The Economist, semanario de referencia de la City de Londres, logró algo realmente excepcional. En pocas horas, su redacción modificó el contenido de su edición y cambió la portada para ofrecer a sus lectores un número especial sobre el tema «Irak después de Zarkaui». Tanta rapidez de reacción le permitió a la revista adelantarse a los diarios británicos y lograr una importante cifra de ventas. Si bien se trata aquí de un altísimo nivel de eficacia mercantil, algo que puede parecer natural para una publicación que se dedica a los temas económicos, este hecho es a la vez revelador de una forma de desviación del periodismo.

En principio, las agencias de prensa tienen el deber de informar los hechos en el menor tiempo posible. Se limitan por lo tanto a comunicar los hechos observados. Los diarios se nutren de los despachos de las agencias para ofrecer un panorama más completo y comenzar a darles un sentido. Las revistas, publicaciones de frecuencia semanal o mensual, se distancian de la actualidad candente para privilegiar el análisis.

Al jugar la carta de la reacción inmediata, The Economist renuncia a tomar la tan indispensable distancia que reclama el análisis y se sale del papel que debería desempeñar. El lector no puede más que sentirse decepcionado. El semanario incluye en realidad un editorial de una página y otro artículo de una página sobre el tema anunciado en la portada. Ambos textos fueron redactados apresuradamente, incluso antes de que los responsables iraquíes hubiesen tenido siquiera tiempo de confirmar la noticia y de dar detalles, así que no traen ninguna información precisa, aparte de la noticia de la muerte de Zarkaui, que ni siquiera había sido verificada aún. Los comentarios se limitan a interpretar esta muerte como un hecho importante que consolidará al gobierno iraquí pero que no implica aún el fin de la misión estadounidense en Irak.

La actuación de The Economist ilustra perfectamente el funcionamiento de un sistema que necesita corromper a los periodistas e incorporarlos a unidades combatientes para convertirlos en repetidores de los voceros del Departamento de Defensa estadounidense. Basta con aplicar la lógica económica.