La guerra de Iraq ha sido manipulada por el gobierno de Estados Unidos desde los preparativos para invadir a ese país árabe, cuando el presidente George W. Bush acusó a Saddam Hussein de poseer armas de destrucción masiva. Desde entonces, Washington ha echado mano a toda clase de subterfugios para ocultar o tergiversar la realidad de lo que allí ocurre.
Uno de los embustes que más puso en ridículo la propaganda de guerra dirigida por el Pentágono fue una serie de cartas de soldados, que publicaron 11 periódicos de Estados Unidos, en las que explicaban a sus familiares que las condiciones de vida en las bases militares habían mejorado ostensiblemente.
La patraña quedó al descubierto cuando el sitio web Mundo Árabe denunció que los textos eran sospechosamente similares y, para colmo, uno de los supuestos remitentes declaró que se había enterado de la existencia de una misiva con su nombre cuando el padre le escribió para felicitarlo por el remozamiento de las instalaciones del Ejército.
No obstante, es muy probable que en este caso se haya aplicado la técnica manipuladora de aprovechar la noticia aparecida en una o varias publicaciones para inmediatamente hacerla circular por el mundo gracias a las agencias de noticias, canales de televisión y radioemisoras de alcance internacional.
Este procedimiento es realmente siniestro porque garantiza a los medios que no están en la obligación de desmentir la noticia porque ellos se limitaron a publicar la versión aparecida en otro periódico, es decir que la rectificación queda circunscrita a la prensa local.
Los corresponsales norteamericanos que cubrieron la guerra de Vietnam acuñaron una sentencia que en la situación de Iraq se ha multiplicado muchas veces. “Cuando comienza un conflicto, cuentan los veteranos, la primera derrota la sufre la prensa”.
En la invasión del territorio iraquí se aplicó el método de que los periodistas enviados para reportar los combates fueran incorporados (“incrustados”, según la terminología del Pentágono) a las tropas estadounidenses, con el argumento de que así se cuidaba mejor la seguridad de los comunicadores.
Sin embargo, en los primeros tres años de la guerra 18 periodistas perdieron sus vidas por disparos directos de los soldados norteamericanos.
El número total de víctimas registrado en las filas de la prensa se elevó a 127 el pasado 3 de noviembre, según el conteo que han podido efectuar, con grandes dificultades, algunos medios de comunicación.
La manipulación de las informaciones ha sido una barrera permanente para impedir que los despachos enviados desde el escenario de la guerra reflejen toda la verdad de los acontecimientos.
Cuando apenas habían transcurrido siete meses del inicio de la invasión encabezada por Estados Unidos y Gran Bretaña, el diario Washington Post reveló que el gobierno de Bush había prohibido tomar fotos de los ataúdes de los soldados muertos, cubiertos con banderas norteamericanas, que eran trasladados a diferentes bases militares, donde tampoco se permitía el trabajo de los reporteros gráficos.
La explicación en este caso, según comentaron algunos analistas, obedecía al temor de que se repitiese el tremendo impacto causado, en gran parte de la población estadounidense, por las pérdidas sufridas durante la guerra de Vietnam.
La manipulación también contiene un elemento de la más cruel discriminación y es que, como ha sucedido en otras guerras libradas por Estados Unidos, los daños materiales y humanos infligidos a los nacionales del país agredido son silenciados o menospreciados, aunque el balance de esas contiendas bélicas prueba que son infinitamente más catastróficos que los del ejército de ocupación.
Respecto a las bajas estadounidenses hay versiones, extraoficiales claro está, de que los principales centros de recepción de ataúdes se encuentran en las bases aéreas de Dover y Andrews, en los estados de Delaware y Maryland, respectivamente, y en el polígono de Ramstein, situado en Alemania.
Dover se ha convertido en un nombre fatídico para el Pentágono, porque también fue utilizado como aeropuerto de escala en los años 70 para el traslado de los militares muertos en el sudeste asiático.
Incluso algunos políticos estadounidenses inventaron el término “prueba de Dover” para medir el impacto que causaban en el electorado de esa nación las bajas ocurridas en Vietnam, donde ascendieron a 58 mil.
El ex presidente Richard M. Nixon fue uno de los más vapuleados en ese test, lo que acarreó su intempestiva orden de retirada de los soldados ocupantes de la península indochina.
