12-1-2010
De cuando en vez algunos gobiernos ofrecen sanear lo que todo el mundo conoce como Congreso y que en realidad merece el ínfimo y deleznable porcentaje de aprobación que la sociedad le dispensa. Su nulidad es de tal envergadura que el país podría vivir sin aquél y casi no se notaría su ausencia, salvo por la fuga de dinero mensual que el pueblo paga a sus episódicos inquilinos, aunque hay algunos que ya tienen canas en las posaderas por atornillados o empotrados a las curules.
Confirmando el apotegma que revela cómo entiende el gobierno el asunto, comisiona a su bancada, la Célula Parlamentaria Aprista, para que proponga una “reforma” por la cual los legisladores luego de dos años y medio sean objeto de escrutinio público y de expulsión popular del Establo. Obvia, ni siquiera se atreve a repetir, lo que Haya de la Torre, fundador de un movimiento político que hoy no conserva nada de sus enseñanzas, la famosa sentencia de la Revolución Mexicana de 1910: Sufragio efectivo, no reelección. ¡Cómo y quién se atrevería a postular el recambio de vacas sagradas!
Por tanto, el maquillaje se cae y desnuda su impúdica intención distractiva. No hay voluntad de recreación o, más propiamente, regeneración. Para ello habría que quemar el Congreso y erigir sobre sus cenizas algo más decente y eficaz para el trato de las broncas ciudadanas. En los últimos 25 ó 30 años, la institución de Plaza Bolívar ha protagonizado una muerte lenta, desvergonzada, costosa, miserable.
Años atrás, no muchos, pergeñé un modesto análisis. Me atrevería a decir que en el 2010, sin sol y con mucha garúa, verano iconoclasta y raro, éste no ha perdido vigencia y más bien plantea verdades macizas y, aunque duras, difíciles de rebatir por lo común de sus testimonios.
Leamos.
¿Renovación o perpetuación congresal?
http://www.voltairenet.org/article137697.html
7-4-2006
Una de las monsergas más inverosímiles que ha repiqueteado durante la casi moribunda campaña electoral se ha referido a la “renovación” del Congreso. ¿Qué renovación puede haber si casi 60 de los actuales 120 habitantes precarios del Establo se presentan a la reelección? No sólo impiden con su sola presencia física, en muchos casos indeseable e impúdica, la aparición de otros valores alternativos y frescos en su mensaje sino que confirman aquello que escribió lapidariamente Manuel González Prada sosteniendo que hasta el caballo de Calígula sentiría vergüenza de ser parte de esa corporación (el Parlamento).
El reto fundamental que tendrá que vencer el nuevo legiferante estriba en desatar, pulverizar y aniquilar, todos los entuertos, amarres, argollas, pactos, roscas y malas costumbres que, de Congreso a Congreso –administración mafiosa incluida- se heredan como parte de su “valor agregado” porque consagran pelotones de secretarias, batallones de asesores, celulares al por mayor y abusos por doquier. Pero, esto significa, en buen castellano, mondarle la cáscara corrupta al Congreso y ponerlo al nivel de una entidad fiscalizable y evitar que pillos y delincuentes se cobijen bajo la inmunidad parlamentaria para la comisión de monras, hurtos y estafas en forma de leyes favorecedoras de lobbies, grupos empresariales y pandillas de cuyo poder nadie puede dudar. ¡Y menos los legisladores que casi siempre aspiran a ser muy simpáticos para no perder los estímulos de toda clase, color y especie!
Si lo anterior constituyera una blasfemia ¿qué explicación encontramos a que existan legiferantes que aspiran a su tercer o cuarto período? En el Parlamento pasaron de anónimos idiotas a ciudadanos públicos –no menos idiotas- pero con autos y resguardo policial, trato preferencial hasta para el parqueo vehicular y posición social. Y basta con engrasar un poco los bolsillos de la rapiña periodística como para figurar de cuando en vez en los medios. ¡Total, estupideces de tanto repetidas, parecen verdades históricas!
Nótese que en no pocos casos el pueblo vota a sus parlamentarios. No ocurre del todo así porque en las mesas de sufragio se producen actos de magia que cambian resultados y quien no tiene recursos para comisionar a personeros para la vigilancia de sus votos, corre el peligro de perderlos y quedar relegado. ¡Es decir, no pocos legisladores lo fueron por voluntad colateral o impostada! ¿Qué renovación puede haber con hombres o mujeres que deben sus cargos a la trampa o al poder económico? Esto lo saben muy bien los partidos políticos.
Decía González Prada que hombre apenas cruzado el umbral del Parlamento, troca en iluminado por la gracia divina y se cree por encima del resto de sus pares. ¡He allí una constante terrible! El parlamentario no entiende que es apenas un funcionario público, un burócrata, vulgar y corriente, al servicio del pueblo. No es un marciano ni un personaje de lujo ¡nada de eso! No es más que un comisionado al que hay que sacar ¡a patadas si fuera preciso! si incumple con las tareas de hacer leyes y de comportarse con honestidad y lejos muy lejos, de todo lo que sea robar y estafar bajo la forma mañosa de leyes ad hoc o con dedicatoria. Por tanto, en pocos días más, tendremos ocasión de conocer a quienes repiten el plato manido o de dar la bienvenida a quienes llegan por vez primera. Más aún, sabremos entonces de la calidad de los novicios porque a los viejos les conocemos de sobra.
¿Cómo fiscaliza la ciudadanía al Congreso? Entre ellos se protegen una vez en el cargo. No hay culpas ni responsabilidades. Hasta hoy quienes han delinquido, salvo excepciones rarísimas, están felices y sin mayor bronca de cualquier especie porque el fruto de sus rapiñas o campañas innobles está en nuevas propiedades, fondos ingentes muy bien disimulados e inconductas múltiples que jamás han sido sancionadas. ¿Qué hará este nuevo Congreso, más de lo mismo o emprenderá el imprescindible camino de la reorganización radical y necesaria? Wait and see.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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