Fue el escritor inglés George Orwell el que su novela futurista publicada poco después de la II Guerra Mundial con el título de 1984, acuñó el término de «doble lenguaje» para referirse a una serie de eufemismos gramaticales que emplearían los gobiernos totalitarios del futuro para encubrir acciones militares o políticas, que de ser expresadas en su verdadera significación, provocarían el inmediato rechazo de la opinión pública.
Fue el escritor inglés George Orwell el que su novela futurista publicada poco después de la II Guerra Mundial con el título de 1984, acuñó el término de «doble lenguaje» para referirse a una serie de eufemismos gramaticales que emplearían los gobiernos totalitarios del futuro para encubrir acciones militares o políticas, que de ser expresadas en su verdadera significación, provocarían el inmediato rechazo de la opinión pública.
Con el «doble lenguaje» es posible ocultar acciones descarnadas, espantosos crímenes de guerra, como son las muertes de civiles inocentes que ocasionan los bombardeos aéreos realizados contra pueblos y ciudades, llamando a esas muertes injustificadas, simplemente «daños colaterales».
En ese «doble lenguaje» tomado del mundo de Orwell se acuñó el término de «Guerra Fría» para calificar al conflicto de competencia por la hegemonía mundial entre las potencias occidentales y el campo socialista que encabezaba la Unión Soviética, a partir del fin de la «Guerra Caliente» que acababa de terminar con la victoria aliada frente al eje Tokio-Roma-Berlín.
No vamos a hacer de este comentario todo un tratado sobre la forma que se le trata de ocultar a la opinión pública lo que hay detrás de cada palabra, o expresión gramatical que leemos en la prensa de todos los días. Vamos solo a referirnos a la mas reciente creación eufemística en el lenguaje orweliano: Los llamados «Contratistas» de Irak.
Cuando leemos en la prensa un cable que nos llega desde Bagdad diciendo que «un artefacto explosivo estalló en una calle de la capital iraquí dando muertes a dos contratistas norteamericanos», en lo que pensamos es que en un acto terrorista, han perdido la vida dos pacíficos ciudadanos civiles de Estados Unidos que estaban en Irak realizando trabajos pacíficos de ingeniería civil, reconstruyendo puentes o edificios de escuelas y hospitales, destruidos por la guerra que asola a ese país musulmán.
Pero no. Esos «contratistas» de quienes nos habla la prensa, no son tales simples ciudadanos comunes que han ido a Irak a realizar labores de reconstrucción civil, tal como se pretende encubrir con el uso del «doble lenguaje» de Orwell.
Estos «Contratistas» son simple y llanamente soldados mercenarios reclutados entre ex militares de Estados Unidos y otros países a quienes se les paga una «contrata» para que operen en Irak en funciones no muy distintas a las que se le pueda asignar a un ejercito regular, solo que en el caso de los «Contratistas» esos soldados no llevan el uniforme de los ejércitos regulares de las naciones ocupantes de Irak.
Para que se tenga una idea de la magnitud de la operación de los llamados «Contratistas» basta decir que actualmente hay unas 36 firmas de compañías privadas de seguridad -en su mayoría estadounidenses o británicas y unas pocas iraquíes- que tienen bajo contrato a más de 25 mil hombres, la mayoría de ellos fogueados veteranos de guerra con una vasta experiencia militar y muy bien entrenados en el arte de matar.
Sus armas y equipos militares no son muy distintos a los que emplean los soldados de las fuerzas de Estados Unidos o de cualquier ejercito moderno de hoy. Como dato adicional vale señalar que según los datos oficiales, los gastos incurridos por el gobierno de Washington para pagar a los miles de «contratistas» que dan seguridad a distintas agencias del gobierno norteamericano que operan en Irak, ascienden a cerca de los mil millones de dólares.
Bien que pudiéramos llamar a esos egresos económicos «gastos colaterales», para seguir hablando en el lenguaje orweliano.
Para decirlo franca y llanamente. Los tales «contratistas» no son tales.
Son simplemente soldados mercenarios, iguales a los famosos «condotieros» de las guerras de la Italia de las ciudades-estados y del Papa Borgia, resucitados en pleno siglo XXI con un nuevo nombre, una nueva etiqueta, un doble lenguaje, para hacer lo mismo, aunque no se escriba igual.
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