(Por Jorge Raúl Freidemberg).- En una Buenos Aires asolada por invasores extraterrestres, la resistencia es llevada a cabo por un grupo de “gente común”. Clásico entre los clásicos de la historieta argentina, sobre un guión del genial Héctor Oesterheld –desaparecido durante la última dictadura–, El Eternauta nació también del plumín de Francisco Solano López, uno de los más reconocidos dibujantes que el género tiene hoy en el mundo. Con motivo de haberse cumplido hace poco medio siglo de los primeros capítulos de aquella obra maestra, el casi octogenario artista rememoró ante Acción aquel momento crucial en su carrera: “Fue la primera historieta que realmente pude hacer de acuerdo con mis proyectos personales, con el modo en que concebía mi oficio. Yo empecé a trabajar profesionalmente en el 53, primero con la editorial Columba y después con la editorial Abril. Y en Abril, para sustituir a un dibujante italiano, me dieron una de las historietas que hacía, Bull Rocket, guionada por Héctor Oesterheld. Hasta que Oesterheld pensó en independizarse con su propia editorial, Frontera, y convocó a dibujantes que trabajábamos con él y a algún otro como Breccia…”.
–Con Frontera cambió la manera de hacer historietas en la Argentina, ¿no?
–Sí, claro. Porque él tenía una formación literaria y era un gran lector, como yo y la mayoría de los jóvenes de la época, de novelistas como Jack London, Melville, Conrad, Alejandro Dumas, Julio Verne, Víctor Hugo... Y Héctor empezó, con ese mismo estilo, a producir historias propias, personales, y cuando planeó lanzar el Suplemento Semanal de Hora Cero, le propuse hacer algo de ciencia ficción. Quería dibujar una novela dramática de ciencia ficción sin los estereotipos de las gráficas de las historias de ese estilo, tipo superhéroes, esos dibujos norteamericanos mucho más técnicos, más fríos... Yo tenía la idea de que podía transmitirle vida y expresión a los personajes con un poco más de refinamiento en la caracterización de los rostros, más psicología en la gestualidad, y necesitaba una historia que me diera el material. Entonces El Eternauta me dio la pauta. Oesterheld tenía una capacidad de comunicación fantástica escribiendo los guiones, con pocas palabras, sin darle muchas vueltas: iba a lo justo, lo necesario, lo que te despertaba la imaginación. Y todo tenía coherencia porque estaba relatado muy bien el ambiente, bien descrita la psicología y el carácter de los protagonistas; y las cosas como se iban presentando con esos golpes de efecto y de suspenso que cortaban la acción en cada episodio semanal. Fue divertido.
–¿Y cómo ve toda esa experiencia después de cincuenta años?
–Una historieta semanal hecha en una revistita atorranta en blanco y negro con un poco de naranja o verde en la tapa, que costaba unas monedas y tenía pocas paginitas… parece que pasó a la historia. No solamente por mi trabajo, sino por trabajos como los de Hugo Pratt, Arturo del Castillo, el viejo Alberto Breccia, el maestro de todos.
–Breccia hizo otra versión de El Eternauta, ¿cómo lo vivió?
–Los nuestros son conceptos diferentes. El de él está más ligado a las artes plásticas, a los efectos gráficos de contraste, de composición, de sugerir climas… Y yo soy un dibujante más humilde, en el sentido de seguirle más la corriente a la línea argumental, a los problemas de los protagonistas, que el lector vea qué le pasa a Juan Salvo, a sus amigos, y tener una visión cercana, expresiva y viva de lo que les pasa a ellos. Y poner mis conocimientos del oficio al servicio de esa narración para que quede lo más clara y lo más cercana al lector que sea posible.
