Mientras que el mundo sigue atentamente los movimientos del Departamento de Defensa de Estados Unidos en el Medio Oriente, el Departamento de Estado aplica por su parte una original estrategia diplomática, en consonancia con su visión del mundo. En Washington, los partidarios del «Smart Power» esperan que una reorganización de las relaciones regionales permita a Estados Unidos mantener su autoridad en dicha zona, aunque reduzca su presión militar.

Pero Condoleezza Rice acaba de sufrir un duro revés en el marco de la 20ª Cumbre de la Liga Árabe. Un fracaso diplomático que se añade a las derrotas del Pentágono en Irak y Afganistán y a las del ejército israelí en la Palestina ocupada. En definitiva, todos los protagonistas regionales toman nota de la incapacidad de Estados Unidos para vencer la resistencia del eje Irán-Siria-Hezbollah-Hamas. Y, ante tal incapacidad, se interrogan sobre un posible reajuste de su propio posicionamiento mientras temen que la desesperación lleve a la administración Bush a tratar de acabar por todos los medios con dicha situación en los próximos meses.

La técnica diplomática de Condi

A escala mundial, el Departamento de Estado pretende sustituir el actual orden internacional por una nueva estructura, a la que llama «global», que consagre su condición de superpotencia, aísle a sus adversarios e instaure entre sus vasallos una jerarquía capaz de servir de relevo a su propia autoridad en los confines de su imperio. La idea principal consiste en acabar con el sistema de la ONU en el que existen una Asamblea General –en la que cada Estado dispone de un voto igual al de los demás Estados– y un Consejo de Seguridad –que funciona como un directorio en el cual las decisiones de Washington pueden verse bloqueadas por el veto de cuatro grandes potencias (China, Francia, Reino Unido t Rusia).

lugar de dicho sistema se instauraría una «Asamblea de Democracias» –de la que estarían excluidos los Estados que rechacen el modelo estadounidense–, en cuyo seno el derecho al voto sería proporcional a las capacidades económicas y la contribución financiera, lo cual proporcionaría a Estados Unidos «la tajada más grande». Además, cada parte del mundo estaría bajo el gobierno de una organización regional, dirigida a su vez por un directorio local, cuyos miembros serían designados por Washington para que aplicaran la ley del propio Washington.

Es por eso que el «minitratado europeo» que impulsa el presidente francés Nicolas Sarkozy introduce una desigualdad entre los miembros [de la Unión Europea] al contabilizar sus votos según la importancia del Estado que lo emite. Nicolas Sarkozy rompió recientemente el dúo franco-alemán, el único capaz de lograr un margen de maniobra para la Unión Europea, y sentó después las bases de un directorio franco-británico para que la UE –y sobre todo la Defensa Europea– estén exclusivamente al servicio de los intereses de Washington. Es importante resaltar que, en este aspecto, el presidente francés no defiende los intereses de su propio país, ni los de los miembros de la Unión Europea, sino que aplica los planes del Departamento de Estado.

En el Medio Oriente, la Liga Árabe y, en su seno, el Consejo de Cooperación del Golfo son las organizaciones regionales más aptas para servir de relevo a la autoridad de Washington. Al principio, la Liga Árabe se hallaba bajo el dominio de un directorio que se componía de Arabia Saudita, Siria y Egipto. Evidentemente, el Departamento de Estado no está interesado en reactivar ese triunvirato ya que Siria es hoy en día el único Estado árabe que encarna la resistencia contra el imperialismo.
En su lugar, Condoleezza Rice pensó en crear un directorio que debía componerse de Arabia Saudita, Jordania y Egipto, con la monarquía hachemita desempeñando un papel en el Levante, la dinastía Mubarak ejerciendo el control del norte y el este de África y la monarquía saudita controlando el Golfo y la presidencia del dispositivo.

