En una contribución magistral presentada en la conferencia Axis for Peace 2005, el profesor James Petras analiza las contradicciones del sistema imperialista estadounidense. Destaca la manipulación de la ONU y el derecho internacional por las grandes potencias. Describe el avance desenfrenado de los militaristas civiles, neoconservadores y sionistas. Lejos de caer en el pesimismo, el célebre intelectual estadounidense traza las perspectivas de una resistencia popular internacional.
El tema de la guerra y la paz suscita muchas respuestas contradictorias. Para los ideólogos y militaristas civiles en Washington, la paz se puede garantizar mediante la consolidación de un imperio mundial, que implica a su vez… guerras eternas en todo el mundo. Para los ideólogos y voceros políticos de las corporaciones multinacionales, las operaciones del mercado libre conjuntamente con el uso selectivo de la fuerza imperial en circunstancias «estratégicas» específicas, pueden garantizar la paz y la prosperidad. Para los pueblos oprimidos y naciones del Tercer Mundo, la paz es el resultado de la autodeterminación y la «justicia social» – la eliminación de la explotación imperial y la intervención y el establecimiento de democracias participativas basadas en la igualdad social. Para muchas de las fuerzas progresistas en Europa y en los Estados Unidos, un sistema formado por instituciones y leyes internacionales, comunes para todas las naciones, puede imponer la solución pacífica de conflictos, regular el comportamiento de las corporaciones multinacionales y defender la autodeterminación de los pueblos.
Cada una de estas perspectivas tiene serias deficiencias. Se ha demostrado que la doctrina militarista de la paz por medio del imperio ha sido una fórmula de guerra durante los últimos tres milenios, específicamente en la época contemporánea según se ha observado en las rebeliones anticoloniales actuales y pasadas, y las guerras de los pueblos en Asia, África y América Latina. La noción de combinar el poder de mercado y fuerza selectiva para garantizar la paz ha engañado a algunos, particularmente a las personas del Tercer Mundo: las rebeliones populares que llegan al derrocamiento de los clientes del «mercado libre electoral» del imperio conjunto Europa-Estados Unidos durante los últimos dos decenios en América Latina dan fe de su constante vulnerabilidad.
Los movimientos antiimperialistas, donde han triunfado, han logrado en muchos casos reemplazar una forma de imperialismo (dominación directa) para caer víctimas de otro basado en las «fuerzas del mercado». Por otra parte, las guerras de clases y étnicas han surgido en naciones postcoloniales bajo las banderas «nacionalistas» y los socialistas revolucionarios se ha convertido en las nuevas elites privilegiadas.
Por último, el camino institucionalista-legal hacia la paz ha sufrido porque las desigualdades a nivel mundial en el poder socio-político se reproducen en las instituciones «internacionales» y su personal judicial. Por lo tanto, si bien como forma dan un marco «internacional», como sustancia sus normas de procedimientos, omisiones y selección de actos delictivos y sus actores reflejan el interés político de las potencias imperiales. Lo que estoy proponiendo es que necesitamos ir más allá del antiimperialismo y combinar las luchas por la autodeterminación para adoptar así la emancipación de clases. Debemos argumentar y luchar por una nueva correlación de las fuerzas sociopolíticas en aras de proporcionarle a las instituciones internacionales y personal que trabaja en ellas una perspectiva de clases que favorezca las naciones oprimidas y clases explotadas.
Esto significa apoyar las tendencias democráticas, laicas y socialistas en los movimientos antiimperialistas: apoyar marcos institucionales internacionales pero con énfasis profundo y duradero sobre sus clases y contenido nacional. Finalmente, si bien es necesario reconocer las divisiones potenciales y conflictos entre los imperialistas del mercado y militares con fines tácticos y alianzas temporales, se necesita observar sus metas estratégicas comunes (creación del imperio) incluso cuando sus medios difieran.
Polémicas contemporáneas: paz y guerra
Los académicos, activistas que se oponen a la guerra, políticos y periodistas han manifestado estrechar el grupo de circunstancias y procedimientos al analizar las perspectivas de paz y guerra. En este trabajo, nos concentraremos en cuatro esferas principales y sus implicaciones.
1 – La «decadencia del poder» de los Estados Unidos y las nuevas guerras
2 – Derrotas imperiales y nuevas guerras
3 – Interdependencia económica y amenazas militares
4 – Nuevas configuraciones de poder, conflictos interimperialistas y convergencias.
