El presidente de EEUU ha organizado una conmemoración algo rara del quinto aniversario del 9/11, el ataque «terrorista» del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono, en el cual perecieron 2,996 personas.
Al invitar a los parientes de las víctimas a la Casa Blanca, él les anunció que las cárceles secretas de la CIA, en las que mantienen a presuntos terroristas, no es un mito escandaloso inventado por la prensa antiestadounidense sino una verdad.
Tales cárceles existen realmente, y allí usan "procedimientos alternativos" para hacer hablar a los recluidos, cuando éstos prefieren callar.
¿Por qué George Bush escogió la víspera del fúnebre aniversario para confesarlo? El escándalo de las cárceles surgió en primavera, luego que The Washington Post insertó una publicación que trataba de unas "madrigueras negras", o centros secretos del sumario ubicados en Europa. Seguidamente el Parlamento Europeo instituyó una comisión para investigar esos rumores, el Senado de EE UU exigió explicaciones del director del servicio de inteligencia nacional, mientras que los defensores de los derechos humanos acusaron a la Administración de EEUU de aplicar torturas a los presos mantenidos fuera del país.
El presidente tenía bastante tiempo para reconocerlo francamente. ¿Por qué lo ha hecho actualmente?
El propio George Bush lo explica del modo siguiente: concluyeron los interrogatorios de 14 individuos que estaban recluidos allí, y ellos fueron trasladados a la base de Guantánamo, Cuba. Ahora los van a enjuiciar tribunales militares. Verdad que el Tribunal Supremo de EE UU a comienzos del año en curso reconoció su ilegitimidad, pero el presidente quiere salir de esta situación introduciendo enmiendas en la legislación.
George Bush recalca de esta forma que se acerca el día del castigo merecido para los terroristas, incluidos los organizadores del bárbaro ataque del 11 de septiembre. Serán saciados los que tienen la sed de justicia...
Pasados 5 años desde aquel "martes negro", el presidente de EE UU de hecho no tiene otros logros en la lucha contra el terrorismo internacional con que alentar a los familiares de las víctimas, el país y el mundo, excepto esas cárceles secretas en el exterior, en las que las declaraciones se obtienen de los presos no se sabe con qué "procedimientos alternativos".
En Afganistán los talibán vuelven a convertir el país en teatro de operaciones militares. Las unidades de la OTAN no logran contener a los rebeldes. La guerra en Iraq puso de manifiesto el error garrafal cometido por el séquito neoconservador de Bush. Según pudo comprobar la Comisión 9/11, no existía ninguna vinculación operativa entre Al Qaeda y el derrotado presidente iraquí Sadam Huseisn. Precisamente como consecuencia de la incursión de las fuerzas de coalición encabezadas por EE UU, Iraq se ha convertido en foco de una guerra civil y un vivero del terrorismo, que estabiliza a toda la región mesoriental.
Las explosiones que se resuenan en Madrid, Londres y Antalya hacen ver que la actividad de los extremistas dispuestos a popularizar sus criterios con la ayuda del dinamita va en aumento. El castigo va muy a la zaga del crimen. Khalid Sheikh Mohammed, sospechoso de ser uno de los organizadores del ataque del 11 de septiembre, se mantenía durante 3 años en las cárceles secretas de la CIA en cuestión, por lo visto sin que la investigación progresase mucho gracias a ello. El único enjuiciado con motivo de los atentados de Nueva York hasta ahora es el francés Zakaria Massaui, quien el 11de septiembre se encontraba en la prisión y tenía poco que ver con aquello.
El propio Ben Laden no está capturado todavía. En un vídeo que acaba de transmitir el canal de televisión árabe Al Jazeera, el terrorista número uno aparece dando instrucciones y alentando a unos kamikazes, futuros ejecutores de los atentados de Nueva York días antes del 11 de septiembre, en una zona montañosa. Según expertos del servicio de inteligencia, las secuencias no contienen ningunos detalles nuevos que ayuden a determinar las coordenadas geográficas del lugar. Pero el cabeza de Al Qaeda tiene un aspecto sano y enérgico, y su organización todavía es capaz de mucho.
Resumiendo, conviene señalar lo siguiente. Pocos dudan de que la política de lucha global contra el terrorismo, la que EE UU materializa librando guerras en Afganistán e Iraq, es un fiasco grande.
Además, la Administración estadounidense estos últimos tiempos está minando sus posiciones debido a desarrollar una campaña ideológica poco idónea. Los teóricos washingtonianos intentan reducir los movimientos extremistas - muy diversos y a veces de complicada evolución histórica - al término inventado y bastante dudoso de "islamofascismo".
Al propio tiempo, dicha campaña propagandística altera las nociones sobre el mal del racismo que existen en la sociedad. Antes del 11 de septiembre, con esa noción se asociaba la tensión existente en relaciones entre los blancos y las personas de piel oscura, mientras que hoy día la aversión racial se concentra preferentemente en los musulmanes y los árabes. Los partidos de ultraderecha de Europa Occidental insinúan al pancista: tu vecino de tez morena puede ser un potencial terrorista que prepara un secuestro de avión. A los ojos de los europeos y los estadounidenses, los musulmanes adquieren contornos de una "quinta columna", de un enemigo interno.
Ello sucede pese a que las diásporas musulmanas del Nuevo y el Viejo Mundos expresan el deseo de actuar como un poderoso instrumento de lucha contra el terrorismo que se encubre con la bandera verde del islam, y son capaces de serlo.
Los inventores del término "islamofascismo" olvidan recordarle una cosa importante al presidente de EEUU: la cooperación con el régimen nazi de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial por parte de unos pilares de la libre empresa de EE UU, tales como Standart Oil Company of New Jersey, Chase Manhattan Bank, Texas Company, International Telephone and Telegraph Corporation, Ford y Sterling Products. Esa cooperación, que ha sido confirmada hoy día por documentos de archivos estadounidenses, no provocaba reprobación por parte de la Administración de EE UU de la época de guerra, incluidos sus ministros de Comercio y Hacienda, Jones y Morgenthau y altos funcionarios del Departamento de Estado.
Por lo cual lo de criticar a los extremistas actuales por su afinidad ideológica al fascismo es una empresa peligrosa para el presidente de
EE UU. Quien se encuentra en una casa de cristal, no debería arrojar piedras contra otros.
También en ello se puede discernir un motivo que le incitó a George Bush a reconocer la existencia de centros secretos del sumario en vísperas del quinto aniversario del 11 de septiembre. Da la impresión de que el presidente que maldice al "islamofascismo" ha decidido distanciarse del objeto de su anatema. Pues las cárceles secretas en que los presos se mantienen durante años sin ser enjuiciados son síntoma clásica de un régimen totalitario.
RIA Novosti, 11 septiembre 2006
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter