Sorprendidos quedaron más de 70 mil asistentes al XII Festival de Rock al Parque[1] el pasado lunes 16 de Octubre, al ver que la apertura del evento estaba a cargo de indígenas: primero un grupo de Kankuamos –desplazados de la Sierra Nevada por el conflicto armado- con sus flautas interpretó brevemente un “chicote” y una “gaita”, para dar paso a las palabras de un abuelo Maya de Guatemala y de un Arhuaco de la Sierra. A continuación el grupo musical Kapari, de los indígenas Kichwas -en el que participa el actual gobernador del cabildo, Nelson Tuntaquimba- presentó un ensamble que inició con música indígena y terminó con música Pop, sirviendo de puente para dar paso a las bandas de Rock, empezando por la Dr. Krápula, que es la que lidera la cruzada por la defensa de los indígenas, de manera similar a lo que hizo el cantante francés Manu Chao cuando organizó un concierto internacional de solidaridad con los indígenas Zapatistas en México.
El día anterior, indígenas y rockeros, incluyendo a Manu Chao, compartieron un abrazo en un ritual del Fuego y de pagamento a la pacha mama, dirigido por el indígena Maya y un indígena Muisca, dando nacimiento al proyecto “Abre Sierra” de la Fundación Seykiwia por la defensa de la Sierra Nevada , sus recursos naturales y los pueblos indígenas que la habitan: Koguis, Arhuacos, Wiwas y Kankuamos.
Las recientes revelaciones del computador de los paramilitares de Jorge 40, responsables del asesinato de centenares de indígenas en La Sierra Nevada, lo mismo que la violencia de las FARC y el ELN, las fumigaciones aéreas y varios megaproyectos (como el de la represa de Besotes), dan cuenta del terror y la destrucción que reinan en la Sierra. Han sido más de 300 los Kankuamos asesinados en los último cinco años y en Bogotá hay más de cien familias de esta etnia desplazadas, sin contar las que están en Velledupar y otras ciudades de la Costa.
El ingrediente indígena en esta versión del Festival es un símbolo de muchos significados: del compromiso social de la música, del dialogo intercultural, de la búsqueda de nuevas utopías, del rechazo a la violencia, del respeto por las luchas indígenas, de los derechos humanos, del paradigma de la diversidad, de la búsqueda de sentidos y de raíces por parte de la juventud, etc. El título y el coro de la canción “Amor por la Tierra”, insignia del movimiento Seikywia, sintetizan el sentido de estos hechos: “Cantamos por la defensa del equilibro de la madre tierra, unidos por los derechos de los mayores que la respetan”. Sí… La presencia indígena en el Festival de Rock al parque no es un episodio folklórico. Es la marca de una tendencia en el rock, una nueva versión de la utopía -desde la música y para la juventud- fundada en principios de justicia social, ambientalismo y ancestralidad. Mientras haya utopía habrá esperanza, como lo sugiere la canción: mientras el cantor no calle, no callará la vida.
Ese rock, si bien en nuestros países nació como imitación y traducción, ha adquirido lenguaje propio y ahora busca raíces culturales, como lo dijo uno de los intérpretes: “Este proyecto es un proceso de reencuentro y reconexión con nosotros mismos, con nuestras raíces”[2].
Los indígenas representan un modelo para la mencionada utopía, por su cosmovisión basada en el respeto por la tierra, por su sentido comunitario, por su identidad cultural, por su espiritualidad basada en pensamiento ancestral, por la resistencia ante el conflicto armado, por la tenacidad en sus luchas, sin que esto quiera decir que se trata de comunidades perfectas, libres de contradicciones y problemas, como cualquier sociedad humana. Pero son herederos de unos principios que plantean una relación con la Naturaleza y con la Sociedad, diametralmente opuesta a los valores de competencia y mercado, que están precipitando las crisis ambientales, sociales y culturales del mundo contemporáneo.
Así lo critica la canción Amor por la Tierra de Dr. Krápula: “Con qué absoluta ceguera se despertó un día el hombre a organizar un sistema para vivir administrando poder y muerte, creando leyes para destruir, con la falsa premisa de progresar en materiales y tecnología que sólo acaban con la vida del planeta y su energía”.
Los indígenas que participaron en el Festival apreciaron altamente la oportunidad de decirle a la ciudadanía que aquí también hay indígenas y que así como ellos conservan su música y tradiciones, también son tan contemporáneos como cualquier ciudadano y están aportando a la diversidad cultural de la ciudad. Toño Villazón, el cantante Kankuamo dijo. “Me hace feliz poder mostrar mi territorio a través de mi canto”. Y los Kichwas demostraron que además de su música indígena, también aprecian e interpretan la música rock.
No es casual que este encuentro de rockeros e indígenas se esté dando en Bogotá en este momento. Hay que reconocer que, efectivamente, se están abriendo espacios para las poblaciones tradicionalmente excluidas, como los indígenas y grupos étnicos, apertura fortalecida por la propuesta de la actual Administración por una Bogotá más humana, incluyente y sin indiferencia. Con los indígenas, los afrodescendientes, los gitanos y los raizales se está construyendo actualmente una Política Distrital y unos planes de acciones afirmativas específicos para cada uno de ellos.
[1] Parque Simón Bolívar, Bogotá.
[2] Bajista de Los Aterciopelados, citado en excelente artículo de El Espectador,8 a 14 de Octubre, pág. 1 F.
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