1 – Decadencia del poderío de los Estados Unidos y nuevas guerras
Las teorías que se manifiestan a favor de la noción de que el imperialismo estadounidense es «un poder en decadencia» son unilaterales, engañosas y hacen que se cometan errores políticos de envergadura. Si bien es cierto que la economía interna de los Estados Unidos (lo que denomino la «República») afronta graves problemas estructurales (crecimiento en el comercio y déficit presupuestales, aumento de la deuda, disminución de la producción y el crecimiento de una economía especulativa), el «Imperio» – las operaciones en el extranjero de las corporaciones multinacionales estadounidenses, bancos y bases militares es cada vez mayor. No están en «decadencia». Por el contrario, se puede argumentar que es el aumento de su crecimiento económico externo el que engendra una mayor intervención militar. Los Estados Unidos todavía marchan al frente en el porcentaje de corporaciones multinacionales entre las 500 más importantes, (casi el 50%) si se compara con Europa, Asia y el resto del mundo; en varios sectores importantes como la tecnología de la información, finanzas y la aeronáutica, Estados Unidos es la potencia dominante.
Estados Unidos es líder mundial en material de inversiones en el campo de la investigación y el desarrollo (I y D) y ocupa un lugar cimero en el crecimiento de la productividad. La mayor parte de las ganancias en el área de la investigación y el desarrollo se aplican, sin embargo, a las operaciones de las corporaciones multinacionales en sus filiales en el extranjero, mientras que el aumento de la productividad y las utilidades se transfiere hacia la economía del papel en el país y la producción hacia el exterior. El problema no es una decadencia absoluta de los Estados Unidos sino un desarrollo desigual entre el «Imperio» y la «República».
Para ser más específicos, en la medida que aumenta el Imperio, la República decae. La economía interna y la sociedad llevan el costo del financiamiento, subsidios y suministros de soldados para el Imperio. Es por ello que las guerras imperiales y costosas han provocado recientemente disconformidad y oposición de masas. A diferencia del pasado cuando el Imperio creó una «aristocracia del trabajo», hoy día el imperialismo está acompañado del empobrecimiento del trabajo, disminución de los gastos sociales y la creación de una mano de obra precaria.
Ante la expansión externa y la decadencia interna, surgen por lo menos dos principales políticas imperiales: una aboga por la creación de nuevas «crisis», escalada militar para «distraer» la oposición interna con llamados chovinistas y la inculcación del miedo de amenazas externas con el fin de crear una «cohesión» detrás del Imperio. La segunda teoría plantea que las nuevas guerras van a exacerbar la oposición interna, que el «miedo» en favor de la guerra y la propaganda chovinista han perdido su efectividad ante las pérdidas materiales que sintieron las masas, y que es hora de vincularse a la diplomacia (para que participen competidores imperiales), reducción del ejército colonial y aumento del papel de cipayos locales. Según esta corriente, esto provocará una disminución del déficit presupuestario y concentrará los recursos estatales para fomentar los mercados libres internacionales, el comercio y convenios de inversiones.
2 – Derrotas imperiales y nuevas guerras
Las potencias imperiales que sufren derrotas militares, diplomáticas y políticas en su búsqueda del imperio responden de forma contradictoria en cuanto a la profundidad y alcance de la derrota y consecuencias políticas que se originan.
Fundamentalmente, las potencies imperialistas responden a las derrotas militares de dos maneras:
(1) – buscando formas más fáciles (por lo menos ante los formuladores de políticas) para ganar guerras y distraer al público de su derrota, levantar la moral en el ejército y reafirmar a sus aliados y clientes su capacidad permanente de proyectar su poder.
(2) – al retirarse del campo de operaciones, reducir su perfil militar en aras de neutralizar la oposición interna para crear el Imperio, aliviar el aislamiento político internacional y reasignar recursos militares, económicos y políticos para defender el sistema como un todo.
El Gobierno de Bush ha adoptado la estrategia de las nuevas guerras – amenazas de invasión, ataques militares, sanciones económicas y golpes de Estado («cambio de régimen») contra Siria, Irán y Venezuela, incluso su guerra en Irak y enfrenta una mayor insurgencia en Afganistán.
Como la mayoría de los ciudadanos se oponen a la guerra militarista civil en Irak y un número cada vez mayor de los «socios de la Coalición» la ha abandonado, los militaristas civiles lanzan nuevas campañas de propaganda por los medios de difusión, demonizando los países prioritarios y creando «tensión internacional» con la esperanza de revivir la cohesión interna y sumar nuevos
«socios de la Coalición» que no sean necesariamente del mundo anglo-sajón.
