Cuando desencadenó la operación «Martillo de hierro», el 12 de noviembre de 2003, el Pentágono decidó aplicar en Irak los principios de la «guerra de baja intensidad» como se hizo ya en Argelia, Vietnam y en América del Sur. Esos métodos incluyen el cierre físico de las aldeas, la destrucción de casas, la toma de rehenes civiles y el asesinato de toda persona sospechosa de pertenecer a la resistencia. Al tomar a la población civil como blanco, el Estado Mayor estadounidense nos aterra con su nueva dimensión de ocupación militar.
Estados Unidos comenzó, el 12 de noviembre de 2003, (es decir 8 meses después de lanzar su ataque contra Irak que no contó con la autorización de la ONU), una ofensiva contrainsurgente de gran envergadura en Irak con el fin de aplastar la resistencia.
Esta operación militar, designada como Operación «Martillo de hierro», constituye, según el comunicado del Central Command, «una operación común que tiene como objetivo las zonas de operación del enemigo, con el fin de impedir al enemigo almacenar armas para utilizarlas contra las fuerzas de la coalición y los ciudadanos de Bagdad y de destruir las fuerzas enemigas que realizan ataques con morteros contra Bagdad».
Durante la noche del 12 al 13 de noviembre, una camioneta sospechosa de haber participado en ese tipo de ataques es perseguida por vehículos estadounidenses, con cobertura aérea. Un helicóptero Apache AH-64 acaba por hacer saltar la camioneta por los aires. Un poco más tarde, durante la misma noche, un edificio abandonado, sospechoso de ser utilizado como base secreta por miembros de la guerrilla iraquí, es destruido también. Durante los días siguientes, los bombardeos, arrestos y destrucciones de «refugios de insurgentes» se hacen cada vez más numerosos.
La prensa en su conjunto [1] presenta esta operación -cuya envergadura sobrepasa ampliamente el marco del simple mantenimiento de la paz- como la respuesta necesaria de las tropas de ocupación al recrudecimiento de los ataques de la resistencia iraquí contra las fuerzas de la coalición.
Es cierto que el contexto favorece entonces un análisis de ese tipo: el 11 de noviembre el comandante de las fuerzas estadounidenses en Irak, el general Ricardo Sánchez, declara que sus tropas no vacilarán en recurrir a toda su capacidad de fuego para acabar con la mortífera guerrilla que les ha costado 153 hombres en seis meses [2].
El 12 de noviembre, día del inicio de la ofensiva, un camión cargado de explosivos estalla frente al cuartel general de las fuerzas italianas de policía paramilitar con un saldo de 18 italianos muertos y 8 muertos iraquíes. Los partes del ejercito estadounidense reflejan rápidamente una eficacia directa de la operación «martillo de hierro»: el 25 de noviembre, el general John Abizaid, a la cabeza del Comando Central estadounidense, declara que las recientes ofensivas de las tropas norteamericanas han reducido a la mitad el número de ataques contra sus hombres en menos de dos semanas [3].
Tras el «Martillo de hierro», la «guerra de baja intensidad»
La operación «Martillo de hierro» no es, sin embargo una acción improvisada del estado mayor estadounidense ante una resistencia inesperada de parte de la población iraquí. Corresponde, al contrario, a una estrategia militar que Washington conoce muy bien: la «guerra de baja intensidad».
En 2001, la Rand Corporation publicó las actas del coloquio «Listos para la Apocalipsis», realizado en marzo de 2001, sobre las técnicas de combate en zona urbana. Expertos británicos, israelíes y jordanos así como veteranos de la guerra de Vietnam participaron en este estudio destinado a los marines.
El estudio del contenido del documento implica un regreso a las teorías, elaboradas durante las guerras coloniales de los años 50 y 60, de la guerra contra «poblaciones civiles desleales». Los oradores subrayaban que para reducir las bajas militares había que eliminar las restricciones en los combates y que el carácter particularmente atroz de ese tipo de operaciones exigía un acondicionamiento previo de los marines [4].
