A pesar de sus ingentes esfuerzos monetarios y de influencia mediática, San Dionisio Romero Seminario, el banquero de los banqueros, deberá comparecer ante los tribunales por tráfico de influencias. Querría decir que no todo está tan absolutamente podrido en el Poder Judicial. Es cierto que a quienes tocó la difícil decisión de patentizar el adagio jurídico dura lex, sed lex (dura es la ley, pero es la ley), serán, de ahora en adelante, hostilizados, mal mirados y miembros ilustres de la lista negra que maneja San Dionisio, uno de los dueños del Perú.

En este país, San Dionisio tiene una grey de seguidores muy bien pagados y comprados para que limpien su imagen y le reputen como un empresario de “avanzada”. Así cuando se hace regalar puertos, no duda en emplear a felpudos oficiosos como Arturo Woodman Pollit, uno de sus cipayos más fieles y que también maneja una red de adláteres que le llaman empresario, cuando no es más que un empleado obediente a los patrones que pagan sus presentaciones. No deja de llamar la atención que este señor tenga tan buenos contactos con el gobierno actual.

Cuando algo le incomoda a San Dionisio Romero, procura siempre comprarlo. Si no puede hacerlo, se maneja a otro nivel y presiona para que otros alejan a los incómodos. Además, con sus excelentes marionetas en los medios de comunicación, empuja campañas de difamación y demolición. Por alguna extraña razón (la razón de los patanes abusivos) San Dionisio cree que su palabra es ley sagrada en estos pagos peruanos, por tanto, el trato que dispensa, por ejemplo a su jefe de imagen, pasa por constantes y recurrentes invocaciones a la progenitora del mismo. ¡Y ay si no se cumplen los úcases que lanza con frecuencia mandona!

En Perú nadie cuestiona, desde los medios de comunicación, a San Dionisio. De por medio hay tandas publicitarias en radio, periódicos y televisión y negocios que proteger y que fueron hechos entre compadres, amigotes, parientes y relacionados. Algunos políticos viajan con frecuencia a Miami y con los recursos que generosamente paga San Dionisio por sus servicios eficientes.

Años atrás nos cupo denunciar cómo San Dionisio Romero Seminario, con la complicidad de un notario piurano, había falsificado el testamento de una tía y se hizo de la linda suma de US$ 150 millones de dólares perjudicando a una prima hermana suya que lo tiene denunciado sin mayores consecuencias ni suerte. San Dionisio es un bulldozer que cuando se trata de dinero, atropella a hermanos, parientes, amigos, a quien sea. Jamás levantó los cargos que publicamos en Dignidad.

Pero no es tonto San Dionisio. No por nada es uno de los dueños del Perú. Amablemente regaló al Poder Judicial de colecciones jurídicas para uso de los funcionarios de ese poder del Estado. Todo indica que aún hay gente honesta a los que no tiembla la mano a la hora de determinar responsabilidades como las que San Dionisio tiene que esclarecer de modo público.

En un país inundado de tanta corrupción, que el banquero de los banqueros, San Dionisio Romero Seminario, comparezca por tráfico de influencias al alimón con su amigote Vladimiro Montesinos Torres, no es poca cosa. Y si lo ponen tras las rejas, tema que no hay que descartar por tenazmente lógico, entonces hay posibilidades de regeneración en Perú. San Dionisio es parte del poder real que dispone, ordena, fulmina y determina qué y qué no se hace en estos territorios.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!