«Desde la verdad, arma fundamental esgrimida por Cuba en estos 47 años de revolución, el mundo se enteró que Fidel Castro está enfermo. Enfermo como el humano que es. Un problema que degeneró en sangrado gástrico lo llevó al quirófano. Su pronóstico es reservado, como de cualquier persona que se ha sometido a una intervención quirúrgica, y más aún en un paciente que bordea, cercanamente, los 80 años. Y esa es la única verdad.»
Como ayer, cuando se asumió e informó sobre cada caído y caída durante los asaltos al Cuartel Moncada y al Palacio Presidencial y durante toda la guerra revolucionaria de la segunda independencia cubana, cuando desapareció Camilo Cienfuegos, cuando la Crisis de Octubre, cuando el Che renunció a sus cargos y salió de la Isla a continuar su combate ‘con el adarga bajo el brazo’, cuando el mismo Che y sus camaradas, cubanos o no, cayeron durante la epopeya guerrillera en Bolivia, cuando la participación internacionalista en guerras de liberación de otras tierras, la verdad dicha oficialmente y sin tapujos ha cerrado el paso a la información plumífera proveniente de los seguidores de Posada Carriles o de la fábrica de guerra sicológica de la CIA.
Desde la verdad, arma fundamental esgrimida por Cuba en estos 47 años de revolución, el mundo se enteró que Fidel Castro está enfermo. Enfermo como el humano que es. Un problema que degeneró en sangrado gástrico lo llevó al quirófano. Su pronóstico es reservado, como de cualquier persona que se ha sometido a una intervención quirúrgica, y más aún en un paciente que bordea, cercanamente, los 80 años. Y esa es la única verdad.
Tonto y fútil sería decir que no preocupa su estado de salud. La tristeza invade cuando la clásica fortaleza está afectada por la edad y la vida austera y poco personal llevada por uno de los más trascendentes transformadores de la historia de América. Más aún cuando quien está enfermo ha dirigido una Revolución, con mayúscula, en las narices de los colonizadores, la misma que se ha convertido en luz de dignidad, independencia y soberanía.
Tan tonto y fútil como la alegría desbordante de los cubano-estadounidenses, que celebran en las calles de Miami la muerte sin muerto. Por eso, desde la solidez y tranquilidad que da el camino recorrido por el pueblo cubano hacia la independencia nacional y el socialismo, desde la experiencia de los niños cubanos con escuela, de las mujeres cubanas sin miedo a parir, desde los ancianos con atención y respeto, desde las tantas posibilidades de ser felices, solamente se espera y se aspira que mejore.
No más. La proclama leída durante la noche del 31 de julio, dejó en claro, que la revolución cubana no depende de la suerte de Fidel. Él ha guiado ese proceso liberador y supo construir una organización que protege la independencia y profundiza el cambio, que lo redimió de ser indispensable. En la Cuba donde habitan trece millones de cubanas y cubanos, hay tranquilidad y hay tristeza. Ni él, ni quienes han combatido y trabajado junto a él, han pensado en la inmortalidad corpórea. En Cuba no hay grandes estatuas de su líder, hay juventud sana, grandes científicos, grandes pensadores, grandes artistas. Ellas y ellos están preparados para tomar la posta, de ser necesario, y claro está, sin la bendición de Miami, Virginia o Washington.
Cuba está a salvo de las fauces de depredador cercano. Es su pueblo su mayor garantía.
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