La retórica estadounidense sobre la democratización global esconde antiguas ambiciones estratégicas. Washington persigue los objetivos del Imperio británico con su manera de controlar a Europa, de perjudicar a Rusia y de dominar al mundo, asegura Natalia Narochnitskaya, vicepresidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Duma, en entrevista concedida a la Red Voltaire.
Natalia Narochnitskaya es historiadora, miembro de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa, diputada del partido Rodina y ocupa en la Duma el puesto de vicepresidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores. También es miembro de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa y editora de la revista Russian Analytica.
Red Voltaire: La administración Bush reorientó lo fundamental de los recursos presupuestarios federales hacia el desarrollo de sus fuerzas armadas en detrimento de los gastos sociales. La Estrategia de Seguridad que publicó la Casa Blanca hace del terrorismo internacional el enemigo primordial. Sin embargo, al mismo tiempo, en un artículo publicado en Foreign Affairs, el Council of Foreign Relations menciona la posibilidad de un primer golpe nuclear contra Rusia. Según usted, ¿a qué enemigo debe enfrentarse Estados Unidos?
Natalia Narochnitskaya: El mayor enemigo de Estados Unidos es su seudo universalismo político. Retomando una larga tradición, ese país se presenta como «la Nación Redentora» (Redeemer Nation). Ya al término de la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson causó mala impresión al presidente de la Conferencia de Versalles, el francés George Clemenceau, cuando afirmó que Estados Unidos había tenido el honor de salvar al mundo.
Al igual que en la época de la III Internacional Comunista, Estados Unidos sueña con imponerle al mundo un modelo sin la menor consideración hacia las demás formas de civilización. Lejos de buscar la armonía dentro de la diversidad, EE.UU. reflexiona sobre la Humanidad en términos simplistas, ignora la duda cartesiana y las angustias de Hamlet para contentarse con Mickey Mouse.
Condoleezza Rice se expresa con la misma seguridad que Nikita Krutchov en la tribuna del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Ignora los fracasos económicos y militares de su país para prometer un futuro que ella cree radiante. Sin embargo, su sistema está en bancarrota. Imprimen montañas de papel moneda para rellenar un déficit abismal. Valiéndose del dólar hacen recaer en sus aliados el pago de los gastos estadounidenses, de la misma manera en que el Imperio Romano imponía tributos a sus provincias. Sus ejércitos sufren cada día derrotas en Afganistán y en Irak, mientras que Cuba, Venezuela y Bolivia se levantan victoriosamente contra el imperialismo en América Latina. El imperialismo estadounidense es demasiado pesado, le falta el aliento pero Estados Unidos es el último en notarlo.
Red Voltaire: Aunque ese comportamiento de Estados Unidos está enraizado en la doctrina del Destino manifiesto, ¿no resulta nuevo en muchos sentidos? ¿Debemos ver en él la influencia de políticos y periodistas provenientes de la extrema izquierda, como Paul Wolfowitz o Richard Perle?
Natalia Narochnitskaya: Tiene usted razón. No se trata solamente de una infiltración de los trotskistas en el Partido Republicano sino de una continuación del marxismo científico por los neoconservadores. Es incluso por eso que nuestros aparatchiks se adaptaron tan fácilmente a sus nuevos padrinos estadounidenses, porque se sienten cómodos con esa retórica.
Durante la guerra ideológica [la guerra fría], teníamos que aprendernos un catecismo. Cuando se nos preguntaba «¿En qué época vivimos?», teníamos que contestar: «En un período de transición del capitalismo hacia el comunismo». Hoy los dirigentes y periodistas occidentales hablan con el mismo simplismo. No hicieron más que cambiar de lemas. Si usted les pregunta «¿En qué época vivimos?», le contestarán de manera igualmente automática: «En un período de transición del totalitarismo a la democracia».
Ese universalismo de pacotilla, expresado lo mismo en términos marxistas científicos o en términos neoconservadores, va acompañado de un superglobalismo. Todas las diferencias tienen que desaparecer y el mundo debe ser gobernado por un órgano único.
Red Voltaire: Usted es miembro de Rodina, partido político que la prensa occidental se place en denigrar calificándolo de «nacionalista», y su país es presentado actualmente como un obstáculo para la democratización de los nuevos Estados de Europa Oriental y del Asia Central. ¿Cuál es su concepción del universalismo?
Natalia Narochnitskaya: Reconocer las aspiraciones comunes del género humano no es negar las culturas. La Federación Rusa tiene que oponerse a esa filosofía política y estamos en nuestro derecho de proponer una cohabitación de identidades.
Nuestra Federación tiene un carácter euroasiático. Nuestro emblema es el águila de dos cabezas. Desde hace dos siglos, somos a la vez europeos y asiáticos, rusos y tártaros, cristianos y musulmanes. Hoy somos mayoritariamente rusos ortodoxos. Pero en la época medieval éramos asiáticos convertidos. Esto no es una respuesta dilatoria sino una realidad indiscutible que forjó nuestra identidad.
