Ya no parece tan indelicado decir que el Perú es un país de juguete. Aquí tenemos mamarrachos en política que juegan con el destino de 26 millones de connacionales y es más importante saber el color de las medias del presidente Toledo que enjuiciar cómo se regalan los grifos -y a quiénes-, quién es abogado de quién y cuáles sus pasados vinculados a la mafia fujimorista o el disfuerzo de quienes, luego de haber mamado de la ubre del Estado, ahora se llaman de centro-izquierda cuando en realidad no son más que payasos en busca de alguien que les pague cada fin de mes.
Escribió Manuel González Prada: “el Perú es un organismo enfermo, donde se aplica el dedo brota la pus”. ¿Es posible no decir lo mismo en los días de hoy? Por desgracia, se lo puede repetir, pero multiplicado por mil. El Perú es lo que es porque así lo han hecho sus políticos, sus empresarios (o los que así gustan llamarse), sus intelectuales, sus gobernantes. País de contradicciones y de diagnósticos al por mayor y según quién los sufrague, somos una colectividad sin rumbo ni norte, y ni siquiera sabemos qué es Perú y mucho menos recordamos nuestra historia. País que no lo hace, repite sus errores.
Decir por tanto que Perú es un país de juguete, como lo ha recordado Juan Sheput en su columna semanal, no es una invectiva. Por el contrario es un reto, un acicate para superar semejante condición oprobiosa y trocar el infortunio en victoria y la estupidez ambiente en creación genuina y heroica de buenos y esforzados peruanos. Hay en el país aún gente dispuesta a sacrificar su cuota de tiempo con calidad y generosa gana de hacer un Perú libre, justo y culto. Ciertamente, también abundan los mercachifles y aventureros.
¿Cómo se hace esto? Tengo la impresión -que no la varita mágica- que hay que movilizar a los jóvenes y convocarlos al ejercicio político de enjuiciamiento terminal y concurso sin dobleces. ¡Hay que enterrar bajo miles de toneladas de concreto al 95% de la fauna política y hay que comenzar otra vez la forja dulce y tremebunda de construir un país desde dentro y desde abajo! Tal como está el Perú, bajo el mando nominal de mediocres logreros, sólo asimilará cuanto nos impongan desde fuera porque aquí no hay capacidad de respuesta. Los estudiantes tienen el sagrado derecho y deber de poner el hombro y mover al país conmoviéndolo desde sus cimientos más íntimos. ¡Los viejos a la tumba, jóvenes a la obra!
Si la juvenilia estudiantil se abraza con los hombres y mujeres de buena voluntad que aún permanecen limpios de obra y espíritu, entonces, el Perú aguarda la señal de alerta que le ilumine hacia destinos superiores como nación vertebrada y equipo en Costa, Sierra y Montaña. ¿Es tan difícil la tarea? Creo que no. Pocas semanas atrás tuvimos la suerte de dirigirnos a un auditorio juvenil. Y la sorpresa de su respuesta jubilosa y anhelante de directivas claras y simples, fue para mí, las trompetas del nuevo Jericó que aguarda la república para dar vuelta a la página actual, mísera y hedionda.
¡El porvenir nos debe una victoria, hay que arrancársela a la historia!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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