Para poder realizar ese plan es necesario aislar previamente a Siria, cosa que Condoleezza Rice viene tratando de hacer desde hace años con el apoyo de la fracción más dura del grupo neoconservador. Es por eso que Damasco ha sido acusado sucesivamente de hacer ocupado el Líbano (cuando en realidad su ejército se desplegó en ese país con la aprobación, si no fue a pedido, de la comunidad internacional), de haber asesinado al ex primer ministro libanés Rafik Hariri (cuando en realidad la familia Assad estimuló la familia Hariri a saquear el Líbano), y hoy se le acusa de bloquear la elección del presidente libanés (cuando en realidad lo que obstaculiza dicha elección es la actitud del gobierno libanés de facto que se niega a plegarse a la mayoría popular). Pero resulta que, en virtud del orden alfabético (en árabe), la presidencia de la Liga Árabe le toca este año… a Siria.

El boicot

En un primer tiempo, el Departamento de Estado pensó en humillar a Siria en su propia casa. Los Estados miembros de la Liga Árabe vendrían a Damasco para poner al presidente Bachar el-Assad en el banquillo de los acusados. Pero ese sueño se disipó cuando Condoleezza Rice se dio cuenta de que ningún dirigente árabe se prestaría para ese juego. El Departamento de Estado tuvo optar entonces por otra variante: organizar un boicot contra la Cumbre.

Fue en ese contexto que el vicepresidente Dick Cheney le garantizó a Riyadh una tajada del pastel iraquí. La ley electoral publicada hace varios días tiene como objetivo garantizar el considerable fortalecimiento de la influencia de los sunnitas prosauditas en el seno del Parlamento iraquí, a partir del 1º de octubre, y, a partir de ese momento, dentro del gobierno iraquí. En pago, se le pidió al rey Abdallah que boicoteara la Cumbre de Damasco, aún siendo el mismo el presidente saliente de la Liga Árabe.

Riyadh [capital de Arabia Saudita] dio orden a sus clientes libaneses (Saad Hariri tiene doble ciudadanía –libanesa y saudita– y representa los intereses de la familia Saud en el país del Cedro) de alinearse según su consigna. A falta de un presidente electo y de un primer ministro reconocido por todos, el Líbano tendría que haber estado representado por la segunda personalidad del Estado, el presidente de la Asamblea Nacional, cuya autoridad aceptan todas las partes. Pero el gobierno de facto de Fouad Siniora (antiguo apoderado de las empresas pertenecientes al clan Hariri) se opuso a ello.

No resultó difícil convencer a Jordania. Hace mucho tiempo que ese país sirve de base de retaguardia para las operaciones secretas israelo-estadounidenses contra la resistencia libanesa, al extremo que un creciente rumor acusa a Jordania de estar implicada en varios asesinatos, como el del general Francois Hajj (de la Corriente Patriótica Libre, formación que dirige el general Michel Aoun) y el de Imad Mugnihey (dirigente de Hezbollah), dos figuras claves de la resistencia militar.

El caso de Egipto resultó probablemente más delicado en cuanto a la negociación. Cualesquiera que sean las circunstancias, la Historia ha demostrado ya que El Cairo y Damasco nunca son más fuertes que cuando han estado unidos. El presidente Mubarak sabe que al recurrir a la confrontación está debilitando inútilmente a su país. Pero necesita el apoyo político de Washington para avalar su propia sucesión dinástica y necesita también la ayuda material estadounidense para atenuar las dramáticas consecuencias de la apertura irrestricta de su país a la globalización económica.

Rusia, por el contrario, no ve con buenos ojos la creación de un directorio regional conformado por Arabia Saudita, Jordania y Egipto, lo cual que afectaría su influencia sobre el Medio Oriente, sobre todo teniendo en cuenta que Siria se ha convertido en poco tiempo en su principal socio económico y militar en la región. Siria acaba incluso de poner a su disposición instalaciones portuarias donde acoger su nueva y poderosa flota del Mediterráneo, mientras que se multiplican las joint-venture ruso-sirias.

Además, el Kremlin está molesto debido al comportamiento estadounidense y al rosario de promesas incumplidas de Washington. Fue sobre la base de un acuerdo alcanzado en el momento de la publicación del NIE [Estimado Nacional de Inteligencia, siglas en inglés. Nota del Traductor.] sobre la cuestión nuclear iraní (o sea, el documento que deslegitimó una guerra contra Irán) que Moscú apoyó la conferencia de Annapolis; y fue también sobre la base de un acuerdo negociado por el almirante estadounidense William Fallon y sus amigos con vista a una disminución de la presencia militar de Estados Unidos en la región que Moscú votó la resolución 1803, que amplía las sanciones contra Irán.

