La Cumbre de la ONU que acaba de concluir, fue otra oportunidad perdida para el examen de los más acuciantes problemas del mundo de hoy, el ordenamiento de las relaciones políticas internacionales y la reestructuración de la organización, así como una insólita exposición de la incapacidad de la organización para confrontar al imperio.
La Cumbre de la ONU que acaba de concluir, fue otra oportunidad perdida para el examen de los más acuciantes problemas del mundo de hoy, el ordenamiento de las relaciones políticas internacionales y la reestructuración de la organización, así como una insólita exposición de la incapacidad de la organización para confrontar al imperio.
La zaga del encuentro que reunió a 175 de los líderes de los 191 estados que integran la organización es la frustración, el desaliento y la inconformidad. Excepto para los que fueron a Nueva York a realizar turismo político, los demás jefes de estado regresan a sus países con la sensación de haber perdido el tiempo.
La reunión originalmente convocada para pasar balance al cumplimiento de los Objetivos del Milenio fracasó porque sus objetivos fueron desvirtuados y el encuentro reorientado hacía prioridades caprichosamente establecidas por Estados Unidos que arrastró tras si a los países desarrollados e impuso su dictado a todo el mundo.
Si bien la agenda original poseía un inconfundible sello de universalidad, no sólo porque las metas del milenio encaminadas a realizar un esfuerzo a escala planetaria para avanzar en la lucha contra la pobreza, el hambre y la exclusión, interesaban a todo los pueblos y gobiernos del mundo, el texto aprobado fue omiso absolutamente en todos los temas de verdadero interés mundial.
No se habló de la pobreza y del hambre, pero tampoco del desarme y la no proliferación, no se alcanzó una definición válida de terrorismo, no se abordaron debidamente los más importantes problemas del comercio internacional, especialmente la desventajosa situación que crean los multimillonarios subsidios agrícolas y se evadieron los problemas ecológicos globales. Nada se dijo del asunto de la financiación para el desarrollo y para colmo, el tema de los temas de la ONU: la paz estuvo ausente. Ni una palabra de cómo y cuándo se pondrá fin a la guerra de exterminio y a la ocupación de Irak.
Porque no abordó los problemas reales, del mundo de hoy, el documento no aportó siguiera una sugerencia para su solución.
Sumando su voz al monocorde y aburrido ejercicio retórico en que se convirtió la reunión, en una paradoja perfecta, Bush llamó a realizar una «reforma institucional significativa» de la ONU, precisamente uno de los asuntos bloqueados por los Estados Unidos que impidieron considerar los temas respecto a la ampliación del Consejo de Seguridad y el debate en torno a la vigencia del antidemocrático privilegio del veto del que disfrutan cinco países.
Bush exhortó a los países miembros a «tomar en serios sus responsabilidades» Es decir a hacer exactamente lo que su país no hace y le impide hacer a los demás. Bush puede haber quedado complacido pero el mundo ha resultado frustrado y agraviado.
La reunión estuvo animada por las claras y audaces objeciones presentadas por Venezuela y Cuba. La primera por intermedio de su presidente, Hugo Chávez Frías y la segunda por la esclarecida presencia del presidente del parlamento cubano Ricardo Alarcón.
Las dos voces salvaron la maltrecha honra de la reunión al dejar claro que al permitir que se la manipular groseramente del modo que lo ha hecho Estados Unidos y colocarse de espalda a los intereses de los pueblos a los que debieran representar, la ONU dio un nuevo paso hacía si obsolescencia.
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