La doctrina de la «guerra de baja intensidad» está destinada a elaborar estrategias para contrarrestar las operaciones de guerrilla y fueron utilizadas por primera vez en Argelia, esencialmente por iniciativa de Paul Aussaresses, miembro del stay-behind. En octubre de 2002, Aussaresses explicó durante el programa «60 minutes» de la CBS que la tortura fue una necesidad en Argelia ya que permitió salvar vidas amenazadas por los grupos terroristas [5], declaración ilustrativa del trabajo que se desarrolla en el plano semántico al aplicar el calificativo de terroristas a los movimientos de resistencia, ya sea en Argelia, Vietnam, Palestina o, como en el caso de hoy, en Irak.
Hay que recordar que, diez años antes, Paul Aussaresses había estado como instructor en Fort Bragg (Estados Unidos) para enseñar sus métodos a oficiales estadounidenses. Enseñanzas exactamente idénticas a las que aportaron diferentes militares franceses a sus colegas argentinos en el marco de la operación Cóndor [6].
Según la proposición de resolución tendiente a la creación de una comisión parlamentaria francesa encargada de investigar el tema, proposición que redactaron los diputados Noel Mamère, Martine Billard e Yves Cochet en septiembre de 2003, el general Aussaresses reconoció voluntariamente «haber enseñado ‘tortura y técnicas de la batalla de Argel’ a los militares brasileños cuando era agregado militar de la embajada de Francia en Brasil, de 1973 a 1975.» [7].
Por consiguiente, al planificar la ofensiva contra Irak, los neoconservadores de Washington preveían ya la aplicación de tales métodos. La cercana relación con el programa Phoenix [8], aplicado en Vietnam, es plenamente reconocida por Max Boot, periodista «neocon» (neoconservador, la extrema derecha de EEUU) y miembro del Council on Foreign Relations cuando, en un artículo publicado en el New York Times, exhorta al estado mayor estadounidense a «desarrollar una política similar a lo que fue la operación Phoenix en Vietnam, política que tuvo ciertos excesos pero [cosechó] muchos éxitos.» [9].
Actuar en Irak como en los territorios palestinos ocupados
¿Cómo se manifiesta esa doctrina en Irak? Los golpes aéreos de los primeros días contra blancos asociados a la resistencia cedieron rápidamente el lugar a una política de control total del territorio iraquí y de represalias desproporcionadas, muy lejanas de los principios establecidos por las convenciones de Ginebra sobre el derecho en situaciones de guerra.
Desde principios de diciembre de 2003 se intensifican así los cierres de aldeas sospechosas mediante de barreras de alambradas, los arrestos de familiares de miembros de la resistencia para utilizarlos en posibles intercambios y, en algunos casos, la destrucción de casas pertenecientes a iraquíes considerados responsables de atentados.
Esta política recuerda extrañamente lo que hace el ejército israelí en los territorios palestinos ocupados, en Cisjordania y en la franja de Gaza. Varios artículos publicados en la prensa estadounidense y la prensa británica mencionaban cursos para oficiales estadounidenses que aprendían en Israel los rudimentos de las tácticas de contrainsurgencia.
En julio de 2003, el brigadier general Michael Vane mencionó, en una carta publicada en el Army Magazine, la cooperación con Israel en ese campo. Según dos fuentes militares anónimas que cita un artículo del Guardian, el ejército israelí envió especialistas en guerrilla urbana a Fort Bragg, y «consejeros» militares israelíes llegaron también a Irak para analizar la situación [10].
Responsables estadounidenses [11]desmintieron ésta última información. Según un ex responsable de los servicios de inteligencia estadounidenses, anónimamente citados por el Guardian, las operaciones que se desarrollan actualmente en Irak «son prácticamente un programa de asesinato. Eso es lo que se está conceptualizando allá. Se trata de un nuevo equipo de cazadores-asesinos».
Según él, éste brusco cambio táctico y el refuerzo de la cooperación con Israel solamente puede empeorar la situación ya explosiva del Medio Oriente.
