En el año 2000, y por iniciativa de Kofi Annan, la Cumbre del Milenio aprovechó el consenso mundial a favor de la erradicación de la pobreza extrema para obtener de los países ricos una serie de compromisos financieros más elevados y fijar un calendario de acción para vencer ese mal en quince años. Se pensaba entonces que sería posible reducir los casos de pobreza extrema a la mitad, reducir la mortalidad infantil, escolarizar a todos los niños del mundo y hacer retroceder las enfermedades infecciosas.

La eficacia de las medidas implementadas puede evaluarse mediante los índices estadísticos establecidos desde 1990 por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El miércoles 7 de septiembre de 2005, el PNUD publicó su informe anual. La lectura de ese documento es uno de esos raros momentos en que entramos en contacto con la verdad.

El «desarrollo humano» se mide sobre la base de tres criterios fundamentales:
 La salud y la longevidad
 La alfabetización y la escolarización
 El nivel de vida (PIB por habitante)
Se completa mediante un índice del «potencial humano» que mide la participación en la vida social y política.
Por lo general, todas esas estadísticas son fáciles de recoger y resultan muy fiables.

Los expertos señalan que es urgente modificar los tres pilares de la política internacional (la ayuda para el desarrollo, el comercio internacional, la paz y la seguridad) y que, a pesar de que los resultados son positivos, estamos lejos de lo previsto. Desde 1990, «la esperanza de vida en los países en vías de desarrollo aumentó en dos años, hay tres millones menos de decesos de niños al año y 30 millones menos de niños no escolarizados. Más de 130 millones de personas han escapado a la pobreza extrema». Sin embargo, durante el mismo período, 18 países, que totalizan 460 millones de habitantes, han sufrido una regresión.

Si observamos únicamente el período 2000-2003, correspondiente a la implementación del Programa de los Objetivos del Milenio, sorprende verificar el retroceso de Estados con desarrollo humano elevado (Australia, Suecia, Bélgica, Reino Unido, Malta), de Estados de desarrollo medio (Belice, República de Suráfrica, Namibia, Bostwana, Papúa-Nueva Guinea, Ghana, Congo, Togo, Zimbabwe), así como de Estados con bajo desarrollo (Swazilandia, Camerún, Lesotho, Kenya, Costa de Marfil, Zambia, RDC, República Centroafricana, Guinea-Bissau, Chad, Burkina-Faso). Los Estados de África Austral son víctimas del VIH/SIDA, otros de la guerra y otros de su mala administración.

Mortalidad

La mayoría de las regiones del mundo han registrado progresos satisfactorios en cuanto a la esperanza de vida, con excepción de los Estados de la ex URSS, que siguen perdiendo terreno, y los de África, que registran una caída significativa.

El retroceso más brutal de la esperanza de vida se ha registrado en Botswana, donde ésta disminuyó en 31 años, debido a la epidemia de VIH/SIDA. A modo de comparación, el choque demográfico más importante registrado en la historia reciente de Europa es el que sufrió Francia durante la Primera Guerra Mundial, con un descenso de 16 años de la esperanza de vida.

De forma general, las mujeres viven más tiempo que los hombres. Sin embargo, debido a la discriminación según el sexo, en la India la tasa de mortalidad infantil entre las niñas es el doble de la registrada entre los varones. Se estima que esa forma de discriminación causa 130 000 muertes infantiles al año en todo el mundo. En tiempos de paz, esa misma discriminación sexual provocó la muerte prematura de siete millones de hombres en Rusia, como consecuencia del derrumbe económico registrado durante los años de Yeltsin.

Detrás de esas cifras se esconden realidades aún más crudas: las muertes provocadas por las guerras. Durante el período analizado, la carnicería más importante no fue resultado del conflicto más mediático. Las guerras más mortíferas no fueron ni el genocidio de Ruanda, ni las guerras de Yugoslavia, Afganistán o Irak sino la del Congo, con más de cuatro millones de muertos, la cifra más elevada desde la Segunda Guerra Mundial.