Pero Washington no ha respetado ninguno de sus compromisos: la conferencia de paz que debía tener lugar en Rusia («Annapolis II») se pospuso para las calendas griegas y la retirada de las tropas estadounidenses presentes en Irak no ha tenido lugar, manteniéndose allí la cantidad de tropas que había antes de la adopción de la estrategia de la escalada o (surge).

Por consiguiente, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, y su ministro delegado, Alexander Sultanov, también estuvieron visitando las capitales árabes. Pero lo hicieron para extender el incendio que ya habían provocado sus homólogos estadounidenses. Lavrov y Sultanov desempeñaron ciertamente un papel muy importante en cuanto a convencer a las monarquías del Golfo de no participar en el plan estadounidense.

Rusia filtró información para que nadie ignore que Estados Unidos prosigue sus preparativos de guerra contra Irán. Mientras tanto, los diplomáticos rusos aprovecharon todas las ocasiones a su alcance para recordarles a sus interlocutores que, aunque Arabia Saudita no sufriría mucho en caso de estallar una guerra entre Estados Unidos e Irán, las pequeñas monarquías del Golfo sí resultarían afectadas, al extremo quizás de desaparecer por causa del conflicto. Por su lado, el presidente Vladimir Putin se encargó personalmente de decirle a su homólogo egipcio todo lo que ve de negativo en el plan estadounidense, pero Hosni Mubarak carece de margen de maniobra.

Las maniobras entre bastidores prosiguieron hasta el último minuto. La más espectacular fue la anulación in extremis de la participación del presidente de Yemen, cuando Ali Abdullah Saleh había confirmado públicamente su intención de viajar a Damasco.
Las televisiones árabes captaron la decepción que podía leerse en el rostro del presidente Bachar el-Assad, presente en el aeropuerto para recibir a sus invitados, cuando vio salir del avión libio a un simple colaborador del presidente. Bachar el-Assad había trazado la dinámica de la Cumbre alrededor del presidente Khadafi, y parecía que este último finalmente se había plegado a las presiones. Pero Khadafi, chistoso como siempre, salió más tarde del avión provocando un suspiro de alivio entre sus amigos sirios.

Hospitalidad siria

Las autoridades sirias se esmeraron en recibir dignamente a los 10 jefes de Estado (Argelia, la Autoridad Palestina, Comores, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Libia, Mauritania, Qatar, Sudán y Túnez) que, a pesar de las amenazas del tío Sam, las honraban con su presencia en Damasco. Y, con un sentido muy árabe de la hospitalidad, prestaron la misma atención a cada uno de ellos, desde los ricos Emiratos hasta los pobres de las islas Comores. Además, numerosos Estados no árabes y organizaciones internacionales enviaron observadores de alto nivel, que iban desde el ministro de Relaciones Exteriores de la India hasta el presidente Oumar Konaré, por la Unión Africana.

En previsión de un posible sabotaje, Siria desplegó todos los agentes de eguridad a su disposición. El aeropuerto de Damasco fue cerrado al tráfico civil y se reservó para las delegaciones oficiales. El centro donde se desarrolló la Cumbre, que se encontraba fuera de la capital, estaba rodeado de un perímetro de seguridad de 6 kilómetros de radio en el que se prohibió totalmente el tránsito. Una serie de puntos de control filtraban a los visitantes de forma cortés, aunque muy estricta.
La adopción de esas medidas probablemente no fue inútil. Al parecer un intento terrorista se frustró de forma discreta y la Cumbre pudo desarrollarse sin inconveniente.

Además, la presidencia de la Cumbre había instalado un centro de prensa –convenientemente alejado del lugar de la conferencia, para proteger a sus altezas de los paparazzi– equipado con un millar de líneas telefónicas para la prensa escrita y con todas las facilidades necesarias para los cientos de órganos de radio y televisión que cubrían el evento vía satélite. Bajo la influencia de un extraño complejo de inferioridad, el ministerio de Información no se atrevía a distribuir ningún dossier de prensa por temor a que lo acusaran de no romper con el antiguo comportamiento de la propaganda del partido Baas.

