En días pasados, una revista cuyo principal dulce es la mermelada, sacó como una pseudo-primicia de carácter periodístico, el paseo de un niño inocente en Palacio. La sociedad tartufa peruana que idolatra la mentira, la construye con acendrada vocación falsaria, no se ha preguntado ni cuestionado ¿qué hacía un infante en oficinas públicas y no en la residencia en la parte de atrás del mencionado edificio? Coincidió el asunto de marras con una crisis en que rumiaba sus últimas horas en Interior la inepta Mazzetti y se guarecía en las sombras el otro ministro encerrador de campesinos y sabio en no saber nada de Defensa, Allan Wagner Tizón.
Los partidos políticos de cuya crisis no hay la más mínima duda, las instituciones de todo pelaje y denominación, la Iglesia Católica tan puntillosa en no pagar impuestos y en pretender que Perú le debe gratitud u obediencia, los miedos de comunicación, todos, ominosamente han ocultado el lado oscuro de esta maniobra. Y, en cambio, han puesto de relieve lo frívolo, olvidable y “tierno” del tema. Nadie quiere subrayar que el hijo de una aventura adúltera del jefe de Estado, debía estar en saludable lejanía de cualquier clase de publicidad. Si la familia es célula fundamental de la sociedad ¡precisamente! ésta está siendo demolida por el primer funcionario público del país.
Conviene preguntar de frente y sin ambages tartufos: ¿tan bajo estamos cayendo como Estado que se ha perdido todo referente a una estructura valorativa de auto-estima? Cohonestar, vía la figura de una criatura, las resbalosas aventuras paternas y maternas, lo que a todas luces es una irresponsabilidad, pone a la sociedad, compuesta de ciudadanos, ante la incómoda pregunta, y no por ello menos punzante, si ¿nos sentimos parte de este enjuague muy edulcorado por una revistita que alguna vez fungió de termómetro político del país o, mejor dicho, de Lima la horrible?
En Francia hubo un presidente que tuvo una hija fuera del matrimonio, Francois Miterrand y la presentó cuando ésta tuvo ¡18 años! ¿No hubiera sido preferible que el jefe de Estado tuviera más paciencia y menos “voluntarismo” para hacer las cosas mejor? ¿Qué fue aquello de anunciar al país su paraje por otro tálamo y la concepción fuera del matrimonio de un hijo delante de la esposa oficial? Que sea argentina Pilar Nores, no quita su condición de mujer y su probada vocación de mártir ante todo el Perú. No obstante, el asunto es un tema que vulnera, ataca y denosta de la mujer y la familia.
Ni la mujer, ni el hombre, sean cuales fueren los papeles, debe dejarse pisotear por la baladronada de una conveniencia y tampoco quienes debían hablar pueden permanecer mudos sin pecar de cómplices aviesos y comparsas torpes.
Las sociedades tartufas que premian la hipocresía; elevan a estúpidos a la talla de prohombres o intelectuales sin que lo sean, lastran su existencia, envilecen su presente y su futuro porque acomodan su pasado con memoria selectiva pero, lo que es peor, producen eructos históricos de ínfima calidad. No parece raro, entonces, que pandillas de necios que viven de dólares foráneos se hayan aupado y creído el papel de formadores de opinión o que políticos ignaros y tímidos, no puedan exigir un comportamiento moral porque simplemente carecen de ella por gráciles concesiones que otorgan bajo el supuesto muelle que nadie reclama. ¡Mentira! Quienes no vivimos de la mermelada que pagan las empresas transnacionales que sufragan a borrachitos sociales o que declinamos los favores compradores de conciencia, tenemos la hermandad espiritual y el compromiso indeclinable con don Manuel González Prada de romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz. Aunque eso moleste, urtique o soliviante las faltriqueras de paniaguados por doquier. Arriba o abajo.
Ha dicho en lúcida expresión Dante Castro: “Millones de dólares se mueven para cambiar a los militantes antisistémicos en rebeldes tolerables”.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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