Uno es el discurso de Rafael Correa y la imagen que éste proyecta a nivel internacional, y otra la práctica a lo interno. Mientras habla de socialismo, denuncia y exige a las transnacionales y a los medios de comunicación del poder, en los hechos deja intocados sus intereses.
La democracia en la que el presidente Rafael Correa y su gobierno creen es la democracia del voto. Si se gana las elecciones se tiene autoridad, poder para hacer y deshacer a nombre de “la ciudadanía”; las decisiones entonces no serán consultadas, dialogadas, debatidas con toda amplitud entre los sectores populares que no ganaron las elecciones, las decisiones vendrán de papá gobierno, que cree tener un cheque en blanco para premiar o castigar, según su estado de ánimo, según su comprensión de las cosas y de acuerdo a determinados intereses, que aunque sean transancionales son elevados a “intereses de la patria”.
El país ha llegado a un punto de agotamiento y rechazo a las actitudes arrogantes del Presidente, que en cada aparición pública suelta una serie de insultos e injurias descabelladas a dirigentes populares y sus organizaciones. La tendencia a la baja en los niveles de credibilidad y apoyo a su gestión son la demostración de este hecho. Por otro lado, la respuesta altiva y valiente de maestros, indígenas, trabajadores y demás sectores populares, van haciendo que el miedo que se pretende imponer a través de la sanción y la judicialización de la política, vaya siendo desplazado por la disposición al combate.
Pero la actitud preportente y tozuda del Presidente de la República no es el único problema, ésta simplemente es consecuencia de un pensamiento político que se desarrolla en Rafael Correa y que debe mantener en vigilia a la izquierda, a los pueblos: en él y en su círculo cercano existe una concepción socialdemócrata que cada vez se aleja más de las posturas progresistas y patrióticas con las que se inició su gobierno hace poco más de dos años, y retoman, en cierta medida, el camino de la larga y oscura noche neoliberal.
Uno es el discurso de Rafael Correa y la imagen que ese discurso proyecta a nivel internacional, y otra la práctica a lo interno. Mientras habla de socialismo, cuestiona, denuncia, exige a las transancionales, y a los medios de comunicación del poder, en los hechos deja intocados sus intereses. La entrega del petróleo y las minas continúa, sin procesos claros de recuperación de nuestra soberanía en esta área, la relación con los banqueros es buena, lo único que les pide es que ganen menos; el endeudamiento externo y la elevación o creación de tributos sigue siendo el fundamento de una política económica fiscalista que no promueve la reactivación del aparato productivo popular, mientras que los grandes evasores de impuestos siguen impunes; los multimillonarios contratos de publicidad oficial destinada a golpear a las organizaciones y dirigentes populares mantienen a flote a esas grades empresas mediáticas a las que tanto cuestiona. En realidad vive políticamente de los espacios que en esos medios contrata.
Pese a todo esto, hay que reconocer que este viraje no está completo, aunque la tendencia a la derechización sea lo que predomina. El escenario aún puede traer cosas buenas para los pueblos, que habrá que apoyar, que habrá que impulsar y profundizar, es necesario evitarle golpes contundentes a la tendencia de cambio. Sin embargo, la crítica con la lucha debe calificarse aún más; no se trata de hacerle el juego a la derecha, se trata de impulsar de manera independiente del régimen, el proyecto emancipador de una Patria Nueva y el Socialismo, que es lo que está planteado en el actual momento histórico para los pueblos de este país.
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