El arrollador triunfo electoral alcanzado por los priistas en 2009 –que les dio el control de la Cámara de Diputados– ha provocado, sobre todo entre Felipe Calderón y la extrema derecha que le acompaña, pánico ante la posibilidad de que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) consolide su avasallador avance en este año en el que se llevarán a cabo elecciones en 13 entidades: en 10 de ellas se disputarán las gubernaturas, siete de las cuales son dominadas por ese partido, y 451 diputaciones locales y 1 mil 481 municipios en las restantes. Ello ampliaría las posibilidades de ese partido de recuperar la Presidencia de la República en 2012. Y ésas son las razones más que suficientes para quienes negocian los orgiásticos, “democráticos” y “patrióticos” besos del diablo de las alianzas entre panistas, perredistas, petistas y otros partidos en contra del PRI; o entre perredistas, priistas y demás en contra de los panistas, o entre unos y otros en contra de los perredistas.
El desbordado fervor palaciego por la búsqueda de los pragmáticos acuerdos entre los “representantes del pueblo”, los Chuchos Ortega y Zambrano, Manuel Camacho, Alejandro Encinas, Alberto Anaya, Dante Delgado, Felipe Calderón y César Nava, Beatriz Paredes o Miguel Alonso Reyes, entre otros, tiene como propósito inmediato explícito, con un horizonte más amplio implícito, el tratar de derrotar a los señores feudales, estatales y municipales de la derecha priista, de la derecha confesional panista y de la supuesta “izquierda” oficial, convertida también en militante de la derecha. Esto como parte de los esfuerzos grupales por socavar las bases de apoyo que sustentan a las respectivas organizaciones nacionales y, por añadidura, las de sus futuros candidatos presidenciales. Es una lucha electoral adelantada por los despojos de un sistema político, social y económico en crisis y en avanzada descomposición, por tratar de desplazar y ampliar sus espacios de poder a costa del otro.
Bajo la falsa disyuntiva de terminar con los déspotas para abrir paso a la “democracia” regional y obstaculizar el retorno del PRI al gobierno, los aprendices de Maquiavelo están dispuestos a correr los riesgos y asumir los costos del inusitado y peculiar proceso, por su cantidad y naturaleza, que razonablemente se ha ganado el calificativo de “engendro” o “alianzas contra natura”: las ambiguas definiciones que sustentan las plataformas negociadas entre partidos que se supone, estratégicamente, persiguen objetivos disímbolos y representan los intereses de sectores socialmente encontrados (la famosa lucha de clases), y la turbiedad y el oportunismo político que caracterizan a los individuos alrededor de los cuales giran las coaliciones estatales y municipales (perversidad que abarca a legisladores), quienes sin el menor escrúpulo, como consumados mercenarios al mejor postor, se intercambian genéricamente de un organismo a otro; hecho que ha derivado en las experiencias previas: que se olviden inmediatamente de los compromisos asumidos; que se alineen a algún partido y repriman a los “socios”; que se mantengan las mismas prácticas autoritarias y corruptas que supuestamente se combatían, y que los desplazados señores de horca y cuchillo –que respaldaron a Calderón en su asalto del gobierno y contribuyeron a legitimarlo a cambio del solapamiento de sus tropelías, como lo ilustran los casos de los capos Ulises Ruiz o Mario Marín– sean sustituidos por otros parecidos que tampoco rinden cuentas a nadie de sus desmesuras, como Juan Sabines, Zeferino Torreblanca o Emilio González, o terminen integrándose al nuevo-viejo statu quo priista-perredista-yunquista-empanizado.
El tácito y alternante ayuntamiento bicéfalo del PRI-Partido Acción Nacional (PAN), desde 1988, ha mantenido intacto el autoritarismo presidencialista con nuevos actores, desmantelando el pacto social surgido de la Revolución Mexicana para imponer el proyecto neoliberal de nación, oligárquico, antisocial y antinacional; el olvido de los agravios infringidos (los cientos de perredistas asesinados durante el salinato, la compraventa de favores que legalizó el golpismo de Carlos Salinas y de Calderón, el rabioso desafuero y la brutal persecución en contra de Andrés Manuel López Obrador y su movimiento, o los embates cometidos en contra de los gobiernos capitalino y michoacano, desde la Presidencia y el Congreso); la amnesia de los principios, los compromisos o la ética política; las políticamente normales traiciones a los arreglos previos; los suspicaces acuerdos al margen y en contra de los intereses de sus militantes y simpatizantes que dicen representar. En nombre de la “democracia”, aceptarán que su pragmatismo provinciano sea incomprendido y señalado como cínico, degradante, oportunista, en lugar de oportuno.
La furia priista tiene al menos una doble justificación: se sienten traicionados por Calderón, a quien, desde el Congreso, le han solapado sus excesos despóticos o la corrupción de su gobierno y ayudado a sacar adelante sus políticas, con su respectiva remuneración, permuta de prebendas y cuotas de cogobierno. A ellos les debe su precaria y sinuosa “gobernabilidad”. Y porque toda derrota afectará su presencia y sus probabilidades de rescatar la corona en 2012. Sus propias divisiones internas, como la de Fidel Herrera y Manlio Fabio, podrían frustrar sus anhelos. Desde el gobierno de Vicente Fox, su recomposición, recuperación y esperanzas han descansado en sus reyezuelos estatales y municipales, en su autoritarismo, corporativismo y manejo oscuro del dinero público. Por cierto, Calderón les acaba de conceder una mayor liberalidad en sus orgías presupuestales. Desde luego, esa licencia es para todos los partidos, sólo que los priistas, por experiencia, han sido más capaces para hinchar su poder y sus bolsillos.
