(Por Jorge Vilas).- “¿Por qué en educación estamos empezando a ser estatistas y keynesianos y en salud seguimos siendo rotundamente neoliberales?”, se pregunta José Escudero a modo de queja porque no encuentra espacios de debate sobre la situación sanitaria. “Nos faltan intelectuales, es notable la debilidad en ese sentido del ambiente de la salud, a diferencia de otros sectores de la sociedad argentina”, afirma este médico sanitarista y sociólogo, volcado actualmente a la vida académica. Profesor titular en las universidades nacionales de Luján y La Plata, docente invitado de otras instituciones y director de tesis, Escudero estudió en Argentina, Chile y Estados Unidos, fue funcionario oficial, trabajó en metodología, medición de enfermedades y estadísticas sanitarias, y se desempeñó como profesor universitario en México. Polemista vivaz y apasionado, explica con entusiasmo su propuesta de un sistema de salud estatal, universal y gratuito para toda la población como única alternativa para democratizar el acceso a los cuidados sanitarios, evitando la incidencia de los fortísimos intereses económicos que transformaron un derecho humano esencial en un producto que se vende a precio de mercado.
– ¿Cómo analiza la política sanitaria actual?
– Tengo una contradicción, porque estoy de acuerdo en algunas cuestiones con el Gobierno, pero no puedo dejar de señalar que la política sanitaria de Ginés González García, era totalmente neoliberal. Nunca reclamó aumento del presupuesto estatal y cuando quiso financiar programas lo hizo a través de organismos de créditos internacionales, lo cual supone más deuda externa, consultorías, asesorías, etcétera. El Programa Remediar, quizás el más renombrado de su gestión, se implementó de esa forma. Pero, por otro lado, hizo algo muy bueno: pelearse con la Iglesia Católica, defendiendo derechos reproductivos, que las mujeres pudieran decidir acerca de su cuerpo, hablando, incluso, de despenalizar el aborto, algo que los políticos en general, que suelen ser especialmente miedosos con este tema, jamás dirían. De todos modos, creo que Ginés fue muy hábil en el manejo de medios, hizo mucho ruido, pero fue el peor ministro del gobierno de Néstor Kirchner.
Ahora con Graciela Ocaña están ocurriendo, también, cosas contradictorias. La ministra viene generando algunas iniciativas interesantes, entre ellas, sostener que el Estado debe fabricar medicamentos. En oídos de las multinacionales del sector esas declaraciones suenan totalmente amenazadoras. La industria del medicamento ya debe estar haciendo lo posible para desplazarla. La ministra no sólo habló de la fabricación estatal, sino que además se sacó una foto con el gobernador Hermes Binner, en la inauguración de una planta estatal de medicamentos en la provincia de Santa Fe. Esto demuestra que lo toma muy en serio. Respeto mucho, entonces, lo que está haciendo en este plano, ya que el gasto en medicamentos se lleva la tercera parte del total, y es el gasto más innecesario de toda la salud pública.
Pero por otro lado, la mortalidad infantil y esperanza de vida continúan siendo una vergüenza, y la oferta estatal gratuita de salud es lamentable ante las necesidades que hay.
– Es decir que surgen líneas de ruptura pero también de continuidad del modelo neoliberal.
– Exacto. La línea de ruptura potencial, además, es muy importante porque se trata de un área políticamente muy caliente, como es esta de fabricación pública de medicamentos que permitiría que diferentes organismos del Estado: universidades, fuerzas armadas, talleres protegidos, provincias, municipios, fabriquen medicamentos que van a tener mejor calidad, en promedio, de lo que ofrece la industria privada, y obviamente serán mucho más baratos.
– ¿La política de medicamentos del gobierno de Néstor Kirchner no significó un avance con la prescripción por nombre genérico?
– Fue algo retórico y absolutamente menor. En una política seria de medicamentos no se habla de genéricos sino de medicamentos que tengan valor científico, que no causen efectos colaterales serios y que demuestren que son mejores que los que reemplazan. La industria del medicamento, cuando se vencen las patentes, debe generar nuevos productos patentables. Allí están las ganancias, y para hacer eso viola todo tipo de normas éticas. El capitalismo en medicamentos, en general, cada vez es más trucho, no solamente en los países periféricos.
