El profesor James Petras analiza la guerra del Líbano como un «conflicto dual», o sea, que busca a la vez destruir la resistencia libanesa y preparar nuevas guerras contra Siria e Irán. Con esta perspectiva, el Consejo de Seguridad de la ONU se convirtió en instrumento de Estados Unidos y del lobby proisraelí. Las resoluciones que adoptó son una manera de sumar un elemento coercitivo internacional a los esfuerzos del ejército israelí con vistas a la remodelación del Gran Medio Oriente que desea Washington.
Un análisis de las declaraciones oficiales, los documentos y los comunicados de prensa del gobierno israelí recogidos por sus representantes permanentes ante la Conferencia de presidentes de grandes organizaciones judías de EE.UU. (CPMAJO, en sus siglas en inglés) y sus seguidores, que publican artículos y dictan conferencias en los principales medios de comunicación, revela un esfuerzo coordinado por convencer a Estados Unidos de atacar militarmente a Irán.
Desde mediados de la década de 1990 los principales ideólogos proisraelíes de EE.UU. han venido publicando documentos y manifiestos propagandísticos, que pretendían hacer pasar por documentos de estrategia, incitando a una agresión militar conjunta israelo-estadounidense contra Irak, Siria y, en particular, Irán [1].
Con las ruinas todavía humeantes de los atentados del 11 de septiembre, los principales ideólogos pro israelíes, el senador Joe Lieberman y el vicesecretario de Defensa Paul Wolfowitz, instaban a Washington a que atacase a Irán mediante acciones simultáneas consecutivas.
Persiguiendo las prioridades regionales de Israel, sus representantes en el gobierno de Estados Unidos, en el Pentágono (Wolfowitz, Feith y Shulsky), en el Consejo Nacional de Seguridad (Abrams), en el gabinete del vicepresidente (Libby) y en el gabinete presidencial (Frum, redactor de los discursos del presidente), falsificaron informes secretos, diseñaron la campaña propagandística (Guerra contra el Terror, Eje del Mal) y planearon la guerra contra Irak, mientras el lobby judío obtenía la aquiescencia casi general del Congreso.
A continuación consiguieron el boicot estadounidense a Siria y el apoyo a la expropiación, la anexión y el asentamiento en tierra palestina de Cisjordania, a la vez que la destrucción de la Franja de Gaza. Aun cuando la invasión no llegó a conseguir el control de Irak, los representantes de Israel en el Gobierno estadounidense consiguieron destruir la sociedad y el Estado iraquíes, y su capacidad de apoyo a la resistencia palestina, aumentando con ello el poder regional de Israel (a un coste altísimo, no obstante, para Estados Unidos.)
Incluso en plena guerra de EE.UU. contra Irak; incluso después de sufrir 20,000 bajas, entre muertos y heridos; incluso cuando la factura de la guerra asciende a 430,000 millones de dólares; incluso en una situación en que las tropas de tierra apenas alcanzan a cubrir el territorio; incluso en estas circunstancias, los representantes de Israel en el Gobierno y en el Congreso estadounidenses, junto al inevitable lobby pro israelí, han seguido presionando para lanzar un ataque «preventivo» sobre Irán.
En el seno del Gobierno estadounidense, los representantes de Israel se encontraron ante algunas objeciones por parte del Departamento de Estado y de determinados militares en activo a un eventual ataque de este tipo:
– 1. Un ataque a Irán llevaría a una invasión a gran escala de las fronteras de Irak que pondría en peligro la precaria situación de las tropas estadounidenses en este país;
– 2. Hezbollah, Siria y otros aliados iraníes reaccionarían probablemente en solidaridad con Irán y lanzarían represalias contra clientes de Estados Unidos en Líbano, los Estados del Golfo y otros lugares de Oriente Próximo;
– 3. Un ataque aislaría totalmente a Estados Unidos de sus aliados europeos, árabes y asiáticos, con lo que EE.UU. se vería obligado a asumir toda el costo humano y material de la guerra;
– 4. Irán podría bloquear el estrecho de Ormuz, impidiendo el paso del crudo a Europa y Asia.
La Preparación para la guerra
En respuesta, los representantes de Israel en EE.UU. formularon una serie de políticas encaminadas a obviar dichas objeciones.
