a un acuerdo, a un compromiso. A eso le llamamos «concordancia». No siempre funciona como quisiéramos, pero siempre se acaba por llegar a una solución de consenso, democráticamente, aunque sea a veces un poco a pesar de alguien.

Todos respetan las decisiones del pueblo. Todos, repito, incluyendo al miembro del consejo federal o al presidente más suficientes.
La moneda suiza es notoriamente fuerte. En materia de dinero, Suiza aplica una disciplina estricta que ha convertido al franco suizo en una de los dos o tres divisas más estables del mundo, e incluso en la que ha gozado de la mayor y más larga estabilidad en la época moderna.

Todos nos sentimos muy iguales

Agreguen a eso un sorprendente talento para negociar y alcanzar un compromiso. Esa aptitud para alcanzar compromisos aceptables para todos, sin dejarnos arrastrar a conflictos internos, es una de las razones fundamentales de la estabilidad de nuestro sistema político y social. Como dije anteriormente, ese comportamiento se manifiesta claramente en nuestro sistema de llamada concordancia.

O en las relaciones con los sindicatos, con los cuales hemos llegado a un acuerdo que permite evitar prácticamente todas las huelgas, destructivas para la economía y molestas para la población. La participación en negociaciones duras, en las que las posiciones iniciales están a kilómetros de distancia, es una experiencia sorprendente. Sin embargo, al cabo de algunas semanas o meses de discusión, todos están más o menos contentos, pero de acuerdo.

Eso nos permite disponer de un ingreso por habitante más alto que la mayoría de los demás países y de un nivel de vida más elevado para casi todos, lo cual crea puentes entre todos los niveles de la sociedad suiza. Uno puede incluso preguntarse si en realidad existen esos niveles. Aunque parezca sorprendente, en Suiza no hay proletariado, no hay grandes diferencias sociales entre la gente. Independientemente del nivel de ganancias de cada cual, todos nos sentimos muy iguales y nos consideramos por igual miembros de nuestra sociedad.

Muchos jóvenes pueden encontrarlo aburrido, pero es importante para la estabilidad y la salud de la nación el saber que en definitiva es inútil recurrir a la violencia para llegar a una solución aceptable.

Los suizos son más abiertos al resto del mundo que la mayoría de los ciudadanos de otros países. Debido a su educación, a su cultura, al hecho de que a menudo hablan varios idiomas y también debido a la reducida extensión del país, una gran mayoría de los suizos viajan lejos y conocen muy bien el resto del mundo. Su excelente comportamiento en el extranjero los hace acreedores de un gran respeto, al igual que su mentalidad y la calidad de su trabajo y de sus productos.

La extrema solidez de la formación profesional, de sus universidades, de sus escuelas de ingenieros y de otras especialidades técnicas, que se basan en la solidaridad con la industria y entre las generaciones, la gran maestría de sus artesanos, unidas a una tecnología moderna y a un gran sentido de la belleza y de la calidad, son únicas en el mundo.

Protección social a todos los niveles

Pocos países pueden jactarse de tener un sistema como este tipo de sistema. En Suiza, las estructuras sociales han alcanzado casi la perfección, desde hace muchos años y en casi todos los sectores económicos, desde el artesano que trabaja con el hierro hasta el plomero, desde el carpintero hasta el pastelero, todos gozan de gran reputación por la «calidad suiza» de su trabajo. Las universidades suizas están entre las mejores del mundo, como las escuelas politécnicas de Zurich y Lausana, así como las universidades de Berna, Basilea, Ginebra y Lausana (sede de la Fundación Jean Monnet para Europa), de Neuchatel, Friburgo, Lugano, Zurich, etc. Suiza cuenta también con la mayor cantidad de premios Nóbel, en relación con su cantidad de habitantes.

Además, el ejército suizo funciona según el sistema de la milicia, un principio que también se aplica en política: en algunos pequeños cantones, un funcionario tiene un trabajo que realiza, no a tiempo completo, sino en el tiempo que le dejan libres sus ocupaciones como ministro. Y, cosa sorprendente, un miembro del ejército tiene derecho a tener en su casa su arma reglamentaria. Eso fortalece el sentimiento de seguridad del pueblo suizo y sus lazos con su ejército. El derecho a tener el arma en el domicilio es sin embargo un tema en debate en este momento, y es posible que eso cambie. Ya veremos.

