Durante tres días (21 y 23 de noviembre) se desarrolló en Paraguay un importante encuentro convocado por la recientemente creada Comisión de Verdad y Justicia (2004) de ese país, que fue víctima de una de las más crueles dictaduras, bajo el gobierno del general Alfredo Stroessner, socio clave en la región de los distintos gobiernos de Estados Unidos y que duró 35 años.
Precisamente entre los años 1954 que marca la llegada de Stroessner al poder y 1989, ese país fue utilizado por Estados Unidos para todo tipo de guerra sucia en la región, incluyendo las acciones primeras de desestabilización contra el gobierno socialista de Salvador Allende en Chile(1970-73). También fue Paraguay una sede central de la CIA y sirvió como soporte para el golpe del general Augusto Pinochet en aquel aciago Septiembre de 1973 y luego como una de las bases más importante para el esquema de contrainsurgencia que significó la Operación Cóndor.
Mediante esta Coordinadora del crimen, o internacional de la muerte, fueron asesinados en diversos países dirigentes políticos opositores a las dictaduras, secuestrados otros y entregados ilegalmente, eliminando toda frontera en el Cono Sur. Asimismo permitía una red de espionaje y seguimiento, control de los refugiados políticos, en una versión latinoamericana de la siniestra Operación Phoenix, que Washington desarrolló en Asia a mediados de los años 60, con la misma consecuencia de crímenes de lesa humanidad.
Todos los países de la región fueron adheridos disciplinadamente a la Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que en la práctica real significó la imposición del Terrorismo de Estado en cada uno de ellos.
Paradójicamente en estos momentos en que se busca la verdad y la justicia, en que los pueblos trabajan para recuperar la memoria histórica y para acabar con la impunidad de aquellos crímenes, por vías legales y jurídicas, Estados Unidos impone los mismos elementos que tan trágicamente conocimos los latinoamericanos, pero a nivel mundial.
Cada segundo alguien muere en el mundo víctima de la violencia y del terror, de guerras impuestas en busca de controlar los recursos mundiales. En las cárceles clandestinas del mundo se tortura, hay detenidos-desaparecidos, como en las catacumbas de Afganistán, Irak o en Guantánamo.
Pero también en territorio estadounidense. Detenidos-desaparecidos son secuestrados en distintos países y trasladados a nuevos destinos, utilizando los aeropuertos de importantes capitales del mundo, para ser torturados o asesinados, sin vigilancia internacional, como en una inmensa Operación Cóndor sin frontera alguna.
Irak es hoy un país invadido y ocupado ilegalmente bajo una guerra despiadada, con uso de armas químicas y pruebas de nuevos armamentos sobre población indefensa. Todos los enunciados confirman la afirmación de diversos intelectuales del mundo sobre el Terrorismo de Estado Mundial. En nuestro continente y en otros lugares del mundo estamos registrando un regreso hacia metodologías coloniales, en el sentido más brutal de este término.
El imperio o la acción de imperar, de imponerse no por la razón sino por la fuerza, con autoridad absoluta que surge de ilegalidades múltiples y sin detenerse en los medios para lograr el fin y el objetivo final de la dominación y el control, nos lleva al punto central: nada de esto se puede lograr sin la implementación de todo tipo de violencias: políticas, militares, sociales, económicas, de desinformación.
El hoy llamado Terrorismo mediático, no es sino un componente esencial de todo Terrorismo de Estado. Sólo basta recordar los partes de una guerra, nunca librada, con que los dictadores en nuestros países anunciaban y justificaban sus matanzas.
En suma, el Terrorismo de Estado trata del avasallamiento de todos los derechos humanos, los derechos de los pueblos, políticos, económicos, sociales, culturales y los que consagra la humanidad en su esencia más profunda y la legalidad internacional.
En este último caso podríamos bien decir que consagraba, porque en los tiempos que corren la legalidad internacional ha sido borrada del lenguaje oficial de las grandes potencias y del mapa del mundo.
El nunca olvidado intelectual francés, Jean Paul Sartre explicó en los años 60 lo que significaba la violencia colonial sobre los pueblos de África, especialmente Argelia, y ahora mirando a nuestro alrededor reconocemos los mismos juegos malditos, los mismos sujetos y víctimas de todos esos terrores, como si nada hubiera cambiado.
¿Cómo llegamos en América Latina a esa situación? Ahora podemos establecer una básica comparación entre lo que fue la implementación de “nuestros” Terrorismos de Estado y lo que ha significado la exposición de las nuevas doctrinas y esquemas de seguridad trazados por Estados Unidos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en el real Comando en Jefe de nuestros ejércitos nacionales. Incluso antes de finalizar esa guerra, por los años 40 en una Segunda Reunión de Consulta de cancilleres de la región en la Habana, se dejó sentado con claridad aquel enunciado de la Doctrina Monroe de 1823, al establecer que “un ataque contra una nación americana, por parte de una nación no americana, se consideraba una agresión contra todas las naciones del continente”.
En una Tercera Reunión similar, se dio otro paso fundamental ya que Washington convocó a los expertos militares y navales del continente “para organizar la defensa”, bajo el criterio de un enemigo común: el nazismo y su eje de entonces.
Así que para cuando surge en 1945, La Organización de Naciones Unidas (ONU) que presumía un acuerdo tangible de legalidad internacional, Washington aprovechó la letra de la misma para crear otras organizaciones absolutamente más manejables.
Siguiendo con el esquema de los años 40 en 1947 en Río de Janeiro se firma el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) sellando el pacto de compromiso con la defensa continental. En realidad esto sólo se aplicaría bajo las “necesidades” estadounidenses, como vimos en 1982, cuando Washington apoyó a Gran Bretaña contra Argentina en Las Malvinas.
