Las anunciadas celebraciones del Bicentenario de la Independencia de 1810 y del Centenario de la Revolución de 1910 continúan generando indiferencia en los mexicanos, mientras los panistas herederos de los reaccionarios y conservadores se aprestan, con su “historiador” derechista José Manuel Villalpando Nava dirigiendo los festejos (tras la cascada de renuncias, que empezaron con la no aceptación del cargo de Cuauhtémoc Cárdenas), a convertir esas fechas, con el oportunista y traidor de Marcelo Ebrard (impulsor y financiero de los Chuchos para cumplir con la consigna freudiana de “matar al padre”), en simples eventos anecdóticos, como el de si el segundo nombre de Madero era Indalecio, Ignacio o, en todo caso, Inocencio, por su ingenuidad de entregar el poder militar al Pinochet mexicano Victoriano Huerta y así darle un giro de golpes de Estado desde 1913 a la historia posterior, desde Carranza hasta Calles, y golpecitos en cada sucesión presidencial, para imponer al heredero, con homicidios de por medio (Colosio) hasta Salinas de Gortari.
Si esas conmemoraciones no pasan de anuncios por radio, televisión y la prensa escrita; el reloj de Ebrard para la cuenta regresiva; las publicaciones insulsas y el mero día de las “fiestas”, discursos sin sustancia; entonces, con o sin Lampedusa, de que “hay que cambiarlo todo para que todo permanezca igual”, los partidos políticos y lo que vaya quedando de ellos seguirán, para donde apunte la brújula de los resultados electorales a la mitad de 2009, posicionándose con miras a la sucesión presidencial del Calderón porfirista (lectura obligada es de Francisco I. Madero, La sucesión presidencial) que podría dar el vuelco para el retorno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), si este viejo partido (“el Diablo sabe más por viejo que por Diablo”) se deshace de sus precandidatos galanes y mediocres, encabezados por Peña Nieto, seguido del “rey feo” Herrera Beltrán y del corrupto Bours, etcétera).
Y es que tras el desastre del Partido de la Revolución Democrática (PRD) –en una “guerra de todos contra todos” por la ferocidad de sus tribus, la cooptación de los Chuchos al servicio de la derecha en el poder presidencial y más que dispuestos a continuar con los dictados de todas las traiciones (Denis Jeambar e Yves Roucaute, Elogio de la traición. Sobre el arte de gobernar por medio de la negación)–, el Graco tabasqueño, Andrés Manuel López Obrador, con el fardo de Alejandro Encinas, y la decadencia de Muñoz-Ledo, más un Manuel Camacho detrás de Ebrard, sólo cuenta con el pueblo que hasta ahora lo apoya, aunque de aquellos 14 millones de ciudadanos, a lo mejor ya no le queda más de una tercera parte; los demás, desilusionados, han emigrado.
El perredismo se movió en el centro-izquierda con sus diversas facciones: cardenistas, lopezobradoristas, priistas que desertaron del PRI (como Monreal, dueño de la mitad de Zacatecas y la otra mitad de los “amalios”; y un resto tras el botín en Baja California, Guerrero, y peleándose la carroña de los recursos sobre los que van la jauría de Jesús Ortega y cómplices. El PRD es un desastre y sus tribus recogerán las migajas electorales.
El Partido Acción Nacional (PAN) también es un desastre. Desde el bribón de Fox y las corrupciones de él, de Mart(h)a, los hijastros del expresidente y el grupo de los Amigos de Fox, hasta ahora con Calderón y el accidente-atentado de su favorito (quien iba a ser enviado como diputado plurinominal y “líder” de la bancada, con la finta de postularlo al gobierno de Campeche) todo ha sido para el panismo un fracaso en lugar de una alternancia.
El PAN fue un relevo para dar un respiro a sus adversarios (“los dioses están fatigados”) y aprovechar a las cúpulas del PRI para que, más allá del priismoempanizado con el salinato y Zedillo, fueran lo que son: sus salvadores, gracias a los cuales Fox y Calderón se sostuvieron en el poder presidencial, no sin dejar de exhibirlos como incompetentes e inútiles, para en ciertos momentos entrar al quite y contribuir a que Fox (“gané dos elecciones: la mía y la de Calderón”) y el actual inquilino de Los Pinos concluyan sus sexenios.
Los panistas en el poder (y los de fuera del poder, encabezados por el ultra de Manuel Espino) no pudieron ejercer el control de las instituciones políticas, y las económicas las dejaron en “la mano invisible” de banqueros, empresarios en su papel de hombres de presa y beneficiarios del “capitalismo de rapiña”.
La recia e intransigente oposición lopezobradorista constantemente impuso a los calderonistas la agenda (que en su tiempo proclamaron Bentham y Keynes) con arreglo a la amenaza-advertencia de López Obrador de “traer del mecate corto a Calderón”. Pero, sin saber canalizar a su favor ese marcaje y esa agenda, los lopezobradoristas terminaron en un desastre con sus enemigos de viaje, mientras los panistas (con el enemigo en casa: Espino, El Yunque, cristeros y foxistas) convirtieron su victoria pírrica (por falta de talento político) en una catástrofe.
No por esto ha desaprovechado socavar los cimientos laicos del Estado. Ya no encapuchan las estatuas de Juárez, ahora las derriban (como la que yace en el suelo del parque Solidaridad Iberoamericana, de la capital de Jalisco, entidad que mal gobierna el apodado góber piadoso, por sus dispendios en donaciones al clero político, sus golpes de pecho, sus asistencias a misa para que lo vean postrarse y sus actos contra la laicidad cultural y educativa). El hecho lo ha consignado la historiadora jalisciense Laura Campos Jiménez, en una nota publicada en internet.
En ese contexto es que el PRI está intentando retornar (el “retorno de los brujos”) y lleva la delantera en los últimos procesos electorales. Y va muy en serio sobre julio de 2009, a las elecciones intermedias: renovación de la Cámara de Diputados, de los congresos de todos los estados, incluyendo la Asamblea de Representantes del Distrito Federal; seis gobiernos: Sonora, San Luis Potosí, Querétaro, Colima, Campeche y Chihuahua y 2 mil 480 municipios.
Es una tajada muy grande del pastel de la democracia representativa e indirecta, que el partido con la delantera va muy seguro sobre la sucesión presidencial. Los priistas cantan aquello de “volver, volver, volver” con un PRI –aseguran– renovado, dispuesto a competir, después de 62 años de existencia.
El partido nació con el alemanismo en 1946 y por la fuerza del autoritarismo que se resquebrajó en 1968, duró 54 años aferrado en la casi totalidad del sistema presidencial-gobiernos estatales-municipalidades y todo el engranaje burocrático-administrativo, hasta que mansamente hubo de rendirse, no en 1990 como “profetizó” Carlos Fuentes en su narración política Cristóbal nonato (edición 1987), sino en 2000 a manos de su adversario más sistemático: el derechista-religioso y enemigo del Estado laico de Acción Nacional.
Ahora ese PRI, que ya no es el mismo, se prepara para regresar, pero no lo hará si su candidato es uno de los dos o tres galanes encabezados por Peña Nieto. Si intenta lo imposible para, weberianamente, lograr lo posible, ha de postular a quien tenga capacidad de también intentar ser estadista.
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