Suiza es una comunidad muy moderna y en casi cualquier rincón de su territorio montañoso encontramos las mismas infraestructuras modernas que en cualquier otro lugar. La protección social está presente a todos los niveles, y nuestros seguros por enfermedad o invalidez están entre los más eficaces del mundo.

Y, ya que estoy hablando de las infraestructuras suizas, no podría dejar de mencionar la gran reputación de sus hospitales, sus trenes casi siempre puntuales y sus centros de investigación y de desarrollo de alto nivel, verdaderos templos de la ciencia. Tengo que mencionar también la limpieza del medio ambiente, prueba del gran respeto que sienten los suizos por la ecología, por la belleza de los paisajes y por nuestra Madre Naturaleza.

Suiza cuenta con el más alto porcentaje de extranjeros

Todas esas razones, junto a la absoluta neutralidad de Suiza, llevaron a las Naciones Unidas y a gran número de organizaciones internacionales a establecer su sede en Suiza. El Comité Olímpico Internacional, la FIFA, la Federación Internacional de Remo, el CICR [Comité Internacional de la Cruz Roja. NdT.], el centro de investigación nuclear del CERN, y muchos otros organismos han escogido la neutralidad y la seguridad que les ofrece Suiza para instalar su cuartel general en este país, al igual que alrededor de 1 600 000 extranjeros que aquí viven, felices y en paz.

Suiza cuenta con uno de los porcentajes de extranjeros más elevados, si no es el más alto, de toda Europa. Más de uno de cada 5 habitantes de este país es extranjero, en su mayoría europeos. Este porcentaje está en constante aumento, en gran parte sin dudas debido a la calidad de vida y al elevado nivel de vida. [Ese porcentaje] no incluye a los numerosos «fronterizos» que cruzan diariamente nuestras fronteras con Francia, Alemania, Austria e Italia para venir a trabajar a Suiza.

Suiza se creó en el siglo XIII mediante la unión de tres cantones, a los que con el tiempo se fueron uniendo otros 23. Durante siglos han mantenido una soberanía fuerte a nivel cantonal. Como ustedes saben, el gobierno suizo tiene poco poder, comparado con otros países, aunque se ocupa de la política exterior, de la defensa, de las infraestructuras y de otros aspectos importantes de nuestra vida. Pero a los suizos no les gusta un poder central demasiado fuerte, y menos aún si reside en Bruselas, que consideran, con razón, como una institución que constantemente trata de acrecentar su propio poder y su influencia.

Llegar a un compromiso constructivo

Nosotros los suizos, como todos los seres humanos, tenemos numerosas debilidades y está claro que cometemos errores. Pero no tenemos necesidad, ni tiempo, para abordarlos aquí porque a fin de cuentas no tienen verdadero peso en nuestro proceso de decisión en lo tocante a Europa, y tampoco destruyen la dinámica imagen de Suiza, considerada como una verdadera perla.

Integrarnos a Europa en cuerpo y alma implicaría el riesgo de destruir en gran parte esa perla. Eso no beneficiaría a la propia Suiza ni a los pueblos de Europa, y mucho menos al resto del mundo. No hay duda alguna de que Suiza es europea, está situada en el centro mismo de Europa, y nadie, ni siquiera los propios suizos, puede arrancarnos de este maravilloso, de este espléndido continente. Es por eso que el comercio entre Suiza y Europa reviste una importancia capital. Compramos a Europa más bienes de los que le vendemos, pero tanto las importaciones como las exportaciones son considerables y absolutamente vitales, como saben todos ustedes. Sería un gran error que uno de los dos socios tratara de chantajear al otro sobre la base de ese intercambio económico tan positivo.

Excelencias, señoras y señores, este es, presentado con franqueza y honestidad –aunque de manera, tengo que confesarlo, unilateral y quizás demasiado positiva–, el punto de vista de un suizo medio y de un europeo motivado. Díganme ustedes ahora, si ustedes fuesen suizos ¿estarían ustedes tentados a integrarse hoy a la Unión Europea? Sospecho, incluso profundamente, que después de escuchar mi discurso ustedes se negarían sin dudas a aceptar a Suiza en la UE, si este país deseara convertirse en miembro pleno. Pero, mantengámonos abiertos al diálogo. Recuerden que siempre existe la posibilidad de llegar a un compromiso constructivo.

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión francesa de Michele Mialane, revisada por Horizons et débats.