La esperada reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) recién concluida en Honduras, marca un hito en el torcido devenir de esa entidad hemisférica, donde Washington solía llevar la voz cantante.
Luego de varios decenios de infamia, la cláusula que en 1962 determinó la salida de Cuba por “instaurar un régimen incompatible con la democracia representativa”, fue disuelta sin ningún condicionamiento para la Isla.
¿Acaso se transformó la OEA? ¿Acaso borró su nefasta historia de servil instrumento de Washington? ¿Acaso se retractó de todas sus agresiones y hostilidad hacia las causas populares de la región? ¿Acaso dejó de apoyar e impulsar acuerdos tan excluyentes como la llamada Carta Democrática Interamericana?
Ni lo ha hecho ni seguramente lo hará, porque para nada está identificada con los intereses de nuestras naciones. Su orientación política está en el Norte geográfico.
Sin embargo, no deja de ser tremenda lección lo ocurrido en suelo hondureño. Muestra de que los tiempos son radicalmente otros en este hemisferio.
Este junio del 2009 no eran los representantes de Stroessner, Somoza, Ydígoras Fuentes, o de los militares argentinos y brasileños los presentes en San Pedro Sula. Estaban, eso sí, los presidentes Fernando Lugo y Daniel Ortega; junto a los delegados de la nueva Guatemala y a los emisarios de gobiernos sudamericanos y caribeños de corte popular, empeñados en revertir una brutal injusticia.
Ese el valor clave que Cuba concede a la cita recién terminada. El de haber permitido demostrar que América Latina es diferente, y que el premio a la resistencia de los cubanos vuelve a ser la más rotunda victoria.
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