Desarrollo de la Cumbre

Las cumbres de la Liga Árabe se parecen a las reuniones familiares. Hay ausencias (el rey de Marruecos y el sultán de Omán nunca participan personalmente) y reencuentros, y también hay a veces crisis de nervios (en la mayoría de las cumbres alguna delegación se ha ido antes de terminar la reunión). Raramente se decide algo en esos encuentros. La Cumbre de 2002, en Beirut, en la que se adoptó la iniciativa árabe de paz fue una excepción. Así que nadie esperaba mucho de los debates que iban a desarrollarse en Damasco.

La celebración misma de la Cumbre ya era de por sí un desafío al imperialismo estadounidense y sus secuaces, el Reino Unido y la Francia de Sarkozy, que se tomaron el trabajo de publicar una venenosa declaración. Sin embargo, quizás por causa de esa misma presión asfixiante, esta vez las deliberaciones dieron lugar a un evidente acercamiento de posiciones.

Al abrir la sesión inaugural, retransmitida a través de varias decenas de canales árabes de televisión, Bachar el-Assad se cuidó mucho de agradecer al país que dejaba la presidencia, Arabia Saudita. Pronunció un discurso breve y sobrio en el cual centró la problemática de la Liga Árabe en la cuestión de la paz ante Israel, en términos aceptables para todos los miembros de la Liga, independientemente del nivel de su representación (o de su ausencia, en el caso particular del Líbano). Recordó a todos que los Estados árabes se encuentran todos a bordo del mismo barco y que están obligados a unirse para poder salvarse.

Entre los oradores que le siguieron, la intervención más esperada era la de Muammar el-Khadafi, tanto por tratarse de su regreso a la Liga Árabe después de un período de ausencia como por su acentuada afición por la provocación. El espectáculo no decepcionó a los espectadores, sobre todo a los televidentes. Haciendo uso de la palabra únicamente en nombre de su país, aunque claramente de acuerdo con Bachar el-Assad, el presidente libio recurrió a las libertades que usualmente se toma al expresarse para formular lo que su amigo sirio no podía decir en su condición de presidente de la sesión.

Con innegable talento de actor y alguna dosis de afectación, Khadafi pasó en revista todos los temas de la agenda del día, abordándolos en tono de broma. Invitó así a sus homólogos a apoyar la desnuclearización de la región afirmando, en forma mordaz, que de no hacerlo, los presentes se detestan tanto entre sí que acabarían utilizando la bomba atómica unos contra otros, en vez de usarla contra sus verdaderos enemigos. Se burló de Mahmoud Abbas y de sus constantes retrocesos ante Israel, ridiculizando así al «héroe de Oslo» (fue efectivamente Mahmoud Abbas, no Yaser Arafat, quien firmó el inútil Acuerdo de Oslo) y comparándolo con Anwar el-Sadat (quien traicionó la causa árabe al firmar una paz separada entre Egipto e Israel).

Lo más importante es que Khadafi advirtió a sus interlocutores:
estamos fritos, nos harán lo mismo a todos, uno por uno, dijo en sustancia. Permitimos que un Estado soberano, miembro de nuestra Liga, fuera invadido sin que hubiese reacción alguna de parte nuestra. Todos nos hemos convertido en proestadounidenses, incluso yo mismo, creyendo que eso nos protegería. Pero Sadam Husein era amigo de Dick Cheney, como yo mismo, ¡y acabaron ahorcándolo!
Esa misma noche, las cáusticas palabras de Khadafi se repetían en las calles árabes. Pero puedo atestiguar que en la sala del consejo, en la que yo mismo estaba presente, los jefes de Estado también rieron de buena gana, con excepción de Mahmoud Abbas, que permaneció impasible.

La continuación tuvo lugar, como de costumbre, a puertas cerradas. Se decidió no abordar la cuestión libanesa, debido a la ausencia de ese país. Sobre ese punto, se mantuvo por consiguiente la anterior posición de la Liga Árabe y su artística indefinición. Sobre los demás temas, los jefes de Estado y de las diferentes delegaciones se expresaron con calma y franqueza. Más allá del aspecto diplomático que ya expuse anteriormente sobre la igualdad entre los Estados miembros, la cuestión principal era saber si la Liga Árabe adoptaría una posición en relación con el proyecto israelí-estadounidense y con el proyecto de Irán, Siria, Hezbollah y Hamas.

