Reproducimos hoy el editorial del New York Times del 8 de julio de 2007. La redacción del emblemático diario estadounidense, que desempeñó un papel central en la intoxicación de la opinión pública mundial y la justificación de la invasión de Irak, se pronuncia ahora por el regreso de las tropas. Por supuesto, el diario se niega a reconocer sus propios errores y atribuye toda la responsabilidad del fracaso militar al presidente Bush. Pero al hacerlo, toma nota de la evolución de la opinión de sus lectores y trata de aproximarse a ella para recuperar credibilidad.
Ha llegado para Estados Unidos el momento de salir de Irak, sin más demora que el tiempo necesario para que el Pentágono pueda organizar una salida en condiciones favorables.
Al igual que muchos estadounidenses, hemos rechazado constantemente esa conclusión, con la esperanza de ver aparecer algún indicio que demuestre que nuestro presidente está realmente tratando de sacar a Estados Unidos del desastroso pantano en que nos ha metido al invadir Irak sin motivos válidos, en contra de la opinión del resto del mundo y sin planes para estabilizar el país después de la invasión.
Al principio éramos de la opinión que, al haber destruido el gobierno de Irak, su ejército, su policía y sus estructuras económicas, Estados Unidos tenía de cierta manera la obligación de alcanzar algunos de los objetivos que el señor Bush dice querer realizar: reconstruir un Irak estable y unificado. Cuando se vio claramente que el presidente no tenía ni la visión ni los medios necesarios para hacerlo, continuamos sin embargo oponiéndonos a la retirada, para evitarle al país el caos que podía producirse si nos íbamos demasiado pronto y sin preparación.
Al señor Bush se le acababan los plazos uno tras otro, mientras que no dejaba de prometernos progresos inminentes… después de las elecciones iraquíes, después del establecimiento de la constitución, después del envío de miles de soldados suplementarios. Pero todos los plazos se vencían sin que viésemos jamás el menor progreso hacia un Irak estable y democrático, o el menor movimiento hacia una retirada de nuestras tropas. Hoy resulta espantosamente claro que el plan del señor Bush es mantener el mismo rumbo mientras él sea presidente y pasarle la papa caliente a su sucesor. Cualquiera que haya sido la causa de George Bush cuando decidió hacer esta guerra, hoy esa causa está perdida.
Las autoridades que Washington sostiene son incapaces de poner los intereses del país por delante de sus sectarios ajustes de cuentas. Las fuerzas de seguridad entrenadas y armadas por Washington se comportan más bien como milicias partidarias. Finalmente, los miles de militares enviados como refuerzo a la región de Bagdad han sido incapaces de cambiar en lo más mínimo la situación de violencia que allí prevalece.
Es criminal seguir sacrificando las vidas, los brazos y piernas de los soldados estadounidenses en Irak. La guerra socava la solidez de nuestras alianzas y socava nuestra fuerza militar. [La guerra] nos obliga a debilitar nuestra vigilancia en la lucha contra el terrorismo. Significa además un peso creciente para nuestros contribuyentes y traiciona nuestros valores en un mundo que necesita más que nunca de la sabia aplicación de los principios y la fuerza que fundaron América.
La mayoría de los estadounidenses llegó a esa conclusión desde hace meses. Incluso en el mundo polarizado de Washington, las opiniones a favor y en contra de la guerra ya no dependen de las filiaciones políticas. El Congreso se reúne nuevamente esta semana. Es fundamental que incluya, como primer punto de su agenda, el comienza de la operación tendiente a retirar las tropas estadounidenses del pantano de la guerra en Irak.
Traducido al español a partir de la versión al francés de Gregoire Seither.
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