A pesar de la más reciente e histérica diatriba anticubana pronunciada por el presidente George W. Bush, nuevamente, y por décimo sexta ocasión consecutiva, la comunidad internacional rechazó de manera rotunda el genocida bloqueo económico impuesto a Cuba desde 1962.
Cuando ya parecía difícil superar el respaldo de 183 votos a favor de la Resolución presentada por la mayor de las Antillas en el 2006, la pizarra del salón plenario de la Asamblea General de Naciones Unidas dejó ver el 184 en la mañana de este 30 de octubre, frente a la ridícula cifra de cuatro países en contra, encabezados por Estados Unidos, el encausado.
Tal mayoría, pocas veces alcanzada en el debate de otros temas, es expresión irrefutable del repudio mundial a la agresiva política de Washington, existente aun entre naciones aliadas y otras no caracterizadas por sus simpatías con la Isla.
Este espaldarazo de más del 95 por ciento del total de países representados en la ONU a la batalla cubana contra el bloqueo, tiene un enorme significado político y moral, mucho más en esta ocasión en que puede ser considerada como la respuesta del planeta al “dramático“ reclamo formulado hace seis días por W. Bush, para crear un fondo internacional destinado al financiamiento de la subversión en Cuba.
Esta condena es un claro rechazo a la mentirosa tesis norteamericana que asegura se trata de un asunto bilateral entre los dos Estados, cuando en realidad sobran las evidencias para demostrar su alcance extraterritorial, con lo cual crean, además, un peligroso precedente atentatorio de la reconocida y necesaria libertad de comercio.
La Resolución sobre necesidad de poner fin al bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por Estados Unidos a Cuba, aprobada por abrumadora mayoría, pondrá de manifiesto, una vez más, el absoluto desprecio de Washington por las decisiones del máximo organismo internacional.
Si en los círculos de poder de Estados Unidos existiera un átomo de sentido común, se puede asegurar que ha llegado el momento de poner fin a una política totalmente fracasada, que sitúa a su ejecutor cada año en la incómoda y humillante posición de hacer el ridículo, frente al desafío de una pequeña Isla decidida a continuar su camino independiente, a pesar de las severas afectaciones a su economía, superiores a los 89 mil millones de dólares.
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