–Es que usted hizo mucho hincapié en lo realista, usted hizo la primera Buenos Aires reconocible…
–Yo tomaba los modelos, no de historietas norteamericanas como muchos dibujantes hacían acá. Es cierto que la historieta norteamericana marca una línea espectacular, y el concepto con el que se trabaja está muy bien armado, pero para el gusto de ellos, no para el nuestro. Es decir, Superman, Batman, El hombre araña, no tienen el significado que pueden tener para nosotros Juan Salvo con sus amigos, u otras historias que inventaba Oesterheld. Casi siempre hay un grupo humano que se relaciona con lazos de amistad y de fidelidad, cosa que él va a desarrollar en El Eternauta: en vez de un héroe, un grupo de personas que tiran para el mismo lado, no un salvador de la humanidad que viene y mágicamente resuelve todos los problemas. Pero los sentidos que con el tiempo se le encontraron a la historia, al menos a la primera parte, son más metafóricos que otra cosa, son más producto de la imaginación del pueblo, que los vinculó con la Revolución Libertadora. O más bien Fusiladora, como lo demostró Rodolfo Walsh en Operación Masacre.
–Usted también llevó Operación Masacre a la historieta, y le dedicó un cuidado estético particular…
–Elegí hacerlo con lápiz porque así aumentaba la capacidad expresiva, con los matices, y el clima. Me dio mucho trabajo. Me gustó hacerlo y me gustó cómo quedó el resultado dramático. El asunto es que la historia tenía una fuerza que imponía ¿no?
–Aun cuando no hubiera una definida intención política en la primera parte de El Eternauta, sí es evidente en la segunda …
–Bueno, ahí Oesterheld ya estaba jugado. En el 75 Oesterheld ya era montonero y le salió un Eternauta montonero. Pero no pudimos ir muy adelante porque vino la dictadura. Yo estaba sobre todo preocupado por tratar de salvarlo a Gabriel, mi hijo, que militaba en Montoneros. Estuvo cerca de un año preso, y lo pude sacar con la promesa de que se iba del país, así que nos fuimos a España. Y con la tercera parte ya tuve poco que ver…
–¿Y cómo llega a El regreso, la cuarta parte?
–El regreso llega porque, al volver a la Argentina, después de veinte años de andar dando vueltas por ahí, me di cuenta de que El Eternauta seguía vivo. Yo no le había dado bolilla pero siguió viviendo en las preferencias de los lectores originales, que ya eran padres y abuelos, y le pasaron la pelota a sus hijos y a sus nietos.
–¿No siente a veces que su obra, aparte de El Eternauta, no se toma tan en cuenta?
–Es verdad, no se habla mucho de eso. En Italia están republicando mis otros trabajos, como Evaristo. Pero aquí, por ejemplo, a las Historias tristes y la historia de Ana, las dos con textos de mi hijo Gabriel, no las quería nadie: eran muy opresivas, muy pesadas.
–También a Historias tristes usted la encaró como un desafío desde lo estético: empezó a trabajar con rotring…
–Claro, porque yo, cada tanto encuentro que me he vuelto dependiente del recurso técnico que estoy usando, y entonces quiero cambiar. Si cambio puedo darle otra vuelta de tuerca a lo que yo quiero, que es expresar vida, dramatismo, dar aliento humano a los personajes que represento y que hago actuar en la historia. Eso produce los cambios, del pincel al rotring, del rotring a la fibra, o de la fibra al lápiz. El estilo original se mantiene, pero con otro ropaje.
–Usted nunca se define a sí mismo como artista, ¿no?
–No, dibujante o narrador gráfico digo yo, porque pongo mis recursos técnicos al servicio de la narración de la historia. Me convierto en un servidor. Como podría haber sido, salvando las distancias, Goya o Rembrandt, o alguno de esos grandes pintores que ponían su oficio para hacer un retrato del Papa, o de su madre o de su amante o de algún personaje de la época. Y estaban representando algo objetivo pero al mismo tiempo estaban creando una obra de arte, y de una profundidad difícil de expresar con palabras. Quise hacer algo parecido, pero no ya para estar colgado de la pared sino ser un objeto que llegue a miles de personas, y parece que, en algunos casos la pegué cerca, ¿no?
–¿Y en cuanto al eterno tema de si la historieta es arte o no?
–Eso no me preocupa, son dimensiones diferentes. Lo que sí me preocupa es comunicarme con el pueblo, en los distintos niveles porque, entre los lectores de mis historietas hay ministros, artistas, jugadores de fútbol, vendedores de fruta, obreros… Es esa la popularidad, no en el sentido del endiosamiento, sino de la capacidad de comunicar algunas ideas en distintos niveles de la sociedad (ANC-UTPBA).
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