En primer lugar, ellos, junto con los servicios secretos de Israel y sus colaboradores libaneses, y con la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, dominado por EE.UU., consiguieron incriminar a Siria como país autor del asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Baha’eddin Al-Hariri el 14 de febrero de 2005 basándose en la retractación de un único y perjuro «testigo». Con ello, EE.UU. y la ONU forzaron a Siria a retirar sus fuerzas de Líbano, con lo que esperaban aislar a Hezbollah y otros movimientos anticoloniales y antiimperialistas. Una vez Siria fuera de Líbano, EE.UU. consiguió instalar, con el visto bueno de Israel, un gobierno satélite en Beirut, cuya influencia real, sin embargo, se limitaba a la zona central y septentrional del país. Hezbollah siguió siendo la fuerza dominante en el Líbano meridional y gran parte de la zona sur de Beirut, inexpugnable a cualquier maquinación militar emanada de Beirut.
En 2004, EE.UU. y Francia patrocinaron conjuntamente la resolución 1559 de la ONU que exigía la disolución y el desarme de todas las milicias, libanesas o no. Esta extraordinaria intromisión por parte del Consejo de Seguridad en los asuntos internos de Líbano fue, claramente, parte de la organización de la invasión de 2006.
Washington, en coordinación con Israel, continuó con su táctica de despiece, apartando a todos los oponentes, reales o potenciales, de su control absoluto de la región. Al aislar a Siria, destruir Gaza y «rodear» a Hezbollah (o así lo creían), estaban convencidos de que se aproximaban al aislamiento de Irán. Con el fin de instalar a un gobierno títere de nuevo cuño, en junio de 2006 Israel procedió a invadir y demoler Gaza, y a arrestar a los líderes políticos de Hamas.
Ese mismo mes, el asesor presidencial para Asuntos de Oriente Próximo, Elliot Abrams, en estrecho contacto con el alto mando militar israelí, dio luz verde a la invasión de Líbano, con el fin de destruir a Hezbollah y dar un paso más hacia el objetivo estratégico de aislar a Irán y superar los temores de los militares estadounidenses a las represalias por un bombardeo preventivo de Irán.
Paralelamente a la invasión de Líbano y Gaza, coordinada entre EE.UU. e Israel, Washington y el lobby judío se ocupaban del frente diplomático, intentando conseguir la aprobación de la ONU a un boicot multilateral a Irán por su legal programa de enriquecimiento de uranio. En el caso de Gaza, el lobby judío consiguió el apoyo unánime de la Casa Blanca, del Congreso y de los medios de comunicación al ponerle a Hamas, movimiento electoral, la etiqueta de organización «terrorista».
Paradójicamente, el presidente Bush dio su apoyo a las «elecciones libres» en los territorios palestino, así como a la decisión de Hamas de presentarse a las elecciones. Después del reconocimiento de Bush de la naturaleza «libre y democrática» del proceso electoral en Palestina, el lobby presionó al Congreso y a la Casa Blanca a fin de cortar toda ayuda y todo contacto con el gobierno de Hamas, democráticamente elegido. A su vez, la Casa Blanca presionó a la Unión Europea para que adoptase una posición similar. Israel bloqueó todas las rutas comerciales y se negó a entregar al nuevo Gobierno palestino los impuestos que les correspondían. Israel actuó con el fin de asfixiar la economía palestina mientras que el lobby judío conseguía el apoyo de EE.UU. a las políticas de Israel.
En sus seis meses de criminal campaña, Israel llevó sus incursiones armadas en Gaza y Cisjordania hasta el homicidio deliberado de civiles, familias y niños cuando participaban en actividades tan inocentes como una merienda en la playa. Estas grotescas provocaciones israelíes tenían por objetivo llevar a Hamas, un gobierno democráticamente elegido, a terminar con su alto el fuego unilateral, proclamado 17 meses antes.
Un ataque palestino destinado a inutilizar un emplazamiento de tanques israelí cercano a la frontera de Gaza y la captura de un soldado israelí sirvieron de pretexto para la invasión a gran escala de Gaza. El Gobierno israelí ordenó la destrucción sistemática de la mayor parte de la infraestructura vital de la zona: sistemas de tratamiento de aguas, plantas eléctricas, sistemas de alcantarillado, carreteras, puentes, hospitales y escuelas, a la vez que arrestaba a los líderes electos de la Autoridad Palestina, tanto de la rama ejecutiva como de la legislativa. Israel mató a más de 250 palestinos en los primeros dos meses de su campaña «Lluvia de verano» contra Gaza e hirió a más de 5,000 personas («en su mayor parte civiles») [2]. Tras la debacle de Líbano, Israel lanzó una campaña masiva de «búsqueda y destrucción».