En 1948 nació a partir de Carta de la Unión Panamericana, la actual Organización de Estados Americanos (OEA) que tiene como telón de fondo nada menos que el asesinato (a manos de la CIA) del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán con su consecuencia: el estallido popular y su brutal represión: el bogotazo.
La OEA nunca creó un organismo militar consultivo de conjunto. Lo dejó, como al descuido, en manos de la JID. Allí se preparó el camino para que los ejércitos de la región fueran instruidos, armados, modelados y controlados por Washington, para servir a “sus necesidades” de seguridad nacional.
Se trazaron nuevos enemigos: la Unión Soviética, el comunismo bajo cuyo concepto quedaba encuadrado cualquier objetor de la política de dominación estadounidense y América Latina y el Caribe en su conjunto quedaron del lado del supuesto eje del bien “occidental y cristiano” , para jugar un juego absolutamente ajeno a sus intereses, y en favor de la Seguridad Nacional de Estados Unidos.
Los ejércitos locales debían combatir sin piedad al “enemigo interno” o la “subversión interna”. Y esto comprendía cualquier pensamiento o acción tendiente a criticar o resistir toda imposición de Estados Unidos. Bajo la Teoría de Seguridad Nacional el continente fue sembrado de dictaduras. Se impuso el término “terrorista” para cualquier “enemigo interno”.
El armamento entregado por el mandante estaba destinado a la represión de las personas, no a la defensa de fronteras. La Doctrina de Seguridad Nacional de EE.UU obedecía a un determinado modelo económico-político que suprimió toda participación del pueblo en las decisiones políticas y en su nombre se impuso un sistema represivo en concordancia con el concepto de guerra permanente que fue base y fundamento de las dictaduras.
Los militares en función de los acuerdos antes mencionados fueron formados en Escuelas como la de las Américas, en las bases de EE.UU en la ex zona del Canal de Panamá y otras, en la concepción de un mundo polarizado y el rol que les adjudicaron de combatir al marxismo internacional y según estos conceptos se estaba (y está ahora mismo) viviendo un estado de guerra no convencional en nuestra región en los llamados Conflictos de Baja Intensidad.
Hablando sobre el poder Militar en América Latina, Joseph Comblin señaló que la “Doctrina de Seguridad Nacional fue la armadura ideológica del imperio. En su nombre y para mantener la estructura ideológica del imperio, la política norteamericana consistió en promover y sostener las dictaduras militares en América Latina”.
Mediante este apresurado recuento se trata de mostrar cómo el llamado Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional (1976) de la dictadura militar argentina, como las Leyes para la Democracia en los años 50 de Stroessner, o las de los años 70 para “Defender la paz y el orden interno” no fueron sino los documentos dictatoriales para introducir el Terrorismo de Estado, mediante el cuál los dictadores de la región nunca libraron una guerra sino que secuestraron, mataron, torturaron, robaron bienes, aterrorizaron a los pueblos, se enriquecieron en el poder que los había impuesto.
Las bases del neoliberalismo globalizador, con que comenzó el nuevo proceso el trazado geoestratégico de recolonización de América Latina, en su esquema más avanzado de los años 2000, se construyeron sobre el exterminio y el genocidio.
Del Terrorismo de Estado nacional al Terrorismo de Estado mundial
Observando los sucesos de estos momentos, acumulando los testimonios inenarrables de la invasión y ocupación ilegal de Afganistán e Irak, recorriendo a través de fotografías terribles los centros clandestinos de detención donde miles de personas son torturados, asesinados, humillados hasta la destrucción, podemos trazar el esquema del Terrorismo de Estado Mundial.
George W. Bush lanzó una guerra sin fronteras y sin límites al margen de las leyes internacionales, en contra de la ONU y con argumentos falsos y mentiras a su población, sobre armas de destrucción masiva que Saddam Hussein no tenía.
Los desafíos a las normas internacionales y a la red de valores humanitarios consagrados fueron absolutos. No hubo ni hay justicia independiente y ninguna ley humanitaria fue respetada. El campo de concentración de Guantánamo- altamente sofisticado- es el símbolo y sepulcro de toda legalidad internacional. Nada queda en pie, los pactos como la Convención de Ginebra, un avance para la humanidad en acuerdos de todos los países para establecer reglas humanitarias en las guerras, quedaron anulados de un solo golpe.
En estos días ocho países latinoamericanos fueron puestos en la mira de la administración Bush ya que se pretende que se le de inmunidad a sus tropas en toda la región.
¿Inmunidad para qué?
El rostro de un imperio terrorista se ve descarnado, cuando el propio vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, el empresario que se beneficia con las guerras con botines multimillonarios, pide que no se prohíba a la CIA o a los organismos de inteligencia la tortura. Después que el Senado de Estados Unidos, aprobó por 90 votos contra 9, una enmienda que prohibía la tortura, el propio presidente Bush anunció el veto, mientras en el propio país se prolongó el Acta Patriótica, cuya sola lectura empequeñece infinitamente a los temibles decretos dictatoriales de los años 70 en nuestro continente.
Los elementos son idénticos, pero ahora destinados a todo el mundo. Pero la resistencia iraquí, la acción mundial contra el terror y la guerra, así como la propia opinión de la ciudadanía estadounidense, que el pasado 4 de noviembre mostró el rechazo del 60% de la población a la gestión de Bush, está obligando a una reflexión mundial. Bush ha causado más daños a Estados Unidos, que los atentados del 11 de septiembre, de cuyos presuntos responsables en realidad nada se sabe. Está haciendo volar en pedazos la historia de su propio país, está destruyendo cimientos, está suicidando toda reserva moral de su pueblo
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