Cuando pueblos como los tártaros y los caucasianos nos defendieron, en homenaje a sus jefes, estos pasaron a formar parte de la nobleza. No eran tratados como colonizados sino que eran iguales a los aristócratas rusos. Hasta tenían siervos rusos. Los anglosajones jamás fueron capaces de concebir algo así. ¿Se imagina usted la existencia de un lord indio con sirvientes ingleses?
Red Voltaire: ¿Si el proyecto anglosajón de democratización global no es para usted más que un gran engaño, cómo analiza usted la política exterior de Estados Unidos?
Natalia Narochnitskaya: La política exterior de Estados Unidos es anglosajona. Persigue, bajo una forma modernizada, la política del Imperio británico. Es un expansionismo obsesionado por la cuestión de los estrechos. Una primera línea de penetración parte de los Balcanes hacia Ucrania por el control del Mar Egeo y del Mar Negro. Una segunda línea parte de Egipto hacia Afganistán por el control del Mar Rojo, del Golfo Pérsico y del Mar Caspio. Esa estrategia no tiene nada nuevo, a no ser el objetivo petrolero debido al cual fue retomada.
Red Voltaire: ¿Cómo explica usted el hecho de que la Unión Europea se uniera a esa estrategia que conviene únicamente a los intereses anglosajones?
Natalia Narochnitskaya: Es una ceguera colectiva. Los europeos no tienen nada que ganar y sí mucho que perder con ese esquema. La única manera que tiene Europa Occidental de seguir desempeñando un papel político de primer plano en la arena mundial es aliarse a Rusia, lo cual se hace más fácil aún en la medida en que –culturalmente hablando– hay más cercanía entre ustedes y nosotros que entre ustedes y los anglosajones.
Red Voltaire: Es cierto. Sin embargo, los europeos tampoco ganan nada con deshacerse del predominio de un imperialismo para caer bajo otro.
Natalia Narochnitskaya: Ustedes están confundidos. Nosotros no somos otra potencia beligerante. No buscamos una confrontación con nadie, y menos aún con Estados Unidos. Al igual que ustedes queremos ser libres de tomar nuestras decisiones y tener buenas relaciones con los estadounidenses.
En este caso, es interés nuestro ser pacíficos. Nuestra economía no nos obliga a hacer la guerra. Y, en la situación actual, una potencia fuerte y apacible será siempre más atractiva que una belicosa. El mundo es interdependiente y ha llegado el momento de encontrar de nuevo un equilibrio entre las potencias.
Red Voltaire: Permítame volver a la cuestión de la adopción de la política exterior anglosajona por parte de los europeos. ¿Cómo analiza usted la intervención de la OTAN en Yugoslavia?
Natalia Narochnitskaya: La política anglosajona en el continente europeo es un eterno vaivén entre Francia y Alemania. Siempre se apoyó en uno de esos países para combatir a Rusia y los empujó a la guerra entre ellos mismos para debilitarlos. La política de la OTAN se basa en la alianza de los anglosajones con Alemania. Las incorporaciones a la OTAN responden al mapa de las ambiciones del emperador Guillermo II [Natalia Narotchnitskaya saca un mapa alemán de 1911 que desgraciadamente no pudimos fotografiar]. Es la continuación de la política de Benjamín Disraeli durante el Congreso de Berlín de 1878. En aquella época, los ingleses nos habían obligado a revisar el tratado de San Stefano. Habían creado artificialmente Estados balcánicos para satisfacer a Alemania. Habían separado pueblos mezclados para crear Estados étnicos y habían decidido, por otro lado, crear una colonia judía en Palestina. De la misma manera, la OTAN pulverizó a Yugoslavia para acabar con los vestigios del bloque soviético. Creó artificialmente Estados étnicos. Ahora acaba de crear de nuevo el Montenegro de 1878 y pronto sucederá lo mismo con Kosovo.
Dentro de esa estrategia, Alemania no es más que un juguete, un Estado con soberanía limitada. Existe, en efecto, un tratado germano-estadounidense impuesto a Alemania Occidental durante el período de ocupación y que no fue abrogado después de la reunificación. Ese tratado incluye cláusulas secretas que someten la política exterior y de defensa de Alemania a los deseos de Washington. Esas cláusulas sólo se aplicaron públicamente durante la guerra del Yom Kipur. Estados Unidos había establecido un puente aéreo para apoyar a Israel contra los árabes. Para hacerlo utilizaron sus bases aéreas en Alemania. Cuando Walter Scheel se opuso invocando la neutralidad alemana en ese conflicto, Henry Kissinger lo puso en su lugar. Y Alemania cedió.
Red Voltaire: ¿Piensa usted que la Federación Rusa puede sacudir el dominio anglosajón sobre el mundo?
Natalia Narochnitskaya: Para retomar la célebre frase del príncipe Alexander Gortchakov: «Rusia se concentra». Estamos modernizando nuestra sociedad. Estamos mejorando nuestra economía. Nos estamos preparando.
Entrevista realizada, en inglés, el 1ro de junio de 2006. Palabras recogidas por Thierry Meyssan.
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