El «escándalo del gas» en las relaciones ruso-ucranianas ha pasado a un nuevo nivel.
Varias fuentes digitales e impresas recogieron a fines de la semana pasada la noticia de que Kíev, respondiendo a la subida del precio del hidrocarburo ruso, podría ordenar el cierre de los radares de alerta temprana que se encuentran cerca de Mukachevo, en los Cárpatos, y en las inmediaciones de Sevastopol, en Crimea, y están integrados en el sistema de defensa antimisil de Rusia. Lo cual, obviamente, haría peligrar la seguridad nacional de Rusia.
El «escándalo del gas» en las relaciones ruso-ucranianas ha pasado a un nuevo nivel.
Varias fuentes digitales e impresas recogieron a fines de la semana pasada la noticia de que Kíev, respondiendo a la subida del precio del hidrocarburo ruso, podría ordenar el cierre de los radares de alerta temprana que se encuentran cerca de Mukachevo, en los Cárpatos, y en las inmediaciones de Sevastopol, en Crimea, y están integrados en el sistema de defensa antimisil de Rusia. Lo cual, obviamente, haría peligrar la seguridad nacional de Rusia.
Esas afirmaciones se sustentan también en el hecho de que el presidente ucraniano Víctor Yuschenko, durante la reciente visita de Condoleezza Rice a Kíev, le entregó a la secretaria de Estado norteamericano una serie de propuestas relativas a la cooperación en materia de cohetes espaciales, incluido el eventual acceso de los técnicos estadounidenses a los centros de radares en Sevastopol y Mukachevo.
El coronel general Walter Kraskovski, ex jefe de las fuerzas espaciales de la URSS, califica tal variante como inadmisible. «La presencia de técnicos norteamericanos (o de la OTAN ndlr.) en esos centros significa que cuando nos haga falta alguna información sobre el Sector Suroeste, no podremos obtenerla» – precisa él -.
Simplemente será posible bloquear su transferencia desde Sevastopol o Mukachevo a nuestro punto de mando central”.
Ya en 1992, cuando Rusia firmó con Ucrania un acuerdo sobre el traspaso de tales datos, el asunto parecía poco fiable, y he aquí un claro ejemplo, dice el militar ruso.
Cualquier empeoramiento de las relaciones políticas entre Moscú y Kíev pone en tela de juicio la supervivencia del convenio sobre el uso de radares, aparte de que EE.UU. podría optar también por algunas medidas extremas, o sea, exigir que los centros sean destruidos como sucedió con la estación de radares de Skrunda, en Letonia, opina él.
La preocupación del general ruso es comprensible. El sistema de alerta temprana sobre ataques misilísticos en Rusia contempla dos niveles: el terrestre y el espacial.
Hay tres satélites (uno, Cosmos-2379, en la órbita geoestacionaria, y dos, Cosmos-2388 y Cosmos 2393, en las órbitas elípticas de altitud) que se encargan de vigilar los eventuales lanzamientos de misiles balísticos desde el territorio de EE.UU. y transmiten la respectiva información al centro de control de las tropas espaciales en Solnechnogorsk, en las afueras de Moscú. Lamentablemente, esos satélites no están en condiciones de registrar lanzamientos de misiles navales o aquellos que despegan desde otras zonas del planeta, por lo cual es necesario reasegurar el sistema con los radares terrestres de alerta antimisil.
Las estaciones de radares terrestres se encuentran tanto en Rusia, en las regiones de Murmansk, Irkutsk y cerca de Pechora, como en Bielorrusia, Ucrania, Azerbaiyán y Kazajstán. En las inmediaciones de Moscú hay un punto de mando y una estación de radares más, de cuya información están pendientes 68 antimisiles 53T6 (Gazelle) y 32 misiles 51T6 (Gorgon), destinados para la interceptación de los blancos en la atmósfera y fuera de ésta.
El acceso de los técnicos estadounidenses a las estaciones de Mukachevo y Sevastopol, caso de que el Gobierno de Ucrania tome la respectiva decisión, difícilmente supondría un grave impacto al sistema ruso de defensa antimisil. En el pasado, los militares rusos y norteamericanos realizaron varias visitas de inspección recíproca a las estaciones de radares, de acuerdo con las disposiciones del Tratado DAM de 1972.
Ahora bien, la desactivación de los radares Dnieper en Mukachevo y Sevastopol, o el eventual cierre y desmantelamiento de estos centros, como ocurrió en Skrunda en 1995, realmente podría implicar problemas para Rusia porque un sector inmenso, incluido el Mediterráneo, los mares que bañan la Península Arábiga y una parte considerable del Atlántico, escaparía al control del sistema ruso de defensa antimisil.
¿Que si la capacidad defensiva de Rusia se vería perjudicada? Por supuesto que sí. Los militares siempre toman en cuenta el llamado factor de incertidumbre. Todo el mundo sabe que EE.UU., Francia y Gran Bretaña – los únicos países que pueden lanzar desde esa zona sus misiles estratégicos hacia Rusia – no tienen ninguna intención de atacarla. Como tampoco Rusia pretende agredirlos, según recordó hace poco Yuri Baluevski, jefe del Estado Mayor General. Y sin embargo... Al presidente Ronald Reagan le gustaba repetir el refrán ruso Doveriai no proveriai (Nota: Confía pero comprueba). Es evidente que la falta de un control exhaustivo sobre el Sector Suroeste de Europa y el Atlántico representa un serio motivo de preocupación para Rusia y sus generales.
Con todo, semejante evolución de los acontecimientos tampoco es fatal. Ya se han desarrollado en Rusia los radares móviles de alerta antimisil que pueden transportarse cuando sea necesario a cualquier lugar para tapar cualquier brecha. Para fabricarlos en serie se requiere tiempo – dos o tres años, según Kraskovski - y considerables recursos financieros. Se supone que en este período no habrá ninguna sorpresa grave en las fronteras del suroeste de Rusia.
En cuanto a la actual cúpula ucraniana, que Dios la juzgue si realmente procura vender la seguridad de Rusia a cambio del gas barato. Hay cosas que nadie puede hacer impunemente.
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