La octava Cumbre de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), cerró sus puertas en La Habana con saldos y expectativas que por su trascendencia deben comentarse.
No puede ser de otra manera, dadas las características esenciales de ese mecanismo integrador, para nada ceñido a parciales aspectos de la necesaria convergencia regional sino, por el contrario, pleno de actividad y totalmente inmerso en el universo económico, social y político de nuestros pueblos.
Además de sus contenidos en permanente agenda, el ALBA resulta también abarcadora por sus formas de actuar y expresarse.
Sus reglas básicas descansan en la cooperación justa, equilibrada, honesta, solidaria, ajustada a las asimetrías vigentes entre sus miembros, de amplia repercusión humana y social, y para nada desentendida del contexto político complicado y controvertido en que debe actuar.
Baste, para constatar ese carácter amplificado, recorrer lo realizado hasta hoy por el ALBA por intermedio de Petrocaribe, las empresas grannacionales o la instrumentación del Banco del Sur y del SUCRE, este último sustituto del vacilante dólar norteamericano en las transacciones entre las naciones miembros.
Se suman las campañas de alfabetización, la Operación Milagro, la formación masiva de médicos y los programas para dar protección e incorporar a la sociedad a personas discapacitadas.
En materia política, la Alianza insiste en su trascendencia como tribuna de combate contra los evidentes signos de repuntes imperialistas y derechistas en nuestros predios.
Así, se ratificaron en esta Cumbre de La Habana la solidaridad con el pueblo hondureño y su gobierno legítimo; el rechazo a las nuevas bases militares norteamericanas en Colombia y al expansionismo belicista de Washington en esta región, así como la condena al terrorismo y a quienes lo protegen y aúpan.
Destaca el llamado a la urgencia para salvar a la naturaleza y revertir el recalentamiento global, sobre todo ante el evidente fracaso de las negociaciones sobre el tema que se realizan en Copenhague, Dinamarca y donde las grandes potencias contaminadoras esquivan aprobar cifras significativas de corte de sus emisiones de gases tóxicos, y los montos de su ayuda a los empobrecidos para instrumentar eficaces políticas ambientalistas.
Por si fuera poco, el ALBA rechaza además asumir un simple papel de productor de planes, retórica y resoluciones. Al decir de Hugo Chávez, se impone, y la propia vida lo exige, concretar cada vez más acciones, el hacer más y con la urgente y debida eficacia.
Con resultados tangibles y de clara influencia en la vida de nuestros pueblos, el ALBA seguirá ganando voluntades, corazones y espacios.
La VIII Cumbre se ha empeñado en esas metas y ese proceder, ya no solo como justo homenaje a su primer quinquenio de vida, sino como sustancias de su propia existencia, comprometida de lleno con hacer realidad los ideales de unidad de Simón Bolívar y José Martí.
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