Acaba de ingresar, al repique de sus 18 atléticos octubres, Alonso, así se llama mi hijo, a la calidad de ciudadano del Estado peruano. Hasta ayer era un niño, hoy es un hombre. En el 2006 escolar, hoy universitario aspirando a culminar en un lustro, la carrera de ingeniero industrial. Talento no le falta. Sagacidad tampoco. Es posible que su aguda inteligencia sea patrimonio filial de profunda forja amorosa en las buenas. Y también en las malas. Para nosotros, padres, no es sino un hito de vibrante emoción, bienvenida fraterna, esperanza de horizonte, continuación del porvenir.
Por hoy, como suele ser cada 23 de octubre, los modestísimos artículos de que soy único redactor (hay que aceptar que sus deficiencias sólo pueden ser mías), pasan a cualquier otro plano. Clarín del destino que hoy nos muestra que han pasado dieciocho años desde que naciera Alonso en concierto atronador de llantos desgarradores y hemos sido testigos del panorama cambiante y revolucionario de muchos rostros, risas, conquistas, frustraciones y significativos e inolvidables triunfos en la vida de este mozo.
Pero en Alonso y sus 18 años, hay que saludar a otros jóvenes que cumplen el mismo aniversario. Es en estos muchachos que el Perú reposa su anhelo regenerador, su purificación en el fuego eterno y creador de una nación libre, justa y culta. La comisión de trabajo que asumen los nuevos ciudadanos no es una bicoca enunciable y punto. ¡Es todo lo contrario! Es el compromiso de limpiar un organismo infectado de males seculares, de costumbres atávicas y retrógradas. Es la promesa de evitar que Perú muera en la miasma a que le han conducido amorales directores cuyo único pergamino –si así se puede llamar al descaro- ha sido la de ser misérrimos destructores de su propia tierra y fabricadores de una historia hechiza. Si algo puedo decir en abono de esa cultura de amor por el Perú, su orgullosa estirpe constructora y vencedora de retos ciclópeos, es que desde pequeño, Alonso siempre escuchó que la patria se defiende y que ésta no se vende.
Este 2007 comprobó cómo Alonso unióse a la universidad ingresando sin examen por haber pertenecido al tercio superior de su jornada escolar, primaria y secundaria. Y no son pocas las anécdotas reídas en el decurso de estos meses. No deja de asombrar, tampoco, la inadvertencia de algunos padres hacia el estudio de sus hijos. Con libertad y amplias facultades que ejerce a discreción, Alonso sabe muy bien que su destino no le será regalado como un número de lotería. Entiende con energía que cada paso, es un peldaño, una nueva conquista. Si tarea de padres es orientar, la de hijos es aprovechar ese respaldo y trocarlo en antorcha alumbradora de su futuro promisorio. No hay otra fórmula de triunfar que en buena lid. Lo fácil viene de ese modo. Y se va también de la misma manera.
Querido ciudadano Alonso, hijo, hermano menor, compinche de mil y un humoradas: llegaste al principio de tu periplo cívico premunido de la mejor riqueza de que puede hacer gala un hijo: el amor inefable, el respaldo y la vitualla alerta que aún te proporcionan tus padres. Los jirones de tu vida serán arquitectura de tu fina y esforzada labranza. A ella dedica tu inteligencia. Si el porvenir nos debe una victoria, las tuyas serán –y contigo la de muchos otros- el aldabonazo del nuevo Perú limpio que reclama la patria. Sé justo y disciplinado. Ahorra el tiempo y no lo gastes en naderías. Construye hoy en la cima de tu fuerza más vigorosa. Mañana rescatarás el fruto de tal empresa. Y entonces, en el recuerdo, de repente, la imagen de quienes custodiaron tus primeros pasos y travesuras tempranas. Y hay que darle gracias a la vida por tanta dicha por encima de penas, coyunturas olvidables, ayeres irrepetibles. Que el rumbo mágico y exitoso de tu vida, sea la mejor presea que agasaje el deber cumplido.
¡Bienvenido al mundo ciudadano querido Alonso!
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