El actual mandatario, George W. Bush, evidencia que también vive obsesionado por el “síndrome de Vietnam” porque nunca ha asistido a un acto fúnebre por los caídos en Iraq, a diferencia de todos sus predecesores en los anteriores desastres militares sufridos por Washington.
Además, salta a la vista que las informaciones sobre la resistencia que enfrentan las tropas de ocupación están sometidas a una rígida manipulación.
En numerosas ocasiones se omite en los partes la identidad del militar reportado como muerto, herido o desaparecido; para lo cual se aduce que todavía no han podido ser localizados los familiares para comunicarles lo sucedido.
Un incidente recientemente ocurrido sirve para hacerse una idea más exacta de cómo actúan los censores:
El pasado 23 de octubre, el soldado de origen iraquí Ahmed Qais Taayie, quien servía como intérprete de las fuerzas norteamericanas, fue secuestrado a la salida de la casa de “unos familiares” en las afueras de Bagdad, según informó una fuente del comando de ocupación.
Sin embargo, los reporteros que rastrearon el suceso descubrieron que los “familiares” de Ahmed, que no fueron identificados en el comunicado militar, eran, ni más ni menos, que su esposa iraquí y su suegra.
Y como revelación adicional, se conoció que la víctima del secuestro contrajo matrimonio con la joven hace alrededor de un año, pero lo hizo en forma secreta ya que el reglamento prohibe a los alistados en el ejército norteamericano casarse con nacionales del país ocupado.
A la prensa tampoco le resulta fácil conocer los casos de suicidio que se registran en las filas de uniformados, aunque algunos datos indican que el aumento de trastornos psíquicos ha elevado el número de muertes por mano propia.
Las estadísticas oficiales indican que una cuarta parte de las bajas se debe a distintos tipos de accidentes, denominación que engloba tanto a un soldado que se quema con una hornilla eléctrica como a los que, bajo los efectos de la embriaguez alcohólica o el consumo de drogas, resultan lesionados o perecen en el tránsito vehicular.
Otro aspecto muy significativo es que raras veces se consigna la jerarquía o grados militares de los caídos en combate, aunque por una simple lógica aplicada a las contiendas bélicas es inconcebible que todas las bajas sean de “soldados”, como habitualmente informan los boletines del mando de ocupación.
La suerte que corren los heridos también es un dato manipulado por la censura militar, aunque esta cuenta sobrepasó la cifra de 15 mil efectivos en los primeros dos años y medio del conflicto.
En octubre del pasado año, cuando las bajas norteamericanas llegaron a la cifra de dos mil soldados muertos, el rotativo New York Times rompió uno de los tabúes más celosamente custodiados por las autoridades al publicar una descripción muy precisa de 995 caídos en combate.
Las fotos individuales de esos hombres y mujeres, con sus nombres, edades y lugares de residencia, ocuparon cuatro páginas de la edición del 27 de octubre del 2005. El título que acompañaba el despliegue fotográfico era contundente: “La lista de la muerte”.
Por su parte, el Washington Post insertó en la edición de ese mismo día un gran mapa de los Estados Unidos en el que se destacaban las ciudades donde habían vivido los fallecidos y, como balance de las pérdidas, podía apreciarse que todos los estados de la Unión norteamericana estaban macados con cruces.
Está por ver cómo serán las páginas de los diarios estadounidenses cuando llegue la fecha, ya bastante cercana, en que las estadísticas oficiales reporten tres mil bajas letales, con un 95 por ciento, aproximadamente, registrado después de la invasión desarrollada entre los meses de marzo, abril y mayo del 2003..
En materia de manipulación, probablemente la más burda de todas la protagonizó el mismo George W. Bush cuando anunció, el 1º. de mayo del 2003, que las principales operaciones militares en Iraq habían concluido, “exitosamente”, desde luego.
Pese a todas las campañas propagandísticas, la censura y el engaño a la opinión pública, las encuestas efectuadas en los últimos meses por las cadenas CBS y CNN indican que el respaldo a la administración republicana es el más bajo desde el comienzo de la guerra. Sólo tres de cada diez norteamericanos consultados aprueba la conducción de Bush.
# Portal Ecohispano
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter