Al contrario de lo que dicen los informes de una prensa occidental que ha sido embutida, Hugo Chávez no era impopular ni renunció, dice Greg Palast.
He aquí lo que leímos esta semana: El viernes Hugo Chávez, el impopular y dictatorial potentado de Venezuela, renunció. Al confrontársele con sus órdenes de disparar a los manifestantes antigubernamentales, entregó la presidencia a fuerzas progresistas y democráticas, a saber, los militares y el jefe del consejo empresarial de Venezuela.
Dos cosas me llamaron la atención en la noticia. Primero, cada uno de estos aparentes hechos son totalmente falsos. Y segundo, los periódicos de todo el hemisferio dominante, desde el New York Times hasta el Independent y (¡vaya!) El Guardian usaron casi palabras idénticas —"dictatorial", "impopular", "renuncia"— en sus reportes.
Comencemos por la falsa "renuncia" que permitió a los gobiernos de Bush y Blair empujarse el uno al otro para ser el primero en reconocer a los líderes del golpe. Yo no vi ninguna declaración de esta supuesta renuncia, ni la escuché ni recibí informe de testigo confiable alguno. Yo estaba fascinado. En enero dije en la radio de EE.UU. que Chávez se enfrentaría a un golpe a fines de abril. ¿Pero renunciar? Ese no era el estilo de Chávez.
Exigí respuestas a la embajada venezolana en Londres y desde allí, a las 2 am del domingo por la madrugada, localicé a Miguel Madriz Bustamante, un miembro del gabinete que había hablado por teléfono con Chávez después de que rebeldes armados habían secuestrado al presidente. Chávez, dijo, aceptó su "arresto" para evitar derramamientos de sangre, pero agregó: "Sigo siendo el presidente". El mito de la renuncia fue la cumbre de una campaña de desinformación de un año contra el ex paracaidista populista que llegó a la presidencia con el 60% del voto.
Según la Casa Blanca, el hecho de que Chávez hubiera sido elegido por "una mayoría de los electores" no le confiere "legitimidad" al gobierno venezolano. No era inesperada la aseveración por parte de una administración de EE.UU. seleccionada sobre la oposición de la mayoría de los electores estadounidenses.
Lo que Bush ni los periódicos dijeron a ustedes es que el verdadero crimen de Chávez fue lograr la aprobación de dos leyes en la asamblea nacional de Venezuela. La primera ordena a los propietarios de grandes plantaciones que entreguen las tierras ociosas a los sin tierra. La segunda casi duplicó —de 16% al 30%— los derechos pagados por extraer petróleo de Venezuela. Venezuela fue en una época el mayor exportador de petróleo a EE.UU., mayor que Arabia Saudita. Eso explica la impopularidad de Chávez —al menos en ese distrito electoral clave, la industria estadounidense del petróleo.
Queda aún la acusación de que, según las palabras de The New York Times, "Chávez ordenó a los soldados que dispararan a una muchedumbre (de manifestantes)". Esta sangrienta calumnia, sin evidencia, manchó todo periódico occidental, incluyendo el más nuevo de la izquierda británica, el Mirror. Sin embargo, yo pude contactar fácilmente a testigos oculares sin relación con ninguna de las facciones, que dijeron que los disparos comenzaron desde un paso elevado controlado por la Policía Metropolitana contraria a Chávez, y que los primeros en caer fueron manifestantes que apoyaban a Chávez.
He obtenido un cable de la CIA a su jefe de estación en el Capitolio:
"Re: Golpe Actividades deben incluir propaganda , operaciones negras, desinformación o cualquier otra cosa que surja de su imaginación..."
Admitámoslo, este es un papel viejo, escrito justo antes del golpe contra Salvador Allende. Los tiempos han cambiado. Hace treinta años, cuando las corporaciones de EE.UU. exigían el derrocamiento de un presidente molesto, la CIA consideraba que lo más importante era dirigir la propaganda a los latinos en su casa. Ahora, al parecer, con el redoble de palabras de desinformación — "dictatorial", "impopular", "renunció"— los propagandistas han aprendido a dirigirse a una bandada más crédula de palomas: la prensa estadounidense y la europea.
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