– ¿Esto tiene que ver con la incidencia de la publicidad de productos que no son necesarios?
– En salud se pone en juego un imaginario muy fuerte, el deseo de estar sano, el miedo a estar enfermo, la paranoia, la hipocondría. Si usted lo manipula mediáticamente, logra gente sensible a comprar cualquier cosa. El siguiente paso es ofrecerle cualquier otra cosa. Hay violaciones éticas groseras que convierten a la ciencia en baratija. La salud aprieta el botón del imaginario.
Con la alimentación pasa lo mismo, la televisión aconseja que la gente consuma lo que no sirve, productos que tienen alto valor económico, pero bajo valor nutritivo. Moraleja, no compre nada de lo que le ofrecen en la tele, es la lógica capitalista aplicada al mercado alimentario.
Ciertos comunicadores a los que les pagan para decir determinadas cosas en la televisión, junto con la publicidad, conforman el manejo mediático de los temas de salud... Por dar un caso, si un niño no recibe un trasplante de hígado, si aparece o no el órgano, llena los espacios de televisión, mientras todos los días mueren, por lo menos, 15 niños en la Argentina por causas que se podían haber evitado. Eso se silencia totalmente. Argentina registra 5.000 muertes infantiles más que Cuba por año, y Cuba no es un país rico, simplemente es un país que tiene una política sanitaria buena. Esos pibes, nuestros pibes, se mueren en silencio.
– ¿Se puede decir que hay enfermedades inventadas?
– Hay muchos casos inventados, por ejemplo, el tema de los chicos hiperactivos. Actualmente hay visitadores médicos que, además de hablar con los médicos, van a ver a maestras para que localicen a los chicos hiperactivos, luego les ofrecen un médico vinculado con el tema que les refuerza el diagnóstico y medican a los niños. Tendrían que ir presos por hacer eso, que lamentablemente es moneda corriente.
El capitalismo tiene recetas para cada problema de salud, real o inventado, y lo que une a todas las recetas es la capacidad de generar beneficios para las grandes empresas. Las alternativas por fuera de ese esquema, que en general son más baratas, más mano de obra intensivas, más constructoras de ciudadanía, más contenedoras y más eficaces, se ningunean en los aparatos de comunicación, cuyos mensajes llegan a invadir la academia, las asociaciones profesionales, los espacios de los trabajadores, la investigación, el ambiente cultural y el imaginario de la sociedad.
Para luchar contra la aterosclerosis, por caso, se pueden ingerir fármacos, pero también se puede caminar mucho. En este tema actúan con mucha fuerza en los congresos científicos de cardiología y medicina interna, que suelen realizarse en hoteles caros ubicados en lugares con atractivos turísticos. La industria suele pagar las matrículas y los viajes de profesionales a estos congresos, y como toque adicional, sofisticado, a veces pagan la estadía de acompañantes de los afortunados congresales.
El sida fue la gran epidemia del final del siglo XX no tanto por su impacto objetivo, ya que la desnutrición mata mucha más gente, sino por su repercusión en el imaginario. Para combatirlo puede enfatizarse la prevención, mediante el uso de preservativo, el reemplazo de jeringas, la educación sexual. Pero la respuesta del mercado son los fármacos. Quienes plantean la primera opción, deben pelear contra el gobierno norteamericano y sus voceros locales, que se oponen a la reducción de daños y con la Iglesia Católica que rechaza los preservativos y la educación sexual.
Si la diarrea infantil es un problema, una intervención posible es la provisión de agua potable y de cloacas en todas las viviendas, otra es la inmunización de sus habitantes contra el germen de alguna de esas diarreas. Esta última es la que le interesa a la industria.
Está todo inventado. El 95% de las patologías se solucionan con tecnologías simples, con universalidad, presteza de atención, contención, medicamentos esenciales.
– ¿Cómo definiría el sistema sanitario ideal?
