Sería injusto no dejar de reconocer que este es uno de los peores Congresos de que pueda avergonzarse la historia nacional. Con rarísimas excepciones decentes y sinceras, hay chamulladores baratos, mitómanos feraces, mentecatos profesionales, logreras con bonitas piernas y escaso cerebro, en síntesis una colección inenvidiable para cualquier pueblo. Se asemejan al dispositivo mecánico de los autos, el embrague, porque ¡primero meten la pata y después hacen el cambio! Ahora dicen que ya no van a ser varios miles de dólares los que se embolsicarán como indemnización y otras majaderías, sino mucho menos. Si aquí existiese la justicia, los parlamentarios debían de pagar en lugar de cobrar.
El prócer civil, Manuel González Prada, en pluma imbatible, les ha retratado con la ferocidad que no mellan los años en dos artículos que hemos tenido el placer inefable de reproducir ayer y hoy: Nuestros legisladores y Los honorables de Horas de Lucha y Bajo el oprobio, respectivamente. Es hasta inminente que muchos legisladores, por vez primera, en virginal encuentro, hayan recién tomado conocimiento que existió González Prada.
Años atrás, desde Liberación, me permití algunas recensiones de estos mismos textos de González Prada y agregué algo de mi cosecha. Mi tesis era quemar el Congreso pero…………….¡con todos los parlamentarios adentro! Entonces una rechoncha fujimorista estridente y locuaz exigió que sus asesores averiguaran quién era “ese tal González Prada” para “aplicarle la ley”. La muy bestia hasta despidió a dos “asesores” porque no le pudieron hacer entender que don Manuel hacía rato que ya no estaba entre nosotros. Lo cual demuestra, para consuelo pírrico de los actuales, que la insolente ignorancia no es patrimonio exclusivo del presente Parlamento.
Para un observador simple, el tráfago diario de cinco años, acaso habría enseñado al Congreso a tomar la temperatura popular. De repente hasta a calibrar las furias ciudadanas que odian al Parlamento por considerarlo un establo ineficiente, caro, soso y de nivel abisal y de alcantarilla. Pero, por desgracia no ha sido así. Y es cuasi imposible que a los pocos meses que faltan para que se larguen, esto ocurra. Para colmo de males, ahora tienen que recular de los US$ 30 mil iniciales a otra suma que siempre seguirá siendo una afrenta al pueblo que trabaja de sol a sol y por apenas ¡en 30 días! S/ 450 (algo así como US$ 120). ¡Qué desigualdad tan cruel y qué perfidia la de algunos!
Un par de imbéciles químicamente puras, ha dicho que “si la gente supiera el trabajo que tiene el parlamentario” y la otra que “trasladará en cuatro camiones los papeles que ha acumulado una vez que se vaya”. ¿No sería más adecuado el uso de un bozal? ¿Y qué hay de ese parlamentario por Junín que habla hasta de la vida sexual de las amebas en Marte? ¿No se le ve pronunciando idioteces a cada momento? Pseudo catón, favorecedor de empleados fantasmas, sólo porque tuvo la solidaridad de sus colegas, no significa que no le despreciemos menos. Da pavor tener que confesar que a veces los legiferantes en lugar de aplausos, merecen escupitajos.
¡Este es el Congreso que tenemos y a menos que ocurra algo fuera de serie, así seguirá el asunto hasta julio del 2006! ¿Cómo elevar el nivel de esta institución? Los títulos universitarios o los doctorados no hacen ninguna diferencia. Sabemos de delincuentes que poseen ambas calificaciones y usan cuello y corbata y roban con descaro de generación en generación y en nombre de la globalización o de las famosas consultorías. Persiste, pues, la interrogante: ¿y de qué modo insuflamos decencia con ciencia al Congreso? Ciertamente, del actual ya no se puede esperar nada.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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