Michael D. Brown

En su lugar designó a un vicealmirante del Servicio de Guardacostas. Esto equivale a decir: “Mejor vete a casa y deja trabajar a los que saben”.

Brownie, como lo llama Bush, es el blanco de todas las críticas por su lentitud e ineficacia ante la peor tragedia natural en la historia de Estados Unidos, que hasta el momento afectó a 230 mil personas en Nueva Orleans, provocó más 10 mil muertos y causó daños materiales estimados en cien mil millones de dólares.

Demócratas y republicanos lanzaron un aluvión de críticas contra Brown. Sus detractores señalan que es “un provinciano” sin experiencia para ocupar el cargo. The Washington Post lo definió como “la cabeza fallida” de la administración Bush. La periodista Maureen Dowd, del New York Times, lo llamó “el despreocupado idiota a cargo de la FEMA”.

Brown, un inexpresivo y mediocre abogado de Oklahoma, fue designado por Bush en agosto de 2002. De él dependen la Reserva Estratégica Nacional, el Sistema Nacional Médico para Desastres, el Equipo de Respuesta a Incidentes Nucleares, el Consejo Nacional del Cuerpo de Ciudadanos y el Sistema Nacional de Búsqueda y Rescate Urbano.

Antes de ocupar tantos y tan elevados puestos, Brown había sido supervisor de asuntos de disciplina de la policía de Oklahoma. Durante diez años (1991-2001) presidió la Asociación Internacional de Caballos Arabes, con sede en Colorado.

A estos sólidos antecedentes en prevención de desastres, suma otro: en su época de estudiante universitario compartió un cuarto con Joseph Allbaugh, el anterior director de FEMA. Allbaugh fue el principal asesor de Bush cuando era gobernador de Texas y, después, jefe de su campaña presidencial en 2000. Dormir en aquella habitación decorada con afiches de jugadores de futbol americano y chicas de Playboy, le resultó mejor a Brown que cursar una maestría o un doctorado.

Informaciones publicadas por la prensa estadounidense revelan que Brown tiene un currículum intrascendente y, lo peor de todo, que ese currículum fue “inflado” con cargos que nunca ejerció. Su biografía oficial subraya que se desempeñó como un “destacado profesor de Ciencias Políticas” de la Universidad Estatal Central de Oklahoma. Sin embargo, voceros de la Universidad dijeron a la revista Time que Brown fue “sólo un estudiante” y que “quizá pudo haber sido un instructor asistente”.

El segundo de Brown, Patrick Rhode, tiene tanta experiencia en defensa civil como su jefe. Proviene de la Administración de Pequeños Negocios (SBA), fue enlace entre el Departamento de Comercio y la Casa Blanca y, por supuesto, trabajó en la campaña de Bush en Austin, Texas.

La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias cuenta con 2 mil 600 empleados, tiene oficinas centrales en Washington y maneja varias oficinas regionales. En caso de desastre, según la publicidad oficial, puede disponer de hasta 4 mil empleados temporales, reservistas y voluntarios que se incorporan a los equipos de respuesta y recuperación.

Cuando el huracán Katrina ya había devastado Louisiana, Mississippi y Alabama, los funcionarios de FEMA fueron muy cautos. Le demostraron al mundo que en medio de una situación adversa estaban compenetrados del “estilo Brownie”. A continuación, una serie de casos ilustrativos:

La empresa ferroviaria Amtrak ofreció trenes para rescatar a los damnificados. FEMA no atendió la propuesta. La estación de Nueva Orleans, mientras tanto, fue reconvertida en prisión temporal con capacidad para 700 prisioneros. Muchas celdas son simplemente jaulas al aire libre, rodeadas por alambradas de púas de cinco metros de altura.

La agencia bloqueó la llegada de grupos de bomberos y rescatistas de varias ciudades. Les solicitó a los voluntarios que cumplieran con los mecanismos burocráticos adecuados antes de viajar a Nueva Orleans y les dijo que sería un problema alimentarlos y conseguirles alojamiento. A cien policías de Nevada dispuestos a trasladarse a Nueva Orleáns, FEMA les respondió que tardaría por tres días en evaluar la oferta.

El alcalde de Chicago, la tercera ciudad más grande de Estados Unidos, ofreció enviar una variada gama de servicios municipales. FEMA sólo aceptó un camión cisterna.

La Marina de Guerra ordenó al buque USS Bataan que estuviera disponible en operaciones de rescate cuando Katrina tocara tierra. La nave, con una tripulación de mil 200 marinos, dispone de un hospital con capacidad para 600 pacientes a bordo y seis helicópteros que pueden servir para operaciones de socorro. Aunque estaba en la zona cuando irrumpió el huracán, recibió la autorización de FEMA -y de manera limitada- cinco días después.

Una flota de 500 embarcaciones pesqueras se dirigió a Nueva Orleans en respuesta al pedido de auxilio del alcalde Roy Nagin. En las dársenas de entrada fueron rechazadas por agentes a las órdenes de FEMA, quienes dijeron que las aguas eran muy bajas y que no hacía falta su ayuda.

Robert Dummet, coordinador de la Asociación de Hidroaviones de Florida, avisó que había más de 500 de esas aeronaves dispuestas a socorrer Nueva Orleáns. FEMA le respondió que “la situación en la ciudad no es segura”. Si los pilotos voluntarios se libraban de ser asaltados, podrían ser detenidos por la Guardia Nacional.

La temporada de huracanes comenzó con baja intensidad en junio. Al mes siguiente, cuando las tormentas se hicieron más amenazadoras, Brown demostró ser un genio de la prevención: exhortó a los habitantes de la costa del Golfo de México a “proteger sus propiedades de los desbordamientos de agua” y a “contratar seguros contra inundaciones”.

Sin duda, fue un visionario. Hoy, el 80 por ciento de Nueva Orleans está bajo el agua.

BAMBU PRESS