– El sistema deseable es en primer término universal, es decir, entra todo el mundo y usted no puede decir quién accede y quién no. Un ejemplo: Estados Unidos tiene el peor sistema de salud del planeta, con millones de personas controlando si los pacientes pagaron la prepaga. Si el sistema es universal, no hay controles, por eso tienen un costo administrativo tan bajo. Entonces, el sistema de salud tiene que ser en principio universal, en segundo término gratuito, que nadie pague con plata del bolsillo, y tercero, que sea financiado con las rentas generales del Estado. Así fue en una época en la Argentina. Si uno hace un estudio de la historia de los sistemas de salud, en Argentina en 1946, con Juan Domingo Perón en la presidencia y su ministro Ramón Carrillo, hubo un sistema universal. Antes que en los países centrales. Por caso, el famoso sistema de salud británico nació unos años después. Lo interesante es que en los países capitalistas centrales, esto lo destaco especialmente, si bien mandan los mercados en casi todos los órdenes, la atención de la salud la brinda el Estado o es severamente controlada por el Estado. Eso quiere decir que son países capitalistas pero tienen un sistema de salud al menos socialdemócrata.
– Cuando en la Argentina existió ese esquema, ¿se reflejó en los indicadores sanitarios?
– La tasa de mortalidad infantil bajó en ocho años entre diez y doce puntos. La Argentina redujo la prevalencia de paludismo más rápido que Estados Unidos, y Carrillo duplicó la cantidad de camas en pocos años. La clave fue, además de Carrillo, que Perón le dio un cheque en blanco, disponía de muchos recursos y los aplicó muy bien. Hospitales modulares fáciles de construir, fabricación estatal de medicamentos, creación local de tecnología, mucha capacitación. Aquella política de salud fue excepcional. Argentina luego retrocedió. La tendencia de la mortalidad infantil respecto de otros países de América latina y el Caribe fue clara: en 1953 sólo uno de estos países tenía una tasa menor que la nuestra, Uruguay. Medio siglo después, en 2003, nos superaban siete, entre ellos, Cuba, Barbados y Trinidad y Tobago.
– ¿Cómo funciona la industria de los medicamentos en los países que cuentan con programas de salud a los que usted llama socialdemócratas?
– Está severamente controlada, no tanto como se debería pero con un Estado fuerte que las controla en serio. Parte del juego del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio es evitar el Estado nacional, «periferizar» la solución de los problemas. Para ser más claro, no Nación, sí provincia; no provincia, sí municipio; no municipio, sí ONG, según se pueda. Porque el Estado tiene aunque sea el peso potencial para enfrentar a la lógica capitalista. Fíjese qué interesante lo que ocurrió en Sudáfrica. Cuando salió del apartheid ese país decidió producir medicamentos para atender el sida sin pagar patente, lo cual está previsto para situaciones de emergencia sanitaria. Hasta Estados Unidos apeló a ese mecanismo cuando se asustaron por los casos de ántrax en 2001. Recuerdo que cuando Sudáfrica se mandó esa patriada, realmente pensé que les iban a torcer el brazo. El apriete llegó hasta con la presencia del vicepresidente de Clinton, Al Gore, quien se costeó hasta Pretoria para decirles a los sudafricanos que terminaran con eso. Pero Sudáfrica resistió ante las presiones y la industria tuvo que ceder. Esto demuestra que tiene que ser el Estado el que intervenga. No hay otra manera de pararlos, son muy fuertes, el gasto mundial en salud puede rivalizar en monto de inversiones con los de energía y defensa. Pero en términos de beneficios, los supera. Esto explica la extraordinaria capacidad de lobby que tienen.
– En ese marco, ¿cómo se construye un escenario en el que la implementación del sistema universal y gratuito que usted promueve no resulte una utopía?
– El tema de salud es un legitimador político. Hay que implementar un gasto con mano de obra intensiva y no capital intensivo. Un gasto que no dependa de construcciones e instalaciones físicas, porque eso demora mucho tiempo, sino que se aumente la oferta ambulatoria inmediatamente, agregando trabajadores de salud en la calle, así se comienza a acumular poder político para cuando venga el sabotaje. Ese sabotaje comienza tres horas después de que se lanza el plan. Recuerdo una anécdota: estuve en Vietnam después de la liberación, yo trabajaba en ese momento en la universidad mexicana, y me reuní con el viceministro de Salud vietnamita. Él me dijo: «Cuando queríamos hacer avances territoriales –estoy hablando del movimiento de liberación– primero mandábamos cuadros sanitarios, después mandábamos cuadros políticos, y al final, cuadros militares».