En septiembre de 2003, un artículo del Jerusalem Post revelaba ya la influencia creciente de los métodos israelíes en la práctica militar estadounidense. Su lectura nos revelaba que el Pentágono había pedido al ejército israelí una traducción al inglés de su propio programa de formación destinado a enseñarles a los soldados de Tsahal (ejército judío) cómo deben comportarse en los territorios ocupados.
El objetivo era, evidentemente, aplicar esos métodos en suelo iraquí. Operaciones conjuntas parecen incluso haber tenido lugar ya en Irak, como el asesinato del líder chiíta iraquí al-Hakim, el 7 de agosto de 2003. Según un artículo del semanario egipcio Al Osboa, ese atentado, que se atribuyó inmediatamente a la comunidad sunnita, habría sido obra de agentes del Mossad, que salieron después de Irak gracias a la cooperación del Central Command estadounidense.
La colaboración entre el ejército estadounidense y Tsahal no es más, dicho sea de paso, que un secreto a voces. Cuando Washington anunció la reducción de las garantías bancarias prometidas a Israel, el Jerusalem Post precisó en efecto que esa ayuda estadounidense era una recompensa por la ayuda de Israel a la preparación de la guerra contra Irak.
Boykin y las Fuerzas Especiales
En el propio Irak, la gran cantidad de operaciones especiales emprendidas -tarea que corresponde tradicionalmente a las Fuerzas Especiales, cuyo primer defensor es Donald Rumsfeld- ha dado lugar a la creación de una unidad llamada Task Force 121.
El principal objetivo de esta unidad, que se compone de miembros de las Fuerzas Delta, de los Navy Seals y de elementos paramilitares de la CIA, es la neutralización de los «insurgentes baassistas, capturándolos o asesinándolos» [12].
Según el artículo de Seymour M. Hersh publicado en el diario estadounidense New Yorker, la entrega de esta misión a las Fuerzas Especiales constituye una victoria para Donald Rumsfeld, quien lucha desde hace dos años para que el estado mayor estadounidense acepte la doctrina de la «cacería humana», que él mismo desarrolla simultáneamente en discursos públicos y en las comunicaciones internas del Pentágono.
Rumsfeld se lamentaba regularmente por estas vías de que el ejército no esté entrenado y equipado para efectuar tales «cacerías humanas», concepto que puede interpretarse como operaciones clandestinas de asesinato. Estas dependen actualmente, de forma explícita, de una sección especial del US Army.
Uno de los principales artífices de la creación de esa unidad es Stephan Cambone, el subsecretario de Defensa para las cuestiones de inteligencia. Cambone era ya director de gabinete en la comisión que presidía Donald Rumsfeld en 1998 y que había afirmado que Estados Unidos podía ser blanco de un golpe con mísiles balísticos.
Fue también un encarnizado defensor de los servicios estadounidenses de inteligencia en lo tocante a la evaluación que hicieron estos de la amenaza iraquí, haciéndose eco de la información -desmentida más tarde- según la cual un camión que había sido utilizado como laboratorio para fabricar armas químicas había sido encontrado en Irak, después de la caída de Saddam Hussein.
En el plano operacional, es el teniente general William Jerry Boykin, el ayudante militar de Stephan Cambone, quien se encarga de planificar la ofensiva de las Fuerzas Especiales.
William Boykin se convirtió en una personalidad extremadamente controvertida después que se le filmara en pleno acto de islamofobia ante una congregación cristiana de Oregon, mezclando al mundo islámico con Satanás y declarando: «Satanás quiere destruir esta nación, quiere destruirnos como nación y quiere destruirnos como ejército cristiano». Según él, el presidente George W. Bush no fue «electo» sino «designado por Dios».
Su pasado militar es también controvertido ya que comandaba las fuerzas estadounidenses en Mogadiscio, la capital de Somalia, durante una operación militar que costó las vidas de 18 soldados estadounidenses en 1993.
