Nunca nadie sabrá con exactitud meticulosa lo que hablaron Alan García Pérez y el embajador de Estados Unidos. Ninguno de los monigotes presentes al margen de los antecitados se atrevería a revelar una sola palabra por miedo a entrar a la muerte en vida. Así es el poder que hoy tiene AGP en el Apra. Lo que sí es posible imaginar es qué le dijo el portavoz de Bush al político de marras.
Por ejemplo, en cualquier otro momento, habría pasado desapercibida aquella toma de contacto. Pero en instantes en que el país arde de cólera por la ineptitud gubernamental más clamorosa de los últimos 5 lustros, cuando estamos a milímetros de la anarquía más anárquica, la visita del embajador norteamericano tiene todas las características de una alerta en términos que podrían ser los siguientes: “el gobierno de Mr. Bush considera que García (usted) es el próximo presidente del Perú, por tanto, si eso es lo que anhela, ¡tiene que contribuir a que Toledo llegue al 2006 y deben cesar los bochinches y las protestas!”.
¿Hay antecedentes de esta clase de reuniones? ¡Muchísimos! Guardadas las distancias, en 1946, Perón recibió en la Casa Rosada a Spruille Braden, un impertinente y lenguaraz embajador estadounidense que “demandaba” mil y un cosas al general. Este, algo incómodo asintió y retrucó: “hay Mr. Braden un solo problema: en mi país a los que hacen lo que usted pide, se les llama hijos de puta”. Braden se levantó y sin despedirse se fue de Casa Rosada, hasta se olvidó del sombrero que después, según contaba Perón, trocó en pelota de fútbol entre sus ayudantes.
Sin duda alguna, Alan García Pérez no es Perón. Por eso mismo, el argentino espetó con firmeza una respuesta de esas que marcan y plantean un punto de quiebre. Poco después y con el lema: ¡Braden o Perón!, el general ganaba abrumadoramente la reelección. Aquí lo que hemos visto es que a alguien le han extendido un certificado de buena conducta condicional, depende, sin duda, que se porte bien para que tenga también el apoyo de su Majestad Mr. George Bush II.
El claudicante punto de quiebre de Alan García Pérez fue pronunciado en Cade cuando colocó el ejemplo económico chileno como su paradigma en caso de llegar al gobierno. El caso personal de García ha llevado al Apra como un apéndice de la voluntad de este político que anhela poner sus rollizas posaderas en algún mueble de Palacio porque su vanidad es inmensa y frívola.
¿Y el pueblo? Como siempre: convidado de piedra, pretexto de discurso, jalón de proclamas, pero ajeno a la cosa pública que se disputan pandillas de políticos autistas y agotados en su discurso y práctica. ¡Ninguno y que se vayan todos!
García Pérez tiene el dudoso honor de haber hecho realidad lo que Pedro Rosselló decía en los años 50: “el Apra es el partido conservador que el Perú necesita”. He sostenido, desde hace mucho, que el Apra de García es parte del establishment y hoy dos colegas inteligentes, César Campos y Ricardo Ramos Tremolada, que dicen algo parecido. Alguna razón tiene que haber en estos planteamientos.
¡Ah me olvidaba! El Antimperialismo y el Apra fue el libro príncipe de Víctor Raúl. Por cierto, Alan García nunca será Haya de la Torre.
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.
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