El lobby silenció toda voz discrepante y consiguió un respaldo casi unánime del Congreso y del Gobierno a las políticas de Israel en Gaza. El estrangulamiento de Gaza por parte de Israel debilitó toda oposición palestina a un ataque preventivo contra Irán.
Si bien la invasión militar israelí no consiguió destruir Hezbollah, el lobby se apuntó una victoria diplomática de gran envergadura con la aprobación de la Resolución 1701 de Naciones Unidas sobre un «alto el fuego». Dicha Resolución es una copia textual de los objetivos estratégicos israelíes de destrucción de Hezbollah, división de Líbano, obtención de la supremacía militar en Líbano y aislamiento de Irán.
La aprobación de la resolución siguió los diferentes pasos del clásico proceso: Israel estableció sus condiciones, el lobby organizó su aparato a fin de presionar al Congreso y a la Casa Blanca, y Washington la presentó al Consejo de Seguridad y presionó a sus miembros para que la aprobasen. La resolución fue aprobada y a continuación se puso en marcha el proceso militar, económico y diplomático, con Kofi Annan como adelantado de esta estrategia israelo-estadounidense.
Decir que la Resolución de alto el fuego es tendenciosa y sesgada en favor de Israel es quedarse corto. El problema reside en los propios términos y premisas de la resolución. Israel invadió Líbano. El derecho internacional considera que un país que invade otro, destruye toda su infraestructura civil y 15 000 hogares, y mata a más de 1 100 de sus ciudadanos es el agresor. Se debe establecer una «zona parachoques» o región desmilitarizada dentro de las fronteras del país agresor, a saber, una zona de 20 kilómetros dentro de la frontera israelí.
Ésta es la práctica común para con Estados con un largo historial de intervenciones militares dentro de los Estados vecinos. Éste es especialmente el caso dado que Israel inició el bombardeo de Líbano e Israel invadió Líbano, y no viceversa. En vez de ello la resolución aprobada por Naciones Unidas obliga a ocupar territorio libanés y a eliminar su primera línea de defensa nacional - a saber, el complejo de búnkeres y túneles subterráneos que Hezbollah y la resistencia libanesa organizaron como una defensa civil contra los ataques de las bombas, misiles, artillería e infantería invasora israelí.
En segundo lugar, la Resolución de Naciones Unidas hace un llamamiento al desplazamiento, disolución y desarme de los defensores (Hezbollah) del país invadido en vez de los invasores (las Fuerzas de Defensa (sic) Israelíes, IDF en sus términos en inglés). En la línea de la estrategia israelí, esta propuesta pretendía conseguir por medio de los «cascos azules» de la ONU lo que las Fuerzas de Defensa Israelíes no fueron capaces de realizar.
En tercer lugar, mientras que la resolución proponía que Hezbollah tenía que ser obligada a desarmarse o, al menos a «esconder» sus armas, el armamento israelí, sus soldados de ocupación y vuelos rasantes continuaron sobre el lugar en Líbano, preparados para atacar y bombardear, y ansiosos por hacerlo, a la resistencia libanesa, como su primer ministro y el ministro de Defensa declararon públicamente (y practicaron en varias ocasiones).
En cuarto lugar, mientras Hezbollah accedía al alto el fuego, Israel no. Israel mantuvo su bloqueo terrestre y aéreo, lo que según el derecho internacional constituyen actos de guerra, y mantiene su «derecho» a enviar libremente a Líbano comandos y equipos de asesinatos. Naciones Unidas y Kofi Annan no han denunciado el incumplimiento de la Resolución por parte de Israel. Por su parte, Estados Unidos, ha apoyado este incumplimiento por parte de Israel.
En quinto lugar, las Naciones Unidas han propuesto, por insistencia de Israel, que soldados libaneses patrullen la frontera, den caza y destruyan las armas y los activistas de Hezbollah, con lo que esperan provocar una guerra civil y dividir Líbano en un Estado fragmentado y disfuncional, en vez del gobierno de coalición (que incluye a Hezbollah) que existía antes, durante y después de la invasión israelí. En respuesta Hezbollah no se ha desarmado aunque ha accedido a que sus combatientes lleven armas visibles en público. Hezbollah no ha opuesto resistencia a que haya soldados libaneses en la frontera con Israel; aun más, ha confraternizado con ellos.
