Tengo pocas dudas que exista un país latinoamericano que se nos compare: aquí tenemos miles de analistas, escritores, poetas, artistas, ensayistas, estrategas, literatos, periodistas, especialistas y demás istas de toda índole y pelaje. El 90% basa su hoja de vida en jirones, piltrafas, menciones ad hoc que se hacen entre sí, alimentando un incienso frágil, incierto, anémico, pero rico en “artículos, tesis, libros” y demás tonteras que engordan egos, superlativizan mediocridades y endiosan a tarados doctos en la media ciencia. ¡En el país de los ciegos, el tuerto es rey!
¡Haga la prueba! Siéntese a leer los diarios, vea televisión y los programas políticos y comprobará que el menú de soluciones para arreglar el país está servido. Los tecnócratas entonan su himno vendepatria sin nadie que les salga al frente. Los oficialistas de turno y de todo régimen que los beneficie, cantan loas y salmodias. Los empresarios, esos aprovechadores que nunca ponen de la suya sino la del Estado, lloran por menos impuestos cuando nunca los pagan y los palafreneros de las transnacionales en los ministerios, en la burocracia estatal y privada, ONGs y demás pandillas, sólo se hacen dar leyes para sus respectivos cotos de caza. Por eso están gordos, llenos de propiedades, con varios pasaportes y con un conocimiento mundano en los cinco continentes.
Con travesura llamé a ese conjunto de seres como los célebres integrantes de la taradocracia peruana. ¡Y por cierto, ahora todos son demócratas y luchadores sociales! ¡E íntegros y leales! ¡Qué importa que hayan cobrado del régimen delincuencial de Fujimori! ¡O que hayan mal usado el dinero de la cooperación internacional en sus autos, casas de playa, viajes de todo tipo y en uno que otro folleto soso y engañabobos! Como tienen prensa, se prodigan elogios entre ellos con un concepto de escogidos mafiosos que no admiten a nadie más. ¡Porque ellos son y punto!
Me suscitan estos modestos comentarios los bombos que truenan en la televisión, prensa y radio en torno a las excelsas competencias de narradores, animadores, dirigentes de programas, varios. Ahora resultan el compendio máximo del non plus ultra del periodismo nacional. Las cimas más altas de la virtud investigadora. Y la pregunta es simple: ¿si quitamos el ruido, queda algo?
El inventar personajes sólo conduce a un inevitable cometido: falsear, torcer, distorsionar la realidad monda y lironda como es. Y basta con ver a los políticos, gran parte de ellos dice una cosa, pero hace otra. El resultado es un Perú como el que conocemos, con una taradocracia que lo gobierna y que no reconoce derechas o izquierdas, todos sus integrantes son zafios, egoístas, rufianes. ¡Y qué decir de nuestros intelectuales! ¡Gran parte son de juguete! ¡Ventílocuos hábiles, copiadores sinverguenzas, escritores mediocres!
Pero creo que han agotado ya su deleznable presencia y los vientos de fronda de la renovación aparecen en el Perú por todos lados. Y los conservadores se niegan a aceptar que ya empezaron su inevitable declive. ¡Hay que ayudarlos a que entierren el pico de una buena vez!
¡La taradocracia debe morir!
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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