Más allá del excepcional fenómeno climático y de la catástrofe humana que provocó, el huracán Katrina tendrá graves consecuencias políticas. Al poner bruscamente al desnudo la ausencia de Estado en Estados Unidos, Katrina reveló la verdadera política de la administración Bush: privatización del Estado, nepotismo, desvío de medios públicos para ponerlos al servicio de las compañías petroleras. Para Thierry Meyssan, el huracán, no la guerra, será el catalizador de las tensiones internas en Estados Unidos.
Desde los tiempos de la Primera Guerra Mundial, y bajo el padrinazgo del «periodista» Walter Lippman, Estados Unidos se forjó la halagadora imagen de «país de la libertad» que impuso tanto al mundo como a su propio pueblo. Favorecido por el derrumbe europeo de principios del siglo XX, y más por el de la URSS, EE.UU. llegó a convencer de que era el modelo de referencia de la democracia y la prosperidad.
En nombre de esa superioridad y de la «misión» que «Dios» le ha confiado, Estados Unidos se dio a la tarea de imponer sus propias normas donde quiera que ello se hizo posible y de colonizar zonas petrolíferas. Durante los últimos años, Francis Fukuyama explicó que el triunfo del American way of life era ya definitivo, que todas las demás alternativas se habían agotado o habían sido vencidas, y que habíamos llegado al fin de la Historia. Robert D. Kaplan aseguró que los países situados fuera de la zona de influencia estadounidense se verían sumergidos en el caos y la anarquía, de manera que la Pax Americana constituía la única salida que la Humanidad podía desear.
Nadando contra la corriente, hemos dicho siempre que, actualmente, Estados Unidos no es una democracia; que ese país es gobernado por una camarilla de depredadores que saquean el resto del mundo y su propio país. ¿A quién escuchar entonces?
Hoy, la propaganda estadounidense se ha estrellado de pronto contra la realidad. Katrina, un huracán, inundó la región del Mississippi y destruyó Nueva Orleans. En un momento, «el rey se encontró desnudo».
Los huracanes son fenómenos frecuentes en el sur de Estados Unidos y Katrina se puede calificar entre los de mayor intensidad que han afectado dicha zona. La ocurrencia frecuente de huracanes intensos en los últimos años se debe probablemente al calentamiento global que tiene entre sus causas principales las emisiones de gases de efecto invernadero de los países industrializados a la atmósfera, especialmente los Estados Unidos, y que el mundo hubiera logrado reducir si ese país hubiese aceptado firmar el protocolo de Kyoto. Pero la administración Bush prefirió defender los intereses de las compañías petroleras que la integran en lugar de los intereses de sus conciudadanos.
El Estado de Mississippi ha sufrido numerosos huracanes, pero es la primera vez que uno de ellos hace colapsar sus diques. Esto sucedió debido al vaciamiento de los pantanos, resultado a su vez de siglo y medio de explotación petrolera desenfrenada. Hace años que los científicos venían anunciando la catástrofe y aconsejando al mismo tiempo un tratamiento racional para el delta del río Mississippi, así como que se reforzaran los diques, erosionados en su parte baja. Pero la administración Bush prefirió defender los intereses de las compañías petroleras representadas en su seno en vez de defender los intereses de sus conciudadanos, sobre todo teniendo en cuanta que estos últimos son, en esta región, esencialmente de raza negra.
La FEMA, agencia encargada de las situaciones de urgencia, había enfrentado numerosas catástrofes naturales. Ante una situación nueva, no supo reaccionar. ¿La causa? Su nuevo director, un tal Michael D. Brown, jurista inepto, expulsado escandalosamente de su puesto de consejero de la Asociación Internacional del Caballo Árabe, y reciclado, como tantos otros, por la familia Bush. La FEMA y muchas otras agencias han sido absorbidas por el nuevo Departamento de Seguridad de la Patria creado a raíz del 11 de septiembre, la nueva panacea universal de la administración Bush. En la realidad, nada más que contratos ficticios y puestos cómodos y bien pagados en nombre de la supuesta lucha contra el terrorismo.
Estados Unidos dispone de servicios de salud eficaces que sería posible movilizar rápidamente. Pero para disminuir los presupuestos federales han sido privatizados, o sea, entregados, sin alternativa, a las Iglesias. Y todo ello, en nombre de la superioridad de las «iniciativas basadas en la fe» ante la burocracia.
Los voluntarios de la Guardia Nacional demostraron su eficacia en el pasado, pero no han podido hacerlo esta vez... porque no están. Están lejos, muy lejos, en Irak, para garantizar que aumenten las ganancias de las compañías petroleras que integran la administración Bush. Han aprendido las técnicas de combate urbano. ¡Menos mal! Puede ser que las necesiten a su regreso.
Alabama, Luisiana y Mississippi, el Estado se ha reducido a lo que es en Afganistán o en Irak. Se puede ser libertario y suspicaz ante el leviatán estatal, pero verse sin Estado es volver a la situación en que «el hombre es el lobo del hombre». La gente desamparada, abandonada a sí misma, tiene que arreglárselas para buscar agua potable y comida entre animales muertos y cadáveres humanos.
Sin embargo, el derrumbe interno del Estado en Estados Unidos va acompañado de la hipertrofia de las posibilidades de proyección o despliegue de su poderío militar. Y esta se vuelve ahora contra su propio pueblo. El ejército no recibió orden de socorrer a los sobrevivientes sino de imponer el orden y el respeto a la propiedad. Por tanto, se utilizan los helicópteros para disparar sobre los hambrientos que saquean supermercados.
Sin límites para el desprecio, el presidente George W. Bush hizo un llamado a la generosidad pública para que esta remedie los males que provocó la ausencia del Estado que él mismo destruyó metódicamente. Designó a sus predecesores, George H. Bush (su padre) y William Clinton para que apadrinen la operación caritativa, como mismo les confió la ingerencia estadounidense cuando el tsunami en Asia. Una apuesta se esconde detrás de ese tándem.
¿Logrará la administración Bush modificar la Carta de la ONU e imponer un modo de votación que tenga en cuenta el monto de la contribución financiera de cada miembro? Si lo logra, la consecuencia sería que el Secretario General de la ONU ya no vendría de un país pequeño, sino de Estados Unidos. En ese caso, la ONU para los Clinton y la Casa Blanca para los Bush. ¡Un verdadero derroche de filantropía!
El mundo puede comprobar hoy mediante la televisión que el American way of life, que tanto nos han presentado como un porvenir radiante, no es más que caos. ¿Llegarán los dirigentes políticos a la conclusión de que es hora ya de apartarse de ese «tigre de papel» o nos seguirán invitando a celebrar la grandeza del atlantismo?
¿Seguirán apoyando los estadounidenses una administración que desprecia sus necesidades y que, en definitiva, los oprime? Es poco probable. Las primeras grietas de la fractura interna que podrían aparecer son las de los negros contra los WASP [1] y las del Sur contra el Norte. La camarilla que detenta el poder en Washington está decidida a conservarlo por todos los medios. La represión será proporcional a la rebelión.
[1] Estas iniciales significan en inglés: White (blanco), Anglo-sajón, Protestante, o sea los herederos culturales de colonizadores originales de la América del Norte
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