En esta Resolución de alto el fuego, perversa como ninguna otra, el agresor (Israel) conserva sus armas, su ocupación del territorio, del aire y del mar libanés, e incrementa la compra de armas ofensivas. El lobby judío empuja a Estados Unidos y a las Naciones Unidas a rodear a Hezbollah, controlar la frontera libanesa con Siria (y perder, por lo tanto, soberanía) y a detener el flujo de cualquier arma defensiva para reponer las empleadas en defender el país de los invasores israelíes.
La Resolución israelo-estadounidense-onusiana está diseñada para aislar la resistencia libanesa de Siria e Irán y debilitar toda solidaridad árabe común en el momento en que Irán y Siria sean atacados.
Kofi «El Recadero» Annan, nominalmente Secretario General de Naciones Unidas pero conocido por quienes trabajan en este organismo como el mensajero de Washington –y, por lo tanto, del lobby judío— fue a Oriente Próximo en misión de paz. Su objetivo no era abrir negociaciones sobre el intercambio de prisioneros entre Líbano-Hezbollah e Israel, sino asegurar una liberación unilateral de los prisioneros de guerra israelíes capturados.
Nunca, en ningún momento, mencionó las demandas clave de los libaneses, que eran la liberación de los 1,000 civiles y combatientes libaneses encarcelados ilegalmente y que están sufriendo en las cárceles israelíes, muchos de los cuales han permanecido encarcelados sin cargo o sin juicio durante años.
El único asunto que para Annan había que discutir era articular las demandas israelíes de liberación de sus prisioneros. Cuando Siria accedió a trabajar con Annan en una liberación recíproca negociada de prisioneros libaneses e israelíes, e Israel rechazó la oferta, Annan se negó a criticar la intransigencia israelí y siguió expresando su demanda de una liberación incondicional y unilateral de prisioneros.
Está claro que Israel y el lobby judío-estadounidense están tratando de aprovechar la Resolución de alto el fuego, tan favorable a Israel, y su implementación, para ampliar y ahondar sus intromisiones en la política libanesa, controlar su política de seguridad y socavar su soberanía comprando a sectores de la elite beirutí con «ayuda para la reconstrucción» mientras mantienen a Israel en pie de guerra dentro, alrededor y sobre Líbano.
El acuerdo de «alto el fuego» es, en efecto, una «ratonera» que ofrece la ayuda de los donantes (el queso) al débil y vacilante régimen de Beirut (particularmente a sus sectores derechistas, pro occidentales) y la trampa de acero de un cerco por tierra, mar y aire, y de ataques militares por parte de israelíes y de colaboradores de Naciones Unidas a un desarmado Hezbollah.
El lobby judío consiguió un apoyo al 100% de la Casa Blanca y del Congreso del Estados Unidos a que Israel continuara con el bloqueo de Líbano por aire y mar, y a sus demandas de desarmar y destruir Hezbollah como condiciones para retirarse de su ocupación territorial de Líbano.
Peor aún, a medida que las Naciones Unidas inician su ocupación de Líbano e Israel mantiene su presencia militar, Tel Aviv reinterpreta el alto el fuego para reforzar su posición avanzada dentro de Líbano. Israel exige la liberación de sus dos prisioneros de guerra, la destrucción de Hezbollah antes de pensar en acabar con su ocupación y bloqueo. Antes de conformar los términos del acuerdo y de retirar sus propias tropas, Israel insiste en que soldados de las Naciones Unidas controlen la frontera siria.
No se hace mención a patrullas de las Naciones Unidas en las fronteras de Israel con Gaza que Israel cruza a diario cuando va a matar y asesinar palestinos. En otras palabras, mientras Naciones Unidas mina la postura de la resistencia libanesa y fortalece al ejército israelí, Israel ni negocia ni corresponde en reciprocidad [sino que] añade demandas nuevas y más exigentes. Todo esto es apoyado por el lobby judío y sus altos funcionarios en el Ejecutivo y el Congreso estadounidense. El propósito de esta compleja maniobra de las Naciones Unidas es neutralizar toda oposición libanesa al aumento de las agresiones israelo-estadounidense contra Irán.
Diplomacia de confrontación y guerra
De forma paralela y convergente con la «estrategia de la ratonera» en Líbano, Estados Unidos, con el poderoso impulso del lobby judío, ha presionado para conseguir el apoyo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a una serie de medidas diplomáticas y sanciones económicas contra Irán.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas inducido por Estados Unidos y Europa está haciendo demandas que están en completa contradicción con el Tratado de No Proliferación, que permite en cualquier momento a todos los países del mundo enriquecer uranio para usos pacíficos, y de este modo está provocando una confrontación con Irán. Estas ilegales e impertinentes demandas no tienen en absoluto base legal ni de hecho: según el Organismo Internacional de Energía Atómica no hay pruebas de que Irán esté construyendo un arma nuclear.
Estados Unidos ha adoptado una estrategia paulatina de preparación de una guerra preventiva contra Irán, a fin de minimizar su aislamiento (el de Estados Unidos), el enorme coste económico y en vidas humanas, y la posibilidad de represalias. Washington ha preparado una resolución que imponga sanciones económicas y que limite los desplazamientos y las inversiones iraníes.
Una vez instaurado el principio de las sanciones económicas, Washington puede presionar más fácilmente para añadir otras cuestiones, como sanciones comerciales, restricciones al tráfico comercial marítimo y congelación de los activos exteriores. Una vez asegurado el aislamiento económico multilateral de Irán, Washington puede emprender su ataque militar aéreo con menor oposición y mayor aquiescencia de Europa y sus clientes de Oriente Próximo.
De Irak, Hezbollah y Hamas y Irán: ¿otra estrategia fallida?
Los representantes israelíes en el Gobierno de Estados Unidos contemplaron en su momento la guerra contra Irak como un ensayo general para un ataque a Irán y como parte de una serie triunfal de conquistas militares que hicieran del Golfo Pérsico un patio trasero israelo-estadounidense. Junto a la guerra contra Irak, el lobby presionó al Congreso estadounidense para que aprobase medidas de boicot a Siria, otro objetivo de la estrategia general de Israel y su lobby.
Líbano, especialmente la resistencia nacional dirigida por Hezbollah, es una pieza clave de la estrategia conjunta israelo-estadounidense contra Irak. El Líbano meridional bajo control de Hezbollah y Hamas en Gaza, otro aliado potencial de Irán, han sido por consiguiente un objetivo de aislamiento diplomático por mediación de las Naciones Unidas, y a la vez un objetivo de destrucción física. Cada guerra de Estados Unidos e Israel tiene un fin inmediato –el debilitamiento de un adversario— a la vez que, más importante, forma parte de la preparación de un gran ataque sobre Irán.
Estas guerras de «doble uso» son concebidas para debilitar y destruir a adversarios de los planes de dominación regional israelo-estadounidenses, y a la vez instalar bases militares, cercar geográficamente y presionar económicamente, todo ello con miras al ataque final contra Irán.
Las fichas de dominó caen del lado equivocado
No obstante, el lobby y los arquitectos israelíes de estas guerras en serie han cosechado algunos fracasos importantes, junto a las victorias, en su camino hacia Teherán.
Tuvieron éxito en la destrucción del gobierno nacionalista laico de Saddam Hussein y en la destrucción total del potencial económico y militar de Irak. No obstante, se hallan ante una insurgencia inesperada y de gran alcance que tiene fijados sobre el terreno a decenas de miles de militares estadounidenses y que agotan sus reservas, imponen unos costes financieros enormes y socavan el apoyo público a esa guerra y a cualquier otra nueva invasión que proponga el lobby israelí.
El intento del lobby judío de expulsar, mediante elecciones, a Yaser Arafat e imponer un gobierno satélite opuesto a Irán y a Hezbollah tuvo un resultado inesperado:
Las elecciones fueron ganadas por Hamas, movimiento nacional anticolonial, a raíz de lo cual Israel decidió volver a su programa de matanzas y ataques militares directos con el fin de diezmar la oposición al plan general para el Oriente Próximo.
El empeño por erradicar a Hezbollah de Líbano meridional consiguió causar graves daños al país y acabar con la vida de centenares de civiles, pero fracasó en su principal objetivo de aclarar el camino a un ataque sin réplica contra Irán.
Si bien Israel fracasó militarmente, el lobby y sus clientes del Congreso y el Gobierno estadounidenses consiguieron imponer sus objetivos políticos conjuntos en la infame Resolución 1701, por intermedio de las Naciones unidas y del ejército libanés. No obstante, la Resolución, a la vez que impone algunas restricciones importantes, sigue siendo fuertemente contestada: Hezbollah rechaza desarmarse, el ejército libanés (chiíta en un 40%) confraterniza con Hezbollah y no le es hostil, y las tropas de las Naciones Unidas no tienen intención alguna de desempeñar el papel de fuerzas de choque de Israel y provocar un nuevo ataque contra Hezbollah, especialmente después del asesinato deliberado de varios «cascos azules» por parte de Israel.
La estrategia diplomática del lobby judío y de EE.UU. de imponer sanciones a Irán, ha amarrado el apoyo europeo en lo que respecta a determinados asuntos menores, pero no ha conseguido el apoyo de Rusia y China a un embargo a gran escala. China está actualmente negociando un acuerdo con Irán relativo al proceso de enriquecimiento del uranio que puede socavar la «diplomacia de guerra» de EE.UU. en su totalidad.
Ante esta serie de obstáculos militares y diplomáticos, el lobby judío no cesa ni desiste en su empeño. En cambio, está lanzado en una nueva campaña de excitación bélica en EE.UU. por mediación de «sionófilos» ultramilitantes como el embajador de EE.UU. ante la ONU, John Bolton, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, el vicepresidente Dick Cheney, el presidente George W. Bush y, por supuesto, el inimitable «Asesor jefe para asuntos de Oriente Próximo» Elliot Abrams. La posición común es dejar de lado todos los asuntos fallidos e ilusorios y todas las propuestas diplomáticas y basar en una cuestión ideológica el ataque a Irán que se avecina: el nuevo combate entre la democracia y el fascismo islámico.
Para el Gobierno israelí, un ataque preventivo de EE.UU. contra Teherán se consideraría como un debilitamiento de otro oponente a la dominación regional israelí. Para EE.UU., sería la apertura de las compuertas de la insurgencia hacia Irak y más allá, lo que conduciría a dos, tres, muchos Iraks. En algún momento, esta estrategia se volverá contra sus autores. Al sacrificar un número inaudito de vidas estadounidenses al servicio de una potencia extranjera, el lobby judío y sus defensores políticos del Congreso de EE.UU. entrarán en la historia como traidores a nuestros más altos ideales en tanto que país libre e independiente.
A falta de asegurarse un ataque de EE.UU. contra Irán, Israel está acelerando sin reposo sus planes de guerra contra Irán y Siria. Una vez más, su lobby ha montado una campaña de propaganda masiva y sostenida según la cual el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, habría declarado en un discurso, en octubre de 2005, que «Israel debe ser borrado del mapa».
El lobby ha falsificado totalmente la traducción al inglés, toda vez que el presidente iraní nunca utilizó el término «borrar» ni el término «mapa» [3]. Lo que en realidad dijo fue: «Ese régimen que ocupa Jerusalén debe desaparecer de los anales de la historia».
No cabe duda de que se refería a un poder que ocupa ilegalmente una ciudad por conquista militar, que reduce a sus propios ciudadanos árabes a la discriminación y la pobreza, y que coloniza los territorios ocupados. En otras palabras, pide la desaparición de un régimen racista y colonial, no la destrucción o expulsión de los judíos en Israel.
Estas y otras «malas traducciones» deliberadas son parte de los esfuerzos del lobby por fomentar el oprobio mundial contra Irán y estigmatizar a este país con las peores características de los que «niegan el Holocausto», y así presentar el ataque de Israel como una acción dirigida a un «Estado delincuente» islámico-fascista.
De enero a marzo de 2006, el alto mando israelí puso manos a la obra con sus planes de guerra para atacar Irán, que luego aplazó temporalmente para permitir a Washington desarrollar iniciativas diplomáticas. En septiembre, el Times de Londres (3.9.2006) informaba que «Israel está preparándose para una eventual guerra con Irán y Siria». Con arreglo a fuentes políticas y militares israelíes, «El reto que plantean Irán y Siria ocupa el primer lugar en la agenda israelí de defensa (sic).»
[1] Ver: The Project for the New American Century : White Paper - Rebuilding American’s Defenses (septiembre de 2000), (Proyecto para un Nuevo Siglo Americano: Libro Blanco tendiente a la reorganización de la defensa norteamericana), documento preparado y redactado por los más eminentes ideólogos pro israelíes.
[2] Haaretz, 4 de septiembre de 2006
[3] El Guardian de Londres publicó una investigación sobre esta manipulación: «Lost in translation» por Jonathan Steele, The Guardian del 14 de junio de 2006.
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