¿Qué conserva un conservador en el Perú? se preguntaba reflexivamente Andrés Townsend. Y a continuación ensayaba algunas respuestas: ¿el sistema de injusticia en que pocos, muy pocos, son muy ricos, y muchos, muy muchos, son demasiado pobres?, ¿la tradición entreguista de preferir a los extranjeros antes que educar al pueblo soberano, pero ignaro, en los ideales de nacionalidad, patria y destino común?, ¿el designio del fracaso en que nos hundió una casta dirigente en 1879? o ¿la obsecuencia vendepatria de quienes tienen hoy los resortes del gobierno y regalan el país vía concesiones o privatizaciones?
Los peruanos bamba, aquellos que usan el nombre del Perú para el maquillaje de sus inversiones y riquezas, pero que siguen siendo profundamente anti-cholos porque se sienten distintos por el color de su piel o por la estulticia de considerarse turistas en un país de gente cobriza, desprecian al país que los vio nacer. No inspiran confianza porque ellos tampoco la merecen. Conocen Sao Paulo, Nueva York, Viena y Moscú, para no hablar de Londres, Bonn o Tokio, pero jamás han pisado con franqueza de peruano de a pie, Ayacucho, Madre de Dios, ni siquiera el Cusco escondido más allá de las ruinas del pasado milenario inca y preínca.
Esos conservadores son los que condujeron la república a negocios rentistas y no siempre muy santos. Aliándose hasta con el diablo, del sur o del norte, para llevar a cabo la sistemática expoliación que ha sido la vida peruana desde 1821. Perdieron guerras porque jamás combatieron con honra sino empujaron a pelear a otros. Ayer eran los terratenientes, hoy son los tecnócratas cuya mejor habilidad consiste en conceder todo lo que puedan, empeñando al país a cualquier régimen que les asegure viajes, patrimonio y liderazgo. ¡Nada ha cambiado!
Básicamente, los conservadores fracasaron porque, por ausencia de sentido nacional y nacionalista, jamás comprendieron que el peruano genuino no es el impostado sino el que está en la tierra, en el Ande, en la fragorosa lucha diaria contra la naturaleza en un país de mil y un geografías. Nunca entendieron que la educación era -y es- la gran llave para abrir las compuertas de la creatividad de un pueblo que disciplinado es capaz de ganar todas sus contiendas. ¡He allí el gran divorcio de los conservadores con el Perú profundo!
Da risa, por tanto, que Ricardo Vega Llona, ex-senador por la casualidad y empresario quebrado por mediocre y aprovechador de cualquier puesto público, pretenda identificar derecha o conservadores con inversión y progreso. ¿Es desarrollo regalar el país para que todo siga como esté sin más hospitales, universidades, cuadros políticos o técnicos con apego a la tierra en un mundo globalizado que no anula las individualidades sino reta mucho más aún a seguir peleando por un lugar en la competencia? ¡Pamplinas!
Conviene al país tener un ala conservadora o moderada para que defienda sus puntos de vista. Pero primero tienen que ponerse de acuerdo para suprimir ese falso orgullo del cual quieren jactarse como promotores de una inversión que llega por inercia porque así es el capital. Luego que procuren convencer con ideas al pueblo para que le dé sus votos. Su pasivo es muy grande: son los que crearon esta republiqueta y este mamarracho de país. Y son, además, sus más célebres personeros, los grandes estafadores, ladrones y criminales de la historia del Perú.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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