Tres lustros y dos años, es decir diecisiete octubres, han pasado desde que un día como hoy, a las 11 de la mañana, arribara Alonso, mi hijo, en el tráfago de sus llantos incontenibles, prueba de pulmones poderosos, decía aturdida una enfermera, y un color de piel que a mí se antojaba como un rojo bandera, demasiado intenso aunque inevitable porque los códigos genéticos priman en esta clase de acontecimientos. En efecto, con alegría de padre orgulloso, saludo este nuevo onomástico de Alonso.
Culminando la secundaria con excelentes calificaciones y oteando la alameda universitaria, Alonso va descubriendo que cada año, mientras que él cabalga hacia la victoria de sus ambiciones, otros van marchando inevitablemente al compás del tiempo, peinando canas pero alegrándose que los días estén preñados de esperanzados augurios que su habilidad e inteligencia anticipan en su periplo de buen hijo y mejor estudiante.
¿Qué más notable ocasión que ésta, para saludar a todos los que, en un día como hoy, a lo largo y ancho del país, también celebran un nuevo aniversario? ¡Qué deber indetenible exclamar nuestros deseos que a ellos les resulte, éste un día de reflexión y que, acaso, en la pena transida de sus entornos o en la festividad que de repente tarda, por lo menos, sepan que alguien muy modesto y para ellos, como para mucha gente, desconocido, quiere abrazarles fraternamente para exclamar la jaculatoria: feliz cumpleaños!
¡No hay atenuantes! ¡No es fácil hablar de quien está próximo a nosotros, porque es carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, y hacerlo en términos objetivos! Los padres siempre seremos padres, porque alguna vez –o siempre- fuimos hijos o hijas. Y debemos entender que los ayer niños, hoy adolescentes, están cambiando la piel y creciendo sus alas, preparándose para los vuelos autónomos que en algún tiempo más habrán de motorizar porque el torbellino de sus vidas así les impele y el código de la vida establece que los hijos son sólo prestados.
Por tanto, es hora que hablemos con Alonso.
Querido hijo: la vida es un reto multifacético, pero su sino distintivo es que es ardua, coqueta, pícara, traidora, desafiante y ruda. Depende de ti cómo encuadres el reto que se presenta en los meses y años venideros. Si quieres ser un buen ingeniero, tendrás que estudiar duro y comprender, sólo tú y nadie más que tú, que la arquitectura de tu vida será obra maestra de tu concentración, tu amor por el deber y que si quieres triunfar, entonces, tendrás que actuar, como hasta hoy, como un fajador de buena ley. Sin atropellar o dejar víctimas en el camino. Si aprendes a jugar con lealtad y limpieza, otros seguirán el ejemplo y el Perú garantizará, tú al lado de otros miles de muchachos y muchachas, lo que hoy no tiene y esto es salir de la frustración y amargura de ser un país o un accidente geográfico, con miles de políticos ganapanes, periodistas corruptos y funcionarios envilecidos hasta el tuétano. ¡Esto será parte de tu menú!
Alonso: tus padres son sólo guía, ayuda, orientación. Consuelo episódico, aliento cercano. A ti toca la parte más difícil. Tendrás que tomar decisiones y a veces cometerás errores. Pero la vida sin yerros es demostración palmaria del ocio y la falta de casta porque nada se obtiene gratis sino experimentando en el camino. Siempre tendrás, mientras del mundo terrenal seamos huéspedes, el consejo de tu madre y padre. Pero, jamás, ellos podrán reemplazar la bitácora de tu peregrinaje. Eres tú y tu circunstancia, como diría don José Ortega y Gasset. Procura que en esa construcción aparezcan los paradigmas que te enseñamos desde la más tierna infancia.
Y en ese futuro promisorio, como carboneros de la máquina indetenible, tendrás en nosotros a los atizadores del fuego eterno de tu llama inextinguible. Tus victorias, serán nuestras victorias. Y tus yerros, aquellos que podrás componer con tiempo, mesura e inteligencia, que todo lo posees en grado sumo y ¡esa es una de tus suertes! Que la serenidad constituya tu blasón y tu colosal e intrépida voluntad de victoria corone cumbres y picos en la cordillera larga de Nuestra Señora la Vida.
Con amor amoroso, admiración de padre, cariño de hermano mayor. Feliz cumpleaños.
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