The Economist, semanario de referencia de la City londinense, publicó en su edición del 16 de diciembre de 2006 el siguiente titular: «Don’t mess with Russia», que podría traducirse como «Con Rusia no se juega». Un fotomontaje representa al presidente ruso Vladimir Putin caracterizado como Al Capone y empuñando una manguera de gasolina en vez de una metralleta.

El dossier que publica The Economist denuncia el «gangsterismo» de Vladimir Putin, que modifica las reglas del juego para impedir que las compañías petroleras extranjeras exploten los yacimientos de Sajalin y pone los recursos naturales de su país al servicio del desarrollo de la propia Rusia. Sin el menor temor a caer en la contradicción, The Economist también critica a Rusia por adaptarse a las leyes del mercado porque que Moscú se niega a mantener los bajos precios de la época del comunismo y quiere que Georgia y Moldavia, países que dan la espalda a Rusia al volverse hacia a la OTAN, paguen el gas ruso a precio de mercado internacional. Para terminar, ya sin más argumentos, The Economist atribuye al Kremlin el asesinato de Alexander Litvinenko.

Es conveniente recordar que The Economist no califica la invasión de los campos petroleros iraquíes de «gangsterismo» sino de «cruzada por la libertad».