La inclinación de Calderón por el ménage à trois, que podría disolver su incesto con el PRI, es un intento tardío y desesperado por tratar de desfondarlo. Su apabullante derrota electoral en 2009, que le dejó en un mayor estado de postración mental, le llevó a una jugada arriesgada: atentar en contra del único sostén de su gobierno, después de los militares y demás aparatos de represión, para tratar de revivir al cadáver de su partido y mantenerlo en el gobierno, olvidándose de que es el principal responsable del fracaso y descrédito de su mandato y del partido de dios. Se ha señalado que Calderón abandonó el interés nacional por el tribal, como si alguna vez hubiera actuado como un estadista y no como un simple administrador de sus intereses, cofradías y de los oligárquicos.
En los efluvios de la atmósfera momentánea que los rodea, los tragicómicos conjurados descubren accidentalmente que, contra lo dicho hasta el hartazgo, la oronda “democracia” se agotó sin llegar a los estados y municipios. Que la alternancia donde se ha presentado, al margen de los colores, tampoco la parió, como bien lo sabe su majestad Amalia García y su pícara infanta Claudia Corichi. Que el perfil de las coaliciones no aspira a ella, sino al cambio de actores igualmente antidemocráticos que reproducirán las mismas prácticas priistas-panistas-perredistas y asociados. Que la vida interna de los organismos cohabitantes es alérgica a la democracia. Que la supuesta democratización del sistema de partidos y del sistema político y económico en general no es más que una vejatoria mentira que el PRI develó con sus relaciones carnales con Calderón y el panismo. Las políticas legal, fiscal, salarial o laboral evidencian que sigue presente el viejo régimen.
La parte ridícula y abyecta entre los juramentados les corresponde a los líderes perredistas. En la santa alianza les toca limpiar los sucios establos de Augias. Una derrota del PRI implicará un triunfo para el PAN-Yunque. La derrota de éste será un triunfo de aquél. Las victorias o fracasos de los temporales enemigos mortales arrojará un sólo dios ganador (en dos personas): la oligarquía y la extrema derecha, el bloque de poder que desde hace tiempo se apoderó de México, cooptó a los beligerantes PRI-PAN-Yunque y comparte con ellos el saqueo de la nación. Para ellos, el PAN y el PRI son piezas de recambio. El PAN-Yunque ya apesta para las elites dominantes y preparan el retorno de los brujos. El éxito de algunos candidatos perredistas reciclados los dejarán como novias de pueblo, como sucedió con el laico Sabines, promotor del gigante Cristo de 50 metros de altura a las afueras de Tuxtla Gutiérrez, destructor ecológico y represor de los zapatistas, o Torreblanca, igualmente represor. Su precandidato para Quintana Roo, el iluminado de dios y aspirante a teócrata, Greg Sánchez, es francamente chocarrero; la ultraderecha tiene sus cruzados de Cristo rey; la Secretaría de la Defensa Nacional tiene sus adelitas guadalupanas; Jesús Ortega y compañía tienen sus anticristos. Los perredistas se han sumado a la cruzada que encabezan los panistas, los priistas y las iglesias en varias entidades para criminalizar el aborto y encarcelar a las mujeres que ejercen ese derecho universal. Gabino Cué también vale otra misa. Para ganar el amor perro de Calderón, como buen Judas, renegó de López Obrador. Xóchitl Gálvez es tan demócrata como Fox; Lino Corrodi les ahorró un mayor envilecimiento.
En honor de los líderes de la “izquierda” paraestatal, es menester añadir que no traicionan a nadie ni blasfeman de sus principios ideológicos y políticos. Ellos manejan a sus partidos como franquicias, igual que los demás partidos; sólo les interesan sus militantes y simpatizantes como aportadores de votos que les generarán presupuesto y empleos públicos. Más votos les proporcionarán una vida más plácida. Son más rentables las alianzas cortesanas que evitan su disolución y extinción que las establecidas con los grupos progresistas que aspiran a la democracia o los de la izquierda anticapitalista. Si alguna vez aspiraron al cambio democrático o radical, desde hace años sustituyeron esa estrategia por la vida plácida derivada de sus minúsculas cuotas de poder en las laderas del sistema. Su lucha no es contra el bloque dominante, es contra los movimientos lopezobradista y de izquierda. No existe una izquierda oficial como contrapeso de la derecha, se sumó a los cancerberos del sistema. Sólo existe una derecha que se avergüenza de sus extremos y quiere mimetizarse con el travestido centrismo. Por tanto, no hay incoherencias en ellos.
En las patrióticas alianzas, sólo alguien quedó fuera: la convulsionada y agraviada sociedad, a quien le dejan la opción de asumir el degradado papel de víctima propiciatoria o la insurgencia en contra de los partidos y del sistema.
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