Una tara congénita acompaña al peruano: su infinita capacidad de disimular la estafa, premiar al delincuente y llamar blanco a lo negro, perfumado a lo pestilente. Cuando, pocas horas atrás, se notició al país de la “devolución” de Chile de una parte de lo robado en 1881, en libros, que sólo a bárbaros puede parecer botín de guerra, casi la unanimidad de infelices que fungen de periodistas, diplomáticos, gobernantes y demás etcéteras, se inhibieron de llamar a las cosas por su nombre: ¡eso fue un asunto de simple, vulgar y degradante latrocinio, nada más!

Entonces los embajadores y ujieres tan afectos a un lenguaje hipócrita y perdedor (Cancillería y no la selección de fútbol se lleva las palmas en cuanto a instituciones deprimentemente ineficaces, torpes y pusilánimes) han orlado y emperifollado la fiesta que para el país del sur, perpetúa su agresiva intromisión acostumbrada, siempre de la mano de nativos pro domo sua, quintacolumnas oficiosos y funcionales. No faltan intelectuales indecorosos que de historia nada saben y si entienden lo hacen para ocultar y salvaguardar la propina mensual que les pagan para amordazar sus complacientes inteligencias. También hipócritas.

En lugar de analizar con fría objetividad del porqué del cuasi secreto sobre una devolución al “caballazo” (peruanismo que denota cirugía sin anestesia) de libros robados y el sigilo misterioso para no dar cuenta al público de qué se tratan todos estos arcanos, el país se entera del hecho consumado. Las mentes abogadiles (curas y legos hicieron de este país lo que es) ya están pensando en recursos, hábeas data y demás adefesios, pero sin embargo eso puede tomar años, tantos que nadie se acordará, al día siguiente de su mínima importancia. Decía que, prescindiendo de la exégesis rigurosa por la cual y en qué contexto Chile devuelve una ínfima parte de lo que se robó en la guerra de 1879-1883, una gavilla de estúpidos inflama el pecho y otorga loas, zalemas y felicita el contrabando.

Aquí en este asunto de historia hay quien desea el olvido y el manto de supuesto perdón que otorgan los años sobre las barbaridades en que incurrieron en esa época. Hay “historiadores” que “trabajan” para hacer libros escolares conjuntos que “complejicen” (es decir, que borren el paso de los hunos) y digan que no ocurrió lo que testimonios dan como acontecido. Claro que todos aquellos participan de la torta en nombre de la integración. ¿Desde cuándo esa dinámica social inevitable, abarca la traición sucia y la adecuación, en favor del más poderoso, de los hechos a la carta? Estos historiadores por demanda son parte de la quintacolumna tradicional que ha existido en Perú.

Nótese, con claridad meridiana que el problema nunca fueron Chile o los chilenos. Ellos hacen lo que en su concepción geopolítica les parece lo más correcto. Obvio es que las demostraciones de que no pararon en mientes, está en 1836-39 y 1889-83 y en adelante, porque simplemente actuaron por la razón o la fuerza. La imbecilidad aquí ambiente no comprendió esa actitud y se hundió en la mediocridad contemplativa y en la muelle observancia que a la postre arruinó al Perú. Dentro de esas taras, qué duda cabe, la hipocresía constituyó una de las más aberrantes dolencias, pasada y presente.

Pruebas incontestables. Días atrás, el canciller José García Belaunde, hombre notable por varias cosas: por pasar los 2 mts. de altura; porque se enteró, ya añejo, sobre los asuntos de límites con Chile, sin perjuicio que alguna vez comparó lo usurpado por el país del sur en el Mar de Grau, con su chacra (dicho sea de paso, ello ilustra con potente convicción la capacidad intelectual del sujeto); sostuvo en entrevista en La Tercera que había la posibilidad de una consulta de Chile al Perú si otorgaba este país a Bolivia salida al mar por el norte de Arica. Nadie, con la modestísima, insuficiente e indignada protesta de quien esto escribe, ha puesto el grito en el cielo por una traición que contraviene el Tratado y Protocolo Complementario del 3 de junio de 1929 ¡realmente repugnante! La hipocresía hace meter a todos el cuello bajo tierra.

Ayer mismo noticié acerca de esas rebajas de aranceles que están amenazando la estabilidad y vida futura de una empresa limeña que da trabajo a 600 peruanos porque otra firma extranjera estaría lista a llegar con precios más baratos y así, con la quiebra de la actual, comprar a barrer lo que quede y ¡nadie se da por enterado! ¡Cómo si destruir al Perú constituyera un deporte inacabable! Este país es tan pero tan rico, que avalanchas de delincuentes le han robado y maltratado. Pero aún sigue otorgando sus ubérrimas dotes naturales.

La hipocresía, madre y maestra inconveniente y hasta enemiga, recaló en Perú, se metió en su alma colectiva y no hay organismo que pueda escaparse a su influjo nocivo, canceroso, auto-destructor. Se es tan hipócrita en Perú que ni siquiera se admite la peligrosidad involutiva a que nos está llevando el fenómeno disolvente. Y, por cierto, para alegría de otros que adquieren barato, muy barato a los indignos que siempre ruegan porque los compren. ¡Allá ellos!

Recordemos con González Prada:

“Porque en todas las instituciones nacionales y en todos los ramos de la administración pública sucede lo mismo que en el Parlamento: los reverendísimos, los excelentísimos, los ilustrísimos y los useseñorías valen tanto como los honorables. Aquí ninguno vive su vida verdadera, que todos hacen su papel en la gran farsa. El sabio no es tal sabio; el rico, tal rico; el héroe, tal héroe; el católico, tal católico; ni el librepensador, tal librepensador. Quizá los hombres no son tales hombres ni las mujeres son tales mujeres. Sin embargo, no faltan personas graves que toman a lo serio las cosas. ¡Tomar a lo serio cosas del Perú!

Esto no es república sino mojiganga.”

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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