En definitiva, la posición de la Liga se expresó claramente en la declaración final, aprobada inclusive por el propio Mahmoud Abbas aunque dicho documento desaprueba toda su política. Retomando los principios de la conferencia de Madrid, la Declaración de Damasco estipula, por un lado, que la retirada israelí de los territorios conquistados en 1967 constituye una condición previa para la paz y no es un elemento de negociación; y reafirma, por otro lado, el derecho internacional explicitado en las resoluciones de la ONU: creación de un Estado palestino soberano con Jerusalén como capital y carácter inalienable de los derechos de los palestinos. En pocas palabras, la Liga Árabe se opone a la política israelí del «hecho consumado».

Por supuesto, las declaraciones de la Liga Árabe deben tomarse como lo que son: declaraciones de intención que la mayoría de los Estados no tienen cómo concretar. Como quiera que sea, este acto final marcó una radicalización colectiva por parte de gobiernos que no esperan ya nada bueno de parte de su patrón estadounidense. Desde ese punto de vista, la Declaración de Damasco marca un viraje en una larga historia llena de peripecias y es la expresión de una nueva voluntad de emancipación política. Los Estados árabes presentes, que hasta ahora cortejaban a Washington para resolver sus propias divergencias, asimilaron las palabras de Bachar el-Assad y de Mouamar el-Khadafi, que se pueden resumir en la siguiente fórmula: «Estados Unidos es un aliado que quiere perjudicarnos».

Después de la Cumbre

Sin embargo, como dice la sabiduría popular, “la cabra siempre tira al monte”. Apenas terminó la Cumbre, Mahmoud Abbas corrió rumbo a la Palestina ocupada para presentarle a Condoleezza Rice su informe sobre los debates que se habían desarrollado a puertas cerradas. La secretaria de Estado de EE.UU. se tomó el trabajo de ir al Medio Oriente para que le informaran inmediatamente y poder sopesar la envergadura de su fracaso. Mientras tanto, en París –donde hay quien teme haberse implicado demasiado– y en Bruselas –donde otros se preguntan si no está cambiando el sentido de la corriente–, Francia y la Unión Europea creaban grupos de seguimiento encargados de evaluar las consecuencias de esta victoria diplomática de Siria.

Después de haberse visto marginado de la comunidad de naciones, el gobierno de Damasco está ahora a cargo de numerosas iniciativas de la Liga Árabe para el año que viene. Siria se reinserta así en la arena internacional, por la fuerza de los acontecimientos. Además, su accionar tiene muchísimas posibilidades de ser duradero ya que el año próximo la presidencia pasará a Qatar, un Estado moderado pero no en el sentido de Occidente. Aunque siempre se muestra amable con los estadounidenses, Cheik Hamad ha defendido a pie firme la causa árabe en el Consejo de Seguridad de la ONU y asumió los gastos de la Cumbre de Damasco, un poco onerosos para Siria.

A decir verdad, Estados Unidos no es el único perdedor en el fracasado boicot, y Siria no es el único ganador. Los regímenes de Arabia Saudita, Jordania y Egipto se desacreditaron a los ojos de la opinión pública de sus respectivos países y su fracaso va a tener consecuencias en el plano de la política interior. Libia, por el contrario, sale fortalecida, sobre todo teniendo cuenta que –con el apoyo de la Unión Africana– acaba de prestar su ayuda a las islas Comores en la liberación de la isla de Anjouan y la expulsión del dictador, amigo de Sarkozy, que se había apoderado de ella.

En momentos en que las delegaciones iban retirándose, Bachar el-Assad intercambió algunas palabras con varios periodistas. Respondiendo a Scarlett Haddad, corresponsal del semanario francés L’Express, quien le preguntaba lo que Siria tenía intención de hacer para ayudar los libaneses a salir de la crisis institucional, el presidente sirio respondió con humor: «¿Nosotros? Nada. No nos metemos más en eso. Hemos dejado el asunto en manos de las Comores», de lo cual se desprende que ellos les indicarán cómo liberarse de los franceses.