Ante las grandes derrotas militares, los creadores de la política imperial de los Estados Unidos recurren frecuentemente a invasiones «exitosas» contra países débiles y pequeños para superar el antimilitarismo civil. Por ejemplo, después de la derrota de Vietnam, los Estados Unidos invadieron la pequeña isla caribeña de Granada, y luego Panamá. A partir de estas conquistas imperiales, Washington volvió de forma exitosa a la guerra aérea contra Yugoslavia e Irak (la primera Guerra del Golfo) creando un aura de misterio en el país del ejército «invencible y correcto» listo para invadir Irak. Durante tres años de interminable y severa resistencia y más de 15,000 muertos y soldados heridos, y a un costo de 300 mil millones de dólares, el aura de misterio se ha evaporado y ha sido sustituido por la desilusión y la oposición.
La segunda respuesta imperial a las derrotas militares es la reducción de las pérdidas, atenuar las divisiones internas y canalizar temporalmente la creación del Imperio hacia otros campos: guerras de sustitución, operaciones encubiertas por parte de unidades de operaciones especializadas y una intensificación en las competencias económicas para la participación en el mercado. Este cambio de una guerra a gran escala a una de baja intensidad y la creación de un imperio dirigido por el mercado, ha demostrado ser una pauta temporal entre guerras imperiales.
Después de la Guerra de Vietnam, los Estados Unidos se volvieron hacia operaciones encubiertas para derrocar el gobierno socialista democrático de Chile, financiaron las fuerzas mercenarias en Angola, Mozambique, Nicaragua, Afganistán e impusieron de forma exitosa los regímenes para abrir nuevos mercados y oportunidades de inversión en el Tercer del Mundo y la antigua URSS.
En resumen, las derrotas imperiales por parte de movimientos de liberación nacional cambian políticas de forma temporal en algunos casos, pero no afectan a la institución y fuerzas socioeconómicas que dan lugar a las guerras imperiales.
La doctrina de guerras múltiples ante las derrotas aún no se ha comprobado pero es probable que bajo las actuales condiciones económicas y políticas, Estados Unidos exacerbe la oposición interna, amplié y profundice la resistencia en masa y armada particularmente en el mundo musulmán, el Oriente Medio y América Latina – si se centran en el nuevo gobierno electo de Venezuela.
Desafortunadamente, bajo las circunstancias actuales, las instituciones legales y políticas internacionales no han aplicado los convenios legales establecidos y códigos legales. Con el mandato de Kofi Annam, las Naciones Unidas ha ayudado e instigado la agresión de los Estados Unidos contra Afganistán, dándole un estatus legal a la ocupación colonial estadounidense al reconocer el gobierno títere, y rehusaron condenar el uso sistemático de torturas de Washington al igual que la detención ilegal e indefinida de sospechosos.
La investigación de la ONU relativa al asesinato del político multimillonario libanés, Hariri, acusó al gobierno sirio basándose en argumentos dudosos y evidencias circunstanciales que cualquier tribunal de justicia independiente no estimaría. El Tribunal Internacional, ayudado por la ONU con respecto al caso de Yugoslavia, ha rehusado considerar los crímenes de guerra de los EE.UU., Reino Unido y Kosovo – incluyendo los bombardeos masivos en la ciudad, limpieza étnica de serbios y la ocupación y fragmentación del territorio serbio. En resumen, el derecho internacional necesita de un orden institucional internacional independiente de las manipulaciones y control de Europa y Estados Unidos para ser efectivos.
3 – Interdependencia económica y cerco militar
Para evitar o proseguir la guerra es necesario que preveamos conflictos emergentes y confrontaciones militares potenciales. Una de las señales más preocupantes de conflicto militar son las crecientes amenazas de Estados Unidos a las potencias económicas emergentes, concretamente a la República Popular de China.