– ¿Es decir que más importante que construir hospitales es incrementar la planta de profesionales de la salud?
– Claro, hacer lo que hizo Sarmiento en el siglo XIX. Cuando Argentina crea el sistema laico de educación universal, contra la opinión de la Iglesia Católica, lo que hace es aumentar el recurso humano que brinda educación. En ese momento el gobierno federal de Sarmiento tenía plata para pagar sueldos altos a maestros de la provincias pobres, y lo hizo.
En salud hay un equivalente que es el siguiente: pagar mano de obra en las provincias con una contrapartida de acciones del gobierno provincial para aumentar la oferta gratuita mañana, tarde y noche, duplicando las horas de oferta para la gente que trabaja en esos horarios. Eso activa mucho la demanda existente, se atiende mejor y aparece la demanda que estaba oculta, que no va al hospital porque saben que los van a atender mal, que le dan turnos para el año que viene. Si usted a esa demanda oculta que se hace ostensible le da contención, atención y le agrega medicamentos esenciales baratos, no necesita grandes sumas de dinero y, además, moviliza trabajadores de salud. Eso hace que la gente se sienta conforme y es la base para la creación de la trama de poder político. Se puede dar un ejemplo concreto y cercano de acumulación en este sentido. El mejor sistema de salud público en la Argentina está en Rosario, y le permitió a Binner llegar a la gobernación. Él comenzó siendo secretario de Salud, luego fue intendente y ahora está al frente de la provincia. Su bandera principal en los inicios fue el sistema de salud rosarino, que más allá de sus limitaciones, sobresale en el marco nacional.
– ¿Nuestro país cuenta con recursos humanos para aplicar un esquema de ese tipo?
– Sí. En Venezuela, Chávez tuvo que importar médicos de Cuba. A Argentina, en cambio, le sobran recursos humanos porque el sistema educativo es excepcionalmente generoso en formar gente, mejor que ningún otro de América latina. Argentina dispone de médicos, enfermeros y trabajadores sociales que constituyen una sólida base para encarar un programa de esta naturaleza.
Por falta de acceso a un sistema de salud gratuito mucha gente se enferma en vano y cualquier enfermedad es más compleja de lo que debería ser. Hay un escaso acceso a una oferta estatal gratuita, la necesidad es mucho mayor que la demanda, y encima la demanda es “bicicleteada”. Aún para patologías severas le dan turnos a los dos meses, por ejemplo. Y ni hablar si se trata de una dolencia menor. Todo esto contribuye a que Argentina tenga una tasa de mortalidad muy alta. Habría que aumentar la oferta e ir solucionando los cuellos de botella en la medida en que se presentan. Uno tiene que empezar haciendo un golpe de oferta, de esa manera, insisto, impide el sabotaje. Si en una provincia se tienen 30.000 trabajadores de salud nuevos y se plantea sabotear ese programa por parte de los sectores concentrados, los trabajadores van a protestar porque deben defender su puesto de trabajo.
– Me sorprende que no sea prioritaria a su juicio la construcción de nuevos centros de salud, pero que critique la falta de acceso de mucha gente a una mínima atención médica.
– Yo digo que no hay que comenzar por allí. Cuando se hace un hospital, se tarda no menos de dos años. Y para cambiar esta situación de raíz hace falta un gran impacto transformador, que evite que lo boicoteen, por eso hay que tener a la gente trabajando en la calle, rápido. Por supuesto, cuando comiencen a aparecer las patologías que están ocultas se van a necesitar muchas más camas. Porque hay mucha gente que se cansa de esperar un turno o no tiene los medios para llegar al hospital y abandona tratamientos, etcétera. Si se aumenta la oferta uno se va a encontrar con gente que antes no iba. Por eso, claro que hacen falta más hospitales, pero primero hay que cambiar de raíz la política sanitaria.
Nota publicada por la revista Acción (http://www.acciondigital.com.ar/01-12-08/entrevistas.html)
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