Casi todas las muertes de niños de menos de cinco años podrían evitarse fácilmente en la medida en que se deben principalmente a la falta de cuidados simples y poco costosos, así como a enfermedades benignas para las cuales existen vacunas (la rubéola, la difteria y el tétanos matan tres millones de niños al año). El 98% de las muertes de niños se registran en los países más pobres. «En otras palabras, esos niños mueren porque nacieron».

Desigualdad de los niveles de vida

No sólo sucede que algunos Estados se desarrollan más que otros que muestran ingresos similares sino que algunos Estados con bajos ingresos alcanzan un desarrollo elevado (como Guatemala o Vietnam), mientras que países ricos presentan un bajo índice de desarrollo (como Arabia Saudita). Mil millones de seres humanos tienen que vivir con menos de un dólar diario mientras que otros mil millones disponen de entre uno y dos dólares. Ambos grupos conforman una clase social sumida en la pobreza extrema, y representan el 40% de la población mundial.

Ochocientos cincuenta millones de personas están desnutridas y, por consiguiente, se ven inmersas en un ciclo infernal de enfermedades.

Las desigualdades se siguen acrecentando en la distribución de la riqueza. Actualmente, las 500 personas más ricas del mundo (las que aparecen en la clasificación de la revista Fortune) ganan tanto como los 416 millones de personas más pobres.

Estados Unidos se tercermundiza

De forma especialmente inesperada, el Informe 2005 sobre el desarrollo humano contiene numerosas observaciones sobre el caso estadounidense. En términos globales, ese país sigue desarrollándose normalmente: su población presenta mejores índices de salud, de educación y de riqueza. Pero, el análisis por grupos sociales muestra una regresión espectacular en la situación de las minorías. Lo que el huracán Katrina está revelando al público extranjero, aparece confirmado de manera clínica en el informe del PNUD: al cabo de los tres primeros años de la administración Bush (estamos hablando de índices que sólo se pueden determinar después de cierto tiempo), las poblaciones negra e hispana de la primera potencia mundial están en vía de tercermundización.

«Los indicadores de salud pública en Estados Unidos están deformados por profundas desigualdades que se deben a los niveles de ingreso, a la cobertura por el seguro médico, a la raza, al origen étnico, a la situación geográfica y –lo más grave– al acceso a la atención (…). Las tendencias en el aspecto de la mortalidad infantil son sorprendentes. A partir del año 2000, el descenso de la mortalidad infantil, que venía produciéndose desde hacía medio siglo, comenzó por hacerse más lento y luego se invirtió». La tasa de mortalidad infantil entre los afroamericanos de la capital, Washington, alcanzó el nivel de la registrada entre la población del Estado de Kerala, en la India.

«Estados Unidos es el único país rico que no tiene un sistema universal de seguridad social. La mezcla de seguro privado de grupo y de cobertura pública no ha llegado nunca a todos los habitantes (…). Más de un estadounidense no jubilado de cada seis (45 millones de personas) no tenía suficiente cobertura en 2003 (…). Entre los hispanoamericanos (34%) hay dos veces más personas no aseguradas que entre los blancos (13%) y el 21% de los afroamericanos no tiene seguro médico (…). Más del 40% de los ciudadanos que no tienen seguro no dispone de estructuras regulares en las que podrían recibir tratamiento médico cuando se enferman y más de la tercera parte de esas personas declara que durante el año pasado ellas mismas o alguien de su familia tuvo que renunciar a los cuidados médicos necesarios, incluyendo tratamientos o medicinas prescritas, debido a los costos (…). El Institute of Medecine estima que por lo menos 18 000 estadounidenses mueren prematuramente cada año únicamente porque carecen de seguro médico». Si la administración Bush se ocupara de que los negros tuviesen acceso a la misma atención que los blancos, salvaría 85 000 vidas al año.