Su nominación como jefe de las operaciones clandestinas en Irak parece indicar, por tanto, que al Pentágono no le preocupan mucho las bajas. William Boykin es considerado también, en el medio de los servicios estadounidenses de inteligencia, como el responsable del asesinato del narcotraficante Pablo Escobar, que se atribuyó oficialmente a la policía colombiana.
Una victoria militar posible, una derrota política inevitable
Es difícil no dejar de horrorizarse ante esta nueva estrategia de confrontación y de uso de la violencia que ha escogido Estados Unidos, estrategia utilizada ya varias veces en el pasado, a menudo con los mismos resultados, en Argelia o Vietnam: una victoria militar acompañada de un fracaso político.
El «no fracaso» de algunas de esas operaciones en Sudamérica o Israel no permite imaginar, sin embargo, un final feliz para la situación iraquí. La operación «Martillo de hierro», cuyo nombre proviene de una operación que realizaron los nazis contra centrales eléctricas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial, permite al menos revelar la verdadera naturaleza de la presencia militar estadounidense en ese país: se trata, en efecto, de una dominación de tipo colonial y duradero.
Ante tal situación, es difícil imaginar que el tan prometido traspaso de la soberanía a los iraquíes tenga realmente lugar a corto o mediano plazo.
[1] «U.S. Forces Launch Operation Iron Hammer», FOX News, 13 de noviembre de 2003. «U.S. assaults in Baghdad continue», CNN, 13 de noviembre de 2003. «La volte-face de Bush», por Philippe Coste, L’Express, 20 de noviembre de 2003.
[2] «Irak - Sanchez menace de «mettre le paquet» contre la guérilla», Reuters, 12 de noviembre de 2003.
[3] «Rockets Fired at US HQ in the Heart of Baghdad», par Naseer Al-Nahr, Asharq Al-Awsat, publicado en Arab News, 26 de noviembre de 2003.
[4] «Sources ouvertes - Prêts pour l’Apocalypse», Réseau Voltaire, 21 de octubre de 2002.
[5] En francés: «Un élargissement des oppositions entre les croyances», Tribunas Libres Internacionales, 14 de octubre de 2002.
[6] La operación Cóndor consistió en la organización, durante los años 70, de una red de eliminación de opositores en América Latine. Esta red, que gozó del apoyo de Estado Unidos, estaba formada por Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. Les servicios militares y policíacos de cada uno de esos países intercambiaban informaciones con los demás y realizaban ejecuciones sumarias por cuenta de los países «miembros».
[7] «Proposition de résolution tendant à la création d’une commission d’enquête sur le rôle de la France dans le soutien aux régimes militaires d’Amérique latine entre 1973 et 1984.» [Proposición de resolución tendiente a la creación de una comisión investigadora sobre el papel de Francia en el apoyo a los regimenes militares de América Latina entre 1973 y 1984], Asamblea Nacional de Francia, 10 de septiembre de 2003.
[8] El programa Phoenix [Fénix] fue un programa de contrainsurgencia aplicado en Vietnam. En el marco de ese programa, las Fuerzas Especiales estadounidenses fueron llevadas a capturar y asesinar vietnamitas sospechosos de ser miembros de ser miembros de la guerrilla. Esas operaciones, que se realizaban sobre la base de informaciones que ofrecían oficiales del ejército de Vietnam del Sur, se hicieron incontrolables. Según estadísticas que establecieron responsables sud-vietnamitas, más de 40 000 personas fueron víctimas de Phoenix entre 1968 y 1972. El propio director del programa, William E. Colby, reconoció ante el Congreso los espantosos excesos del mismo. William E. Colby se convirtió más tarde en director de la CIA.
[9] En francés: «Les leçons d’un bourbier», Tribunes Libres Internationales, 17 de noviembre de 2003.
[10] «Israel Trains US Assassination Squads in Iraq», diario inglés The Guardian, 9 de diciembre de 2003.
[11] 1«Tough New Tactics by U.S. Tighten Grip on Iraq Towns», por Dexter Filkins, New York Times, 7 de diciembre de 2003.
[12] «Moving Targets», por Seymour M. Hersh, The New Yorker, 15 de diciembre de 2003.
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