En los últimos años, aunque de manera más intensa en 2005, Washington se ha enrolado en una fuerte campaña de demonización contra China –basada, fundamentalmente, en falsedades y distorsiones. La relativa decadencia de Estados Unidos frente al rápido crecimiento de China ha provocado dos reacciones en el primero. Por una parte, las corporaciones multinacionales estadounidenses han trasladado muchas de sus fábricas manufactureras hacia China, han incrementado sus inversiones y comercio y aspiran a controlar firmas lucrativas. Por otra, una coalición de sectores atrasados de la economía apoyada por congresistas y militaristas civiles neoconservadores han orquestado una agresiva política de proteccionismo en el país y de cerco de China en el exterior. A pesar de la cada vez mayor «interdependencia» de Estados Unidos y China –China financia el déficit comercial de Estados Unidos al comprar miles de millones de dólares de bonos del Tesoro y acumula un excedente comercial substancial con los Estados Unidos– la facción militarista firmó un pacto militar con Japón e India contra China, construye bases militares en Asia Sudoccidental, promueve ejercicios militares con su cliente, Mongolia, y recauda miles de millones de dólares de la venta de armamento a Taiwán dirigido contra ciudades chinas.
Estados Unidos pone en tela de juicio los gastos chinos de 30 mil millones de dólares al decir que la cifra es tres veces mayor mientras olvida, convenientemente, que los gastos militares estadounidenses exceden los 430 mil millones de dólares, es decir, entre 5 y 15 veces superiores (en dependencia del estimado que se acepte). Como respuesta al cerco impuesto por Estados Unidos, China ha entrado en un pacto defensivo con Rusia y otros estados de la antigua URSS.
Evidentemente, existe un conflicto entre los sectores «militaritas» y económicos de la élite estadounidense en cuanto a la mejor manera de extender el Imperio. Ambos sectores son activos en su lucha por lograr sus objetivos imperiales; uno a través del cerco militar y, el otro, a través de la penetración del mercado, con el bloqueo por parte del primero de la venta de tecnología, las compañías petroleras y los llamados «bienes estratégicos».
Antes de aceptar la reducción del poder hegemónico en Asia en lo que Estados Unidos compite con China, los sectores militaristas dominantes tratan de compensar el relativo descenso económico al aumentar la agresión militar.
En otras palabras, la «interdependencia económica» no es una condición suficiente para contener la propensión a la agresión militar de Estados Unidos contra potencias económicas que surgen. Los intereses estadounidenses de bloquear la emergencia de China como una potencia regional responden a un plan estratégico diseñado por Paul Wolfowitz en 1992 que aboga por un grupo de políticas militares, diplomáticas y económicas para establecer un mundo unipolar. Aunque carente de una reevaluación de las capacidades y limitaciones económicas, es muy probable que el proyectado crecimiento de China provoque nuevos llamados a la confrontación militar ofensiva ya sea estimulando el separatismo provincial (Taiwán, Tíbet y las provincias musulmanas en el oeste) o provocando conflictos territoriales en alta mar o en el espacio aéreo al involucrarse en el «intervencionismo humanitario» o promover una nueva guerra comercial sobre la energía y las materias primas.
4 – La guerra y el nuevo bloque de poder: el sionismo y los militaristas civiles versus la clase dirigente tradicional
Con la elección del Presidente Bush, un nuevo bloque de poder ha tomado el control de los principales centros de toma de decisiones del Estado imperial; los militaristas civiles han reducido las agencias militares y de inteligencia tradicionales a favor de sus propios «servicios de inteligencia» y «formaciones militares especiales». El Departamento de Estado ha sido eclipsado por neoconservadores sionistas en el Consejo de Seguridad Nacional, el Pentágono, los influyentes y derechistas «tanques pensantes» y dentro de la oficina del vicepresidente –entre otros centros de poder.
Los conservadores sionistas (ziocons) y las organizaciones sionistas más importantes en la sociedad civil fueron los arquitectos y propagandistas principales de la guerra de Irak y hoy continúan siendo los defensores por excelencia de la guerra con Siria e Irán. Paul Wolfowitz y Douglas Feith, antiguos números dos y tres en el Pentágono, Irving Lobby, consejero principal del vicepresidente Cheney, Richard Perle, asesor principal del secretario de Defensa, Rumsfeld, Elliot Abrams, miembro del Consejo de Seguridad Nacional para los Asuntos del Medio Oriente, tienen vínculos orgánicos con el régimen gobernante en Israel y han sido sionistas fanáticos por varias décadas.
