Es evidente que el mundo de hoy tiene una dimensión altamente simbólica, debido al desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación, y del uso que el poder capitalista hace de ellas. Por eso muchos creen que la política actual se desarrolla fundamentalmente en los medios de comunicación antes que en las instituciones, las plazas y las calles. Otros creen que estos “dispositivos”, han dejado de ser solo instrumentos y se han vuelto entidades con densidad cultural propia, puesto que permiten, según dicen, la interrelación y la transformación entre culturas diversas.
Pero, más allá de los conceptos acertados y de las especulaciones de academia, es obvio que la comunicación es una condición y sustento del poder. No es un espacio igualitario de encuentros inocentes, se desenvuelve en función de la lucha de clases. Desde esta perspectiva, lo que los medios de comunicación empresariales del Ecuador hacen tiene que ver con la propagación de las tesis y la defensa de los intereses del poder económico. Para medios como Teleamazonas, o diario El Comercio, entonces, confrontar y atacar con todo tipo de recursos, incluso la mentira y la manipulación de la información, a las tesis de izquierda revolucionaria y a sus representantes más importantes, es una obligación, ese es su papel.
Así se entiende el enfoque que los medios han dado al polémico tema de la evaluación a los maestros impuesta por el Ministerio de Educación, y ahora, al proceso electoral que se llevó a cabo en la Universidad Central del Ecuador y que designó a la nueva dirigencia de la FEUE.
En ambos casos, la idea principal ha sido deslegitimar la organización gremial tanto de maestros como de estudiantes, mirándolas como simples brazos políticos del MPD. Han tratado a sus afiliados y militantes como personas sin conciencia propia, manipulables y mediocres. Insultante tratamiento que se ha vuelto un libreto ya conocido y que, ciertamente, ha logrado una percepción equivocada en algunos sectores de la población acerca de lo que son estas organizaciones y lo significa su acción social y política.
Para sustentar estas ideas han tenido la ayuda de ciertos sectores del gobierno, como el ministro Raúl Vallejo, y de académicos como el actual rector de la Universidad Central, Edgar Samaniego, cuyo discurso camina en la misma línea. Son los aliados perfectos.
Tanto Vallejo como Samaniego, cada quien en su ámbito, se creen propietarios de un feudo en donde simplemente deben mandar, mientras que maestros y estudiantes, respectivamente, solo deben obedecer. Son, según ellos, autoridades que imponen lo que se debe hacer y cómo se debe pensar.
Por eso Vallejo, muy indignado con la masiva marcha de los maestros en Guayaquil, calificó como “insolente violencia simbólica” a la quema de un monigote que con su imagen prepararon los docentes en esa ciudad. Debió parecerle inaceptable que miles de maestros se atrevan a desobedecer, y a exigir ser reconocidos como gente que piensa y que tiene derechos. Una insolencia, efectivamente. Así mismo reaccionó Samaniego cuando los estudiantes en la Facultad de Filosofía, con todo derecho, le impidieron intervenir en un proceso electoral de los estudiantes.
Mientras la insolencia siga siendo la muestra de dignidad de los pueblos, pues ¡que viva la insolencia! Y en cuanto a lo simbólico, quien realmente se muestra violento desde este campo es quien tiene como socio a la gran estructura mediática de la empresa privada, y además todo el aparataje y recursos del Estado, para emprender en injustas y multimillonarias campañas, como la que hemos visto en cada partido de fútbol del torneo nacional y de eliminatorias.
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