El plan de guerra que ellos propusieron e implementaron con el apoyo de los militaristas civiles (Rumsfeld, Bush y otros) era destruir cualquier adversario de Israel en el Medio Oriente y promover un ambiente de «co-prosperidad» Estados Unidos-Israel. Las organizaciones sionistas más importantes son influyentes políticamente dentro y fuera del gobierno y salvo alguna excepción son simples correas de transmisión automáticas para la política israelí. Israel aboga por el cambio de régimen en Siria e inmediatamente las organizaciones sionistas influyen sobre todos sus clientes de las ramas congresional y ejecutiva para que se hagan eco del mandato del amo. Israel aboga por la guerra contra Irak porque éste apoya a los palestinos y se opone de manera activa a la ocupación israelí en Cisjordania y los intelectuales sionistas y funcionarios del gobierno en colaboración con sus contrapartes en los medios de comunicación producen cientos de artículos de opinión abogando por una misión militar estadounidense para «democratizar» el Medio Oriente.
Los formuladores de política imperialistas no son homogéneos y no siempre comparten las mismas visiones ideológicas y prioridades. La élite tradicional gobernante no obstaculizó el uso de la fuerza, la demonización de víctimas o la intervención para que se produjera el «cambio de régimen». Lo diferente en la configuración de poder contemporáneo es:
- la postura altamente militarista que reclama «guerras preventivas» permanentemente en cualquier lugar del mundo;
– la aceptación de los intereses del estado de Israel sobre los intereses económicos estadounidenses a la hora de diseñar la estrategia imperial de Estados Unidos;
– la hostilidad contra los sectores tradicionales del Estado y los intentos de crear centros de poder paralelos;
– las medidas para reemplazar el orden constitucional por un «nuevo orden» ejecutivo centralizado con plenos poderes para arrestar, encarcelar y prohibir la oposición política a sus planes de guerra, el Estado israelí y la división de poderes.
Como resultado, los conservadores sionistas (ziocons) y los militaristas civiles tienen un doble problema: entre la sociedad civil y «su Estado»; y una lucha intrainstitucional entre los militares profesionales y la CIA, y el FBI por una parte y los ziocons, los civiles militaristas al frente del ala ejecutiva y sus designados para estas instituciones.
Las presiones y conflictos tanto dentro como fuera del aparato de Estado y en la sociedad civil pueden tener una o dos consecuencias en dependencia de quien logre la mayor influencia y cómo el bloque de poder de los ziocons reaccione a las amenazas contra su poder en el gobierno.
La derrota de los militaristas civiles a través de una oposición masiva unida a un proceso federal que logre el enjuiciamiento de miembros claves del ejecutivo puede socavar la política militarista y lograr, como resultado, una retirada a tiempo. Por otro lado, una derrota puede llevar a los militaristas civiles a adoptar medidas desesperadas, a un 11 de Septiembre artificial para imponer la ley marcial y «unificar el país» tras una política de guerra militarista/antiterrorista.
A pesar del descenso relativo del poder de Estados Unidos en términos económicos y militares debido, en gran medida, a la resistencia popular en Irak y Venezuela, y al floreciente poder de China, la amenaza de nuevas guerras no ha disminuido. Esto se debe, en gran medida, al hecho de que tenemos un régimen extremista en Washington dominado por militaristas civiles «voluntaristas» que creen en la voluntad política por encima de las realidades y limitaciones objetivas. Así se crea una gran incertidumbre y un gran peligro. Esta amenaza de nuevas guerras es, desafortunadamente, inducida por varios líderes europeos como Blair, Chirac y Merkel que se han unido en un coro que desestabiliza a Siria y amenaza a Irán. Es evidente la necesidad de profundizar nuestra crítica con relación a la fabricación de «evidencias» de armas nucleares y la demonización de los estados. Es necesario ir más allá de los foros sociales masivos donde se debaten e intercambian ideas para formar una nueva, internacional y participativa, que se oponga a las guerras imperialistas, los Estados coloniales y las estructuras económicas que los sostienen.
Sin cambios estructurales relevantes, los derechos humanos consagrados en el derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas no serán nada. Debemos ser conscientes de que no hay alternativas a las guerras imperiales, que vivimos en un mundo «unipolar», que el «realismo» indica la adaptación a la conspiración militarista de Washington.
Nosotros, por nuestra parte, debemos afirmar estas verdades:
– los pueblos del Medio Oriente forjan su propio destino a partir de las cenizas de las ocupaciones coloniales;
– vivimos en un mundo multipolar cuyos polos se ubican en los centros de resistencia popular masiva;
– la supervivencia de nuestro planeta depende de un nuevo realismo basado en la libertad, la autodeterminación y el socialismo del siglo XXI, como ha